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En la belleza creada por otros – Adam Zagajewski

Sólo en la belleza creada
por otros hay consuelo,
en la música de otros y en los poemas de otros.
Sólo otros nos salvan,
aunque la soledad sepa a
opio. Los otros no son el infierno,
si se les ve temprano, con sus
frentes puras, lavadas por sueños.
Por eso me pregunto qué
palabra debería utilizarse, «él» o «tú». Cada «él»
es una traición a un cierto «tú» pero
a cambio el poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo.

Intenta alabar al mundo herido – Adam Zagajewski

Intenta alabar al mundo herido.
Recuerda los largos días de junio,
fresas silvestres, gotas rosadas de vino.
Los hierbajos que metódicamente invadían
las casas abandonadas de los desterrados.
Debes alabar al mundo herido.
Mirabas yates y barcos,
uno de ellos tenía que emprender un largo viaje,
al otro le aguardaba sólo la salobre nada.
Veías refugiados caminar hacia ninguna parte,
oías a los verdugos cantar
alegremente.
Deberías alabar al mundo herido.
Recuerda aquellos momentos, en la habitación blanca,
cuando estabais juntos y el visillo se movía.
Vuelve con la mente al concierto, cuando estalló
la música,
Recogías bellotas en el parque en otoño
y las hojas sobrevolaban girando las cicatrices de la tierra.
Alaba al mundo herido
y la pluma gris perdida por un mirlo,
y la luz delicada que vaga y desaparece
y regresa.

Vaporetto – Adam Zagajewski

En el bolsillo de la cazadora encuentras
un pasaje azul para el vaporetto
(il biglietto, non cedibile).

El billete azul, poco mayor
que un sello de la República de Togo,
te promete un cambio, un viaje.

Se derrite la laca en el recuerdo,
se deshiela la almendra de la nieve alpina.
Ahora puede empezar la expedición.

Estás en Texas, en la tierra llana,
entre los robles eternamente verdes,
que no recuerdan nada.

Por canales estrechos navegarás
con !»alemas, a contracorriente;
y hallarás glaciares y grisura.

El billete reza: corsa semplice,
pero no menciona el desierto,
la monotonía del gravoso mar,

el deseo, el aduanero malicioso,
que no te espera sólo a ti,
islas de indiferencia y de cenizas.

Navegarás largamente. Quizás llegues
allí donde descansa el erizo de Venecia,
agua, encajes y oro.

Quizás llegues allí donde se alzan
las rojas torres de Venecia, torres fieles,
agujas de un compás perdido en el océano.

Lienzo – Adam Zagajewski

De pie, callado ante el cuadro sombrío,
ante el lienzo que hubiera podido tornarse
abrigo, camisa, bandera,
pero en cosmos se había convertido.

Permanecí en silencio,
colmado de encanto y rebelión, pensando
en el arte de pintar y el arte de vivir,
en tantos días fríos y vacíos,

en los momentos de impotencia
de mi imaginación,
que como el corazón de la campana
vive tan sólo en el balanceo,

golpeando lo que ama
y amando lo que golpea,
y pensé que este lienzo
también hubiera podido ser mortaja.

Un poema chino – Adam Zagajewski

Leo un poema chino
escrito hace mil años.
El autor habla de la lluvia
que cae toda la noche
sobre el techo de bambú de la barca,
y de la paz que finalmente
anidó en su corazón.
¿Será casualidad que vuelva a ser
noviembre, haya niebla
y una puesta de sol plomiza?
¿Será por azar
que otra vez alguien viva?
Los poetas dan mucha importancia
a los éxitos y a los premios,
pero otoño tras otoño los árboles
orgullosos van deshojándose
y si algo queda es el murmullo
delicado de la lluvia
en los poemas que no son
ni alegres ni tristes.
Tan sólo la pureza es invisible
y el atardecer, cuando luz y sombra
se olvidan de nosotros un momento,
ocupados en barajar secretos.

Pintores Holandeses – Adam Zagajewski

Escudillas de estaño repletas y pesadas de metal.
Gruesas ventanas hinchadas por la luz.
Materialidad de plomizas nubes.
Vestidos como colchas. Ostras húmedas.
Objetos inmortales, pero que no nos sirven.
Andan solos los zuecos de madera.
Las baldosas nunca se aburren,
y juegan al ajedrez con la luna.
Una chica fea estudia una carta
escrita con tinta simpática.
¿Será de amor o de dinero?
El mantel huele a moral y almidón.
La superficie no conecta con la profundidad.
¿Misterio? No hay misterio alguno,
sólo el azul del cielo, hospitalario
e intranquilo como gritos de gaviotas.
Absorta, una mujer pela una manzana roja.
Los niños sueñan con la vejez.
Alguien lee un libro (un libro es leído),
alguien se duerme y se vuelve un objeto
cálido, que respira (como un acordeón).
Les gustaba habitar. Y lo habitaban todo,
el respaldo de madera de una silla
y en hilos finos de leche como el estrecho de Bering.
Puertas de par en par, el viento era afable,
las escobas descansaban tras el trabajo a conciencia.
Descubiertas las casas. Pintura de un país
donde la policía secreta no existía.
Sólo una sombra prematura entró
en el rostro del joven Rembrandt. ¿Por qué?
Pintores holandeses, decid, ¿qué pasará
al pelar la manzana, cuando falte la seda,
cuando todos los colores sean fríos?
Decidnos, ¿qué es la oscuridad?

De las vidas de las cosas – Adam Zagajewski

La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas
tan cómodamente como una carpa de circo.
La noche se acerca.
Bienvenida, oscuridad.
Adiós, luz.
Somos como párpados, afirmamos cosas,
tocamos ojos, pelo, oscuridad,
luz, India, Europa.

De repente me encuentro preguntando: «Cosas,
¿conocéis el sufrimiento?
¿Habéis estado alguna vez hambrientas, en la miseria?
¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo,
la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia,
pequeños pecados, no de comisión,
pero tampoco curados por la absolución?
¿Habéis amado, y muerto,
de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiendo
el frío corazón? ¿Habéis probado
la edad, el tiempo, el duelo?».
Silencio.
En la pared, baila la aguja de un barómetro.

Autorretrato – Adam Zagajewski

Autorretrato

Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.