Cada vez que levante los ojos… – Susana March

Cada vez que levante los ojos
beberé toda el agua del cielo.
Su agua azul, temblorosa de pájaros,
se me irá derramando por dentro.

Y allá donde las sombras mezquinas
me despierten un mal pensamiento,
allá donde se agiten las alas
nocturnas y vagas de tristes deseos,

formará el claro río una charca
de profundo y tersísimo espejo,
zodiacales los signos en torno,
y la estrella de Sur en el centro.

Y si un día me siento agobiada
de tener tanto cielo en el pecho
me hundiré en una charca clarísima
con un rayo de sol en el cuello.

Suicida de azules riberas,
yaceré sobre un lodo arcangélico.
Un reposo de miles de años
me estará acariciando los huesos…

Alrededores de la luz – Eloy Sánchez Rosillo

Casi sin ver la realidad del día
ni la certeza de su claridad,
ando en busca de ti, de los vestigios
de unos años, de un mar, de unos lugares.
Porque la sombra avanza y los astros escriben
sus órdenes fatales en mi frente,
y es triste a solas proseguir la angustia
de los caminos que iniciamos juntos.

Pensar un cuerpo es inventar la noche
de las islas perdidas, el fulgor
olvidado en los brazos de la hierba.
Es difícil ahondar en el silencio,
llenar de amor el hueco que el instante
abre en el grito con que te pronuncio.

No escucho la presencia de tus pasos
vigilando la herida de los versos escritos
ni el temblor desolado de la tarde
deja en mi voz el poso transparente
de lo que ardió y se fue y es ya elegía.

Seguir es regresar, volver al borde
del lecho aquel, de la blancura en llamas.
La soledad me dicta letras anochecidas
y las horas se duermen en el pulso del tiempo.

Vuelve a llamarme. Esparce tus designios
en las proximidades de otra hoguera.
Se acabará el sonido del invierno,
la mirada extendida, la sed de las palabras
El deseo que recuerda el color de unos ojos
descansará en la tierra que conoce.
Las calles arderán a mediodía
y cantará la luz entre mis manos.

Baño en cueros – Carlos Barral

Haberlo vivamente deseado y verlas
pisar el agua que la luna enturbia
y estarlas a mirar; los cuerpos blancos
romper la sombra del metal luciente
-desnudo universal, desnudo hasta la muerte-
y quedarse indeciso, en pie, en lo oscuro,
como un viejo marino sospechando un tiempo
súbitamente aventuroso, y, luego,
olvidando los restos de la cena triste
con guitarra y golletes salivosos,
entrar a carga de animal entero
llamado por el agua o por los cuerpos.

Corre hasta el filo castrador del frío,
agua como de espadas.
                                           Las estatuas
se ablandan entre risas, en la espuma.

Nada dos veces – Wislawa Szymborska

Nada sucede dos veces
y es lo que determina
que nazcamos sin destreza
y muramos sin rutina.

No por ser el más obtuso
en la escuela de lo humano
puedes repetir el curso
de invierno o de verano.

Ningún día se repite,
ni dos noches son iguales
ni dos besos parecidos,
ni dos citas similares.

Hace poco por tu nombre
alguien te llamó de cerca,
pensé que caía una rosa
desde tu ventana abierta.

Hoy tu mirada rehúyo,
clavo la mía en la hiedra.
¿Rosa? ¿Qué es una rosa?
¿Es una flor? ¿Una piedra?

¿Por qué el instante presente
vértigo y pena procura?
Hoy siempre será mañana:
es y será su hermosura.

Entre sonrisas y abrazos
verás que la paz se fragua,
aunque seamos distintos
cual son dos gotas de agua.

La noche de la perversión- Efraín Huerta

El caracol del ansia, ansiosamente
se adhirió a las pupilas, y una especie de muerte
a latigazos creó lo inesperado.
A pausas de veneno, la desdichada flor de la miseria
nos penetró en el alma, dulcemente,
con esa lenta furia de quien sabe lo que hace.

Flor de la perversión, noche perfecta,
tantas veces deseable maravilla y tormenta.
Noche de una piedad que helaba nuestros labios.
Noche de a ciencia cierta saber por qué se ama.
Noche de ahogarme siempre en tu ola de miedo.
Noche de ahogarte siempre en mi sordo desvelo.

Noche de una lujuria de torpes niños locos.
Noche de asesinatos y sólo suave sangre.
Noche de uñas y dientes, mentes de calorfrío.
Noches de no oír nada y ser todo, imperfectos.
Hermosa y santa noche de crueles bestezuelas.

Y el caracol del ansia, obsesionante,
mataba las pupilas, y mil odiosas muertes
a golpes de milagro crearon lo más sagrado.
Fue una noche de espanto, la noche de los diablos.
Noche de corazones pobres y enloquecidos,
de espinas en los dedos y agua hirviendo en los labios.
Noche de fango y miel, de alcohol y de belleza,
de sudor como llanto y llanto como espejos.
Noche de ser dos frutos en su plena amargura:
frutos que, estremecidos, se exprimían a sí mismos.

Yo no recuerdo, amada, en qué instante de fuego
la noche fue muriendo en tus brazos de oro.
La tibia sombra huyó de tu aplastado pecho,
y eras una guitarra bellamente marchita.
Los cuchillos de frío segaron las penumbras
Y en tu vientre de plata se hizo la luz del alba.

Si me llamaras, sí,… – Pedro Salinas

¡Si me llamaras, sí,
si me llamaras!

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
—¡si me llamaras, sí, si me llamaras!—
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.

En la belleza creada por otros – Adam Zagajewski

Sólo en la belleza creada
por otros hay consuelo,
en la música de otros y en los poemas de otros.
Sólo otros nos salvan,
aunque la soledad sepa a
opio. Los otros no son el infierno,
si se les ve temprano, con sus
frentes puras, lavadas por sueños.
Por eso me pregunto qué
palabra debería utilizarse, «él» o «tú». Cada «él»
es una traición a un cierto «tú» pero
a cambio el poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo.