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Las cosas olvidadas – Pilar Paz Pasamar

Desprendidas estáis en mi memoria
por las urgentes manos del olvido.
Puedo pensar, tan solo, que habéis sido
paso de nube o ave transitoria.

Que cruzasteis un día por la historia
del corazón sabiéndolo dormido,
y fue tan leve el paso y sin sonido
que no os pudo aprehender. Por la ilusoria

madeja que es el tiempo, busco en vano
el hilo del regreso, mas la mano
que os enreda mantiene esa porfía.

Y aunque reclame vuestra carne ausente,
y aunque la invoque, sé que inútilmente
os pienso ya. La eternidad no es mía.

¿Dónde voy yo…? – Pilar Paz Pasamar

¿Dónde voy yo, Dios mío,
con este peso Tuyo entre los brazos?

¿Para qué has designado
mi pobre fuerza a Tu cansancio inmenso?

Si quieres descansar, descansa en otros,
apoya Tu palabra en otras bocas
que te dirán mejor. Yo quiero ir
a solas por el campo, sin motivos,
sin lazos y sin cosas. Vete ya,
no soy yo quien debiera sostenerte.
Tu peso duele mucho, y es muy grande
Tu fatiga de Dios sobre mi cuerpo.

¿A dónde quieres ir sobre este vano
caminar de mis pies, que no se orientan?

Búscate un lecho blando
en el pecho del niño o del poeta,
pero déjame a mí, muda y perdida,
sobre la tarde sola.
No huelles más mi hierba que humedece
un rocío continuo y desvelado.

Estoy empobrecida de lágrimas y gestos,
no tenga más calor que el de esta pena sorda,
y eres muy grande Tú para este frío,
y es muy pequeño el beso de mi boca.

¡Déjame ya, Señor! ¡Hay tanta espiga!
¡Hay tanta espiga enhiesta…!

No recorras
este arenal desierto de mi huida.
¡Déjame ya!… ¡Se está tan bien a solas!

Piedra Fluvial – Pilar Paz Pasamar

(Camino del Puerto a Rota,
por las lindes de la base)

Toman el sol como los caparazones
cubiertos de verdín
los plácidos quelonios de la base.
El pulpo vegetal, la yuca, en la cuneta
nos saluda -quién sabe si a nosotros
o a las gaviotas- levantando airoso
sus tentáculos verdes.
Y el nopal y el naranjo y la pita
y el pino y la chumbera
festonan los caminos desde el Puerto hacia Rota.

Mi tierra, Asta Regia turdetana,
alzada entre marismas,
tierra de polvo oscuro y albarizas,
polvo de ánforas púnicas y columnas tartesas,
con tres mil años de esqueleto.
A un lado, adoradores del lucero del alba,
-el lucifere forum- y Chipiona
que pastorea el río más hermoso,
Guadalquivir Florido,
hasta el abrevadero del océano.
Y aquel Xerex Xaduña de los cuatro portales
hacia Arcos y Medina Sidonia e Ixbiliha,
la de los Olivares e figueras,
y el puerto de Alcanate-Menesteo,
y el río Wadi Lakka,
y el río Guadalete,
el río del olvido de la guerra.

Y la historia de tumbas y arenas gaditanas,
toda una tierra fértil de paciencia,
arrodillada siempre con bandejas solícitas
de espumas y palomas
y, hoy por hoy, como siempre arrodillada
junto a grandes tortugas que sestean al sol.

-(Tú, mar, queda en tu sitio.)-

¡Oh, Wadi Lakka mío, mi río del olvido,
mi río paraíso, desbórdate y anega!
¡Desbórdate e inunda! ¡Desbórdanos y ciéganos
de olvido nuestros ojos y pon de azul el miedo!

Corre, deja tus márgenes,
apáganos la sed de tantos siglos
ya que nada ni nadie te lo impide.

Porque esto era lo tuyo – Pilar Paz Pasamar

Era todo lo tuyo, y por eso lo quiero.
Cerrar, cerrar los ojos, y que pasen tus manos,
ahogarme sobre el mar de la agonía
y dormir desmayado, cara al cielo.

Porque eso era lo tuyo, y por eso lo quiero…
y darme al fin (el hombre es una entrega),
y yo me entrego, así, sin desconsuelo,
como acepté tu ofrenda, aunque sabía
que había de romperse contra el suelo.

Y se hizo mil pedazos. Te quedaste
roto en mi corazón, como un gran beso
que se esparce en los labios, diluido,
y sube en mil partículas al cielo.

Y ahora me entrego yo, tan fríamente,
que ni siquiera siento
éste abrirse del alma -sin postigos
la reja del sentido y del recuerdo-.

Me doy porque te diste, y he copiado
ese morir desnudo de tu pecho
y romperse en la vida, como tú
te rompiste en mi sueño.
Porque darte es lo tuyo, criatura,
y por eso lo quiero…

El reclinatorio – Pilar Paz Pasamar

¿Quién colocó mentira sobre el suelo
para las descansadas bienvenidas?
¿Para qué fe sin luz, ansias mullidas
arropan el dolor con terciopelo?

Quien cabalgue amargura, vaya a pelo
con las roncas espuelas doloridas,
fluyéndole la sangre por las bridas,
sobre las ancas de la bestia en celo.

De rodillas aquéllos, los que ignoren
que pueden encontrarte en una rosa
o en la terrible soledad espesa.

Que es muy fácil, Señor, que aquí te lloren
con una bienvenida presurosa
y la sangre rotundamente ilesa.

Unidad – Pilar Paz Pasamar

Madre, tu eres ya no tuya sino mía.
Te has ido dando como la luna sobre el agua.
Toda tu claridad se han reflejado
inmensa, sobre mi alma.
Madre, ya no eres tú,
tu risa no es tu risa.
Soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos.
Quien te vive y respira por ti. Ya no eres tú,
madre mía. Has fijado
tu claridad lo mismo
que la luna en el lago.
En mí tu imagen flota, reposa, duerme, gira,
en una simbiótica unidad que nivela
tu carne con mi carne, tus ojos con mis ojos,
tu pena con mi pena.
Y tu fin – extinguirte sonriendo – es el mío.
-¡Tu fin !- Allá en lo alto te esperará una estrella.
Yo te sujetaré con mis manos (¡tan jóvenes!)
más arriba del mar, más arriba del tiempo.
Y nos daremos juntos, madre mía, tan juntos
que Dios no sepa nunca distinguir si eres una
o somos dos a una los que nos hemos muerto.

Reprocho a las cosas que le entretienen – Pilar Paz Pasamar

( ¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis! )

Altas de talle y, bien plantadas.
y cien veces aborrecidas
cuando se espera de esta forma
desesperada y decidida.
¿Con qué hebras tejéis los hilos
que me lo ensartan y desvían,
urdidoras de mi coraje
y robadoras en porfía?
¿Por qué caminos o qué atajos,
agazapadas, repentinas,
le dais el alto, santo y seña,
paso le dáis para que os siga?
¡Si yo no puedo en la distancia
ganar batallas ni partidas,
enfrentarme con vuestros aires,
regatearos con mi risa,
reclamaros con mi presencia
su. necesaria compañía!

( ¡Ay, qué blancas debéis ser
que así me lo entretenéis! )

Cuando llegue, no habrá palabras,
razón que valga y que me asista,
vendrá cansado y solitario
con la frente desvanecida
y -a tres cuartas el corazón,
achicada y medio escondida-
yo iré quitándole de en medio
toda la carga de este día,
porque no note mi cansancio
ni se le acerque mi ceniza:
los desperdicios de mi sueño,
los retales de mi alegría,
las cortezas de aburrimiento
y el agua muda que se agria.
A nadie le dolerá el aire,
a nadie pasará este día…
¡Y he de llevar el plomo oscuro
de su cuerpo mientras viva,
la memoria de aquellas horas
en las que todo enmudecía,
en las que todo fue silencio,
latir de alas oprimidas,
metal de espera por las manos,
por las sienes y las rodillas!
Nadie sabrá. Nadie. Ni él mismo.
Una de tantos… Sólo un día…
Todo perdió su sal, su vez…

( ¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis! )

Mundo nuevo – Pilar Paz Pasamar

Este es mi mejor mundo
puesto que tú lo habitas
-lo habitamos-, en medio
del llanto y la palabra.
Para estrenarlo, hubimos
de adoptar la esperanza
que, como lazarillo,
guiara nuestros pasos.
La soledad contigo
qué dulce se presenta.
El mar, contigo, al fondo,
su amistad nos ofrece;
el pájaro nos canta,
el agua corre limpia,
por la noche asomamos
nuestros rostros en paz
juntos, frente a la estrella.
Y cuando en el instante
de sentir a Dios, tomas
mi mano, qué silencio
mi corazón recoge.
Todo está más que dicho
en ese mundo antiguo
donde tú rescataste
mi tristeza. Hoy estreno
la luz, la verdadera,
la única que podía
iluminar mis ojos.
Amor, un mundo nuevo,
un reducido mundo
para cantar: es todo.
Ya es bastante: lo único.

Intermediario ser, anfibio alado… – Pilar Paz Pasamar

Intermediario ser, anfibio alado.
Amor hecho de raptos y de ausencia,
a otros alimentaste con tu ciencia
desposeyéndome del esperado.

Bien sé cómo eres, aunque disfrazado
cruzaras tantas veces mi dolencia,
haciéndome creer que era experiencia
de ti lo que ni apenas tu recado.

Ahora, burlada, llega el importuno
labio de quien te sabe a repetirme
tu nombre con informes y resabios.

Condenada a la espera y al ayuno
no te alzaré la voz ni habrás de oírme
porque la soledad no tiene labios.

Presente – Pilar Paz Pasamar

He llegado a mirar la historia con ojos amables.
Comprendí no a los que habían sido peores o mejores
sino a los que existieron realmente.
Por fin hallé interés
en sus rostros cohibidos por unánime susto
sobre los mármoles.
Todos ellos —tal vez merecedores
de la inmortal nomenclatura—
acechados por la red de lo eterno
fueron insectos capturados o algo muy parecido
a lucir luego bajo la impecable
prisión de las vitrinas.
Así fue como nunca pude llegar a amarlos
porque estaban cubiertos de erudición y rito
y eran —tal Gundemaro, o Sófocles, o César—
obligación de aulas, olor espeso de pupitre,
tinta de letanía, venganza de aburridos.
Hoy he sabido ver la historia de otro modo
porque al fin he sabido que no existen historias
sino un instante único en el que somos todos
creados, aunque no lo entendáis, al mismo tiempo.
Codo a codo, los que concluyen inauguran,
inician otro amor, según lo hayan sentido,
así que no lloréis porque nada hay debajo,
nada queda enterrado sino vivo
en un presente rojo, de roja llamarada
donde caben, incluso, esas constelaciones
perdidas, y los monstruos del plioceno
mano a mano con el último
yeyé y el último rey jíbaro.
Por eso, como todos los que están
—aunque estén por venir— somos al mismo tiempo,
he sentido un profundo y provinciano amor
por mi vecino Sigerico
y gran ternura por los lacedemonios
que viven en el piso de al lado.
Sí, hemos de amar a todos, porque están con nosotros,
aprender a hablar de ellos como de seres vivos.
Él los está mirando al mismo tiempo
que nos mira a nosotros. Pero nos mira concluidos,
incorporados, recién llegados, juntos
en el todo que hoy desmenuzamos
—siglos, edades, eras, años, ciclo, estaciones—:
en el presente parpadeo
de sus enormes ojos lúcidos y creadores,
abarcadores, fijos, donde nada se pierde,
ya os lo digo, ni el último que llegue de los últimos.