Para ti, profundamente.
Para David García Bacca,
esta «desvergüenza».
I
Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
Las consabidas alas de este mirar,
La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
Juntad las de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.
Me devora, del espíritu, la absoluta permanencia de estos polos.
Te escucho, como el ámbito a sí mismo de los cielos,
Allá en cuantas las miradas, en el golpe a ciegas de mi paso.
Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:
De ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.
Con el ceño adusto al trasluz de las sienes,
Toda inquieta en cima de voces,
De pronto me acusas a deudas, a más rehenes.
¡Habrá espacio de cabida
Junto al labio gota a gota de tus senos?
¡Mente, de flores tan vacía!
Afuera el grito, los deleites;
A darte encuentro, las brisas relucientes.
Me mantuve afuera, en suelo de leones:
Deseando el cumplimiento de tu sexo,
De cuanto jugo a altas horas de este cuerpo seminal,
De cuanto crece en la pendiente.
Ya no miro. Me golpea la sangre de los ojos.
En trances tales de denuedo como el párpado de los héroes,
Ya no asiento el calcañar.
¡Oh vientre, oh boca en la frontera!
Pecho absoluto de mis ansias,
Me vacías, pecho mío, de substancia y tiempo en derredor.
Y reparos, valladares y provincias
A cuanto supe desear.
¡Abridme! llevo el ala fatigada
De arrecios tantos, de espumas y de celos.
Estoy de pena y resonancias,
Más aún: de gala y esponsales.
Os diré ayes como un latido de aguas.
Abridme las urnas, al conjuro de estas lágrimas.
¡Oh vehemencias! mis venas agolpadas en su cúmulo.
¡Oh huésped mía de delicias:
De monte en valle, de noche en claro, de tienda en tienda,
Cabe el temblor seminal de las rodillas,
Como el ámbar del estío en la cepa de la vid,
¡Te acrecientas de presencia, -penetrante y temblorosa de substancias seculares!
Su contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me está vedado?
Van mis órdenes: a su merced, la hacienda.
¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta tan deseada!
Crecida noche, en su caudal de luna, ¡oh gargantas de blancura!
¡Ay! decidme cuánta savia de mi lecho.
Más adentro la pupila, las moradas, cuánto lo escondido.
De vivas flores, en la cumbre, abierta al calor de mis entrañas.
Ya podrá Ella entonces desnuda luego palpitar.
¡De riberas adelante! ¿Dónde están los montes, las otras potestades?
En tela de su dicha, ¿dónde cabe más algo desear?
Ni seda otra, ni tal soporte.
Me conoces, me presentas en campos desatados.
Oh primicias de este único menester!
Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡oh cuenca eterna de salivas!
De moradas me regalan.
Y tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.
E! labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,
¡A la herida declarada de tus senos!