Cipris, mi capitana; Eros vigila el rumbo
sosteniendo el timón de mi alma en su mano;
el Deseo violento provoca tempestades. Y es que nado
ahora en un mar de amor de muchas razas.
Por su torso, Diodoro; por su mirada, Heráclito.
De Dión, su habla tan dulce; de Ulíades, las caderas.
Puedes palpar, Filocles, la tierna piel de aquél, mirar al otro,
charlar con ése, hacerle lo demás al otro chico.
Sabes qué poca envidia hay en mi mente. Pero como a Miísco
me lo mires goloso, jamás disfrutes viendo nada bello.
—Ola de amor amarga, celos que me alentáis sin desaliento,
alta mar del deseo tormentosa ¿adonde me arrastráis?
Desgobernado queda sin remedio el timón de mi pecho.
¿Divisaré otra vez a la sensual Escila...?
Sin descanso me inunda los oídos el eco del Deseo.
Mis ojos en silencio a las Pasiones le ofrecen llanto dulce.
No trajeron sosiego ni la noche ni el fulgor de los días,
y ya en mi corazón la cicatriz de filtros amorosos
instalada se sabe. Ay, Amores alados, ¿no me sobrevolasteis
otras veces?
¿Por qué no sois capaces de remontar el vuelo?
Poesía de todas la épocas y nacionalidades