Más bien no tener palabras,
sino estrellas, sino rosas.
Más bien decir, al pensarte,
la belleza: ella te nombra.
Ah, si el mundo que sé y quiero
se implantara, forma a forma,
¡qué plenitud, qué alegría,
qué nueva creación gozosa!:
Desbordarían las fuentes
a la sed; las tensas rocas
a los cielos; la caricia
a las manos creadoras,
felicidad!
Todo, nuevo
a tu imagen; todo sombra
de tu paso: porque existes
y vivo tu eterna hora.
¡Cima, plenitud: sentirte
descanso del alma, y forma!
¡Quererte!: florecer astros,
y estrellar la noche a rosas...
Archivo de la categoría: Premio Adonáis
Carmen de la riqueza- Eugenio de Nora
Yo, muchacho aldeano, regresando
por mis años de fresca y verde senda,
traigo, para tu tiempo, la alegría
de aquella inagotable primavera.
Para tu boca traigo la caricia
de tantas flores de color que sueña;
para tus ojos en los que oscurece,
la estrella de la tarde triste y bella.
Traigo la voz del agua que ha pasado
en el silencio tibio de la hierba;
te traigo el cielo, corazón sonoro
con álamos de música y ribera.
Abre tu alma. Mira el valle inmenso.
Nos ha correspondido esta riqueza.
es todo tuyo. el borde de la dicha
va más allá del tiempo y de la tierra.
Carmen de la lluvia fina – Eugenio de Nora
¡Oh universo en que quiero
estar! ¡Ramo de estrellas!
Estas gotas de lluvia,
tierra tibia, te encuentran...
Hasta ti fue la vida toda
como un inmenso mar de ausencia.
Pero, poco nos basta.
Las medidas humanas
no son tan infinitas como piensas
felicidad: ese algo
de concreción, de pura forma bella,
ya nos basta. ¡Racimo
de lluvia, cabellera
levemente mojada,
y que ilumina una sonrisa eterna:
te basta ya!
Y éste es el mundo
estrellado en que habitas; ésta era
la lejanía soñada. ¡Canta!
Aquí está la promesa.
Carmen de las flores tempranas – Eugenio de Nora
Los almendros en flor, embriagados
en la luz clara de la tarde,
dan su color feliz y delicado
a la esperanza núbil de los aires.
¡Las flores al azul, precisas, leves,
las hojas verde y luz en la corteza;
la maravilla, los almendros de aire
sobre esta tierra parda y seca!
¡Oh corazón, ya llega abril; ya el cielo
tendrá el color de la felicidad!
Mira las flores: ah, suspiran;
están diciendo que amarás.
Carmen de la impaciencia – Eugenio de Nora
¡Oh mediodía! Mis oscuros ojos
del valle al monte lentamente van,
buscando entre lo verde, o en lo blanco,
ay, rama o nieve en la que descansar.
Pero los caminos del aire y la tierra
los paseaba sólo la tristeza.
Yo buscaba en la vega, en la cima,
mi compañía, mi alegre libertad,
y ni ternura vegetal ni frío
me habrían podido contestar.
Todos los caminos del aire y la tierra
esperaban algo que nunca llega.
La corola tan azul del cielo,
hecha tiempo, se mustia al girar,
y el mismo sol, el mismo sol de oro
va decayendo con dulzura astral.
Mira, ¡tantos caminos de tierra y aire!,
y van sin nadie, solos de no encontrarte.
Carmen del amor implacable – Eugenio de Nora
Está lejos el mar, pero recuerdo
el musical chasquido de las olas
—oh cima, oh prados de agua florecida—,
corona de la fuerza melodiosa.
Está lejos el mar, pero recuerdo
la luz del sol en mil alfanjes rota,
la intensidad feroz, la luz de fuego
reverberando, primavera honda.
Oh, la visión alegra y embellece
la tristeza infinita de las horas
en espera; el azul innumerable
acoge al alma innumerable y sola.
Está lejos el mar, pero ¿Quién ama
sin recordar las implacables olas?
La Fuerza insoportable hiere, rapta,
y de palabras bellas nos corona.
Carmen de la tarde bella – Eugenio de Nora
Querría solamente una rosa;
esta luz clara y tibia en los ojos,
y una rosa entre las verdes hojas.
Una rosa,
para mirarla, para descansar,
para sentir el alma y ver su forma;
para estar solamente en silencio,
en armonía con la tarde hermosa.
Dejar que el tiempo, como una muchacha
deshoje su blanca corola,
eligiendo, dejando caer
entre las cosas, nuevas cosas;
el tiempo de luz y de sombra...
Quisiera solamente ser
una ternura frente a otra;
quisiera únicamente soñarte;
quisiera una rosa, una rosa.
Carmen de la voz más pura – Eugenio de Nora
¡Maravillosos pájaros del alba!
Los musicales ramos
del aire, quietos. ¿Para quién
cantamos?
...Decís el cielo, lejana rosa
y violeta; en lo alto,
es azul, tiempo. ¿Para quién
cantamos?
La primavera secará sus flores.
cuando el amor vuele en el viento, el tallo
estará roto. ¿Para quién
cantamos?
¡Música dulce, oh voz de madrugada!
No he conocido lo que amo;
pero yo canto con vosotros,
¡maravillosos pájaros!
Cuando el amor no dice la última palabra – Vicente Gaos
La tarde pastoral, de alterno cielo
rayos de tu tormenta desatados,
mas luego azul total, cielo amados,
me llena de pasión o de desvelo.
Asciendo así del tormentoso anhelo
a una paz de reposos entregados,
mas desciendo otra vez a los estados
mismos de que partí para mi vuelo.
Ay, esta indócil pleamar me inunda,
esta tarde frenética y liviana.
Déjame, pues, sí, deja que me hunda
en este frenesí de lluvia vana.
Luego me elevaré hasta ti, profunda.
Luego serás mi primavera humana.
La máscara de oro – Miguel Ángel Velasco
Se templó para cifra de una vida,
relieve rotundo que fijara
coraje o grandeza. Quiso, al tiempo,
velar en una imagen serenada
el gesto lacerante.
Y buscó, acaso,
cuajar en lumbre quieta el resplandor
que atraviesa los rostros.
Esa luz que ilumina los semblantes
cuando saltan la hoguera.