Cuando quedó tendida Doris cu lo-d e-rosa sobre el lecho
entre tan frescas flores me convertí en un dios.
Ella que me abarcaba con piernas prodigiosas
recorrió sin torcerse la carrera de Cipris
con ojos perezosos. Como hojas en la brisa, le temblaba la púrpura
de su carne agitada, justo hasta que vertimos
la blanca libación de nuestro ímpetu, y Doris
con los miembros muy lánguidos se cayó derramada.