Y es siempre el terror a los veranos
y el lento no saber.
Voy hacia el nombre.
Tal vez me llame invierno
en el país del lenguaje.
Cuando no hay viento,
y el silencio se olvida de cerrar
una ventana,
hago el refugio en mi imagen perdida.
El alma
desparramada por los mundos,
reúne sus pedazos
en las noches sin luna.
El universo entero
se acerca de puntillas a mi mesa
cuando recobro la manera de mirar.
Archivo de la categoría: Paulina Vinderman
Pongo un vaso y una flor… – Paulina Vinderman
Pongo un vaso y una flor
en la mesita atestada junto a su cama,
pero él no los mira.
En realidad lo hago para mí.
La vida todavía debe ser para mí,
el viento que insiste en abrir la ventana
aún puede dejar un poema en la escudilla.
La crueldad de haber arrancado la flor
a su madre planta, para mi egoísmo –
verla morir en un escenario sórdido-
es un anzuelo limpio (carece de rencor.)
Del otro lado, la bolsa de sangre lanza
destellos azules, mal copiados, de mi flor.
Para avisarme que ella es la vida por ahora:
una paciencia de color azul.
(La lluvia que veo caer sobre los tubos
de oxígeno en el patio, también es para mí.)
Los días se han vuelto cada vez más escasos… – Paulina Vinderman
Los días se han vuelto cada vez más escasos.
«Si yo fuera el invierno mismo», hablaría
de culpas, frías como el alcohol sobre la piel,
frías como la cama al lado de la ventana rota.
Esta es una isla de detención
(rodeada por un mar que no vemos).
Las voluntarias vestidas de rosa
son tan dulces y compasivas que provocan furor,
no pueden con el invierno,
(no pueden con nuestro invierno.)
El aire es tan denso que a su través,
puedo ver las partículas de dolor como flores
de un empapelado envejecido.
Flores de ceniza, flores de estuco.
Palabras que ya nunca diremos.
Lavo la taza y las cucharas mientras espío
la caída del sol: un vertiginoso cielo
color limón que cae del otro lado del mundo,
sobre árboles talados demasiado temprano.
Tan antiguo esto de robar un sueño… – Paulina Vinderman
Tan antiguo esto de robar un sueño
a alguien que pasa.
El mismo sueño que rueda por entre las mesas
de esta fiesta abandonada.
De esta ciudad vacía de celebraciones
verdaderas.
Nadie posee nada en esta calle.
Las cosas se acumulan
en cajas, en números,
en miedos vigilantes
que se suman como otra cosa más
a las palabras impuestas.
Lo único que existe,
es este sueño oscuro e imperioso
de otra ciudad.
Donde no sea necesario
robar un sueño a alguien que pasa.
Y si hubiera nacido hombre… – Paulina Vinderman
Y si hubiera nacido hombre
habría sido marinero
con una azul mortaja como lecho.
Madre, no me dijiste nunca
que había que pagar un precio
para hablar con las flores.
Detrás de tantas ventanas
las mujeres se peinan para recibirlos.
No me enseñaste nunca
que había que pagar un precio
por haber nacido mujer
y marinera.
Mi amor a punto de morir
no sabe
que amo únicamente ahora
que no hay vientre ni ola ni deseo.
Mi amor a punto de morir
no sabe
que únicamente lo amo porque muere
y quedo libre de todo excepto
de escribirlo
eligiendo los momentos del goce
como un conquistador antes del oro.
Mi amor no sabe
que el único al que amé
fue aquel marino de la fotografía
que jamás conocí.
Porque me enamoraba únicamente
de los derrotados.
Porque habrá naufragado
con una azul mortaja como lecho.
Porque sus ojos eran huérfanos
como los míos,
sucios de tormentas y remedios solitarios
contra el amor, la blandura,
la nostalgia de tierra.
Madre, no me enseñaste nunca
a ordenar mis pedazos
Me dejaste cortarme, cortarme,
con cuchillos de mar y de ventanas.
«Las mujeres se peinan, decías,
para recibirlos.»
La mujer – Paulina Vinderman
Porque no duerme
juega a creer que todos en el silencio de
la casa
se apagan para que la luna
obtenga el permiso para entrar.
De rodillas frente a la ventana
toma conciencia de su piel,
del hoyo en el brazo por la vieja quemadura.
(La abuela le decía ante las velitas
que si soplaba fuerte crecería más rápido)
— Debo haber soplado muy fuerte—
piensa
y mira hacia abajo pero no hay hormigas,
sólo un muslo blanco
como las calas de la tía Flora
hundiendo el invierno sobre la mesa.
Con la primera claridad la mujer
ve despeñarse, sin perder —sin ganar,
una a una las estrellas.
— Un corto, blanco resplandor— se dice,
siempre es un resplandor.
Como aquel tramo de río a atravesar.
Como el dibujo de una flecha
en el aire.