Cuando el crepúsculo, casi extinto,
se detiene en la mirada, hay un barco
fatigado por el rumor del oleaje
que se convierte en lágrima, rozando
el rostro, surco a surco.
Es cuando las manos, de tan inquietas, se reflejan
en el corazón de las aves.
¿Aceptación o dádiva, caricia o dolor, súplica o rabia?