Allí estoy, proyectada en la luna
de mi cuenta hacia atrás:
pero ya no soy yo o yo no soy ahora.
Soy una extraña mía con una risa intacta,
con una piel intacta. Confiadamente nueva
y pisando los pecados capitales.
Y allí me dejo hoy. Me dejo.
Me hago peregrina de mi acervo interior
y me recorro, me hurgo y aprendo a conocerme,
a sacarme a la luz.
Y bajo la renuncia diaria y las claudicaciones
me he dado muerte pero me he nacido.
Yo soy aquel esperma
que ganó la batalla
y el óvulo fue mío.
Allí se congregaban
mis hermanos de orígenes
cuando yo, incipiente persona,
fuera Caín remoto
de millares de Abel.
Mi crimen concluyó.
De una sangre incolora
se mancharon mis manos
para poder ser forma.
Miramos tantas veces y no vemos
y vemos tantas veces sin mirarnos,
que es la visión una mácula opaca,
un círculo engañado.
Sin rozar lo interior el ojo sueña,
palpa, desvaría imprecisamente
en bultos, se congrega entre sombras.
Luz inmadura
que en vuelo se remonta,
para caer en trasparencia oblicua
sobre un montón de inopinadas formas.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades