Archivo de la categoría: Blanca Andreu

Marina – Blanca Andreu

Te he visto, océano
te he galopado
a lomos de un violín
de madera pulida
de un potro alabeado
del color del cerezo
y eras, océano
un prado
de hierba azul
en movimiento.

Como si fueras
el propio olvido
te he visitado
océano
emperador de las aguas
espejo profundo del cielo
y he visto en tus eternas barbas de espuma
cereales azules y flores del silencio.

Amor mío, amor mío, mira mi boca de vitriolo… – Blanca Andreu

Amor mío, mira mi boca de vitriolo
y mi garganta de cicuta jónica,
mira la perdiz de ala rota que carece de casa y muere
por los desiertos de tomillo de Rimbaud,
mira los árboles como nervios crispados del día
llorando agua de guadaña.

Esto es lo que yo veo en la hora lisa de abril,
también en la capilla del espejo esto veo,
y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra Alejandría
ni escribir cartas para Rilke el poeta.

Di que querías ser caballo esbelto, nombre… – Blanca Andreu

Di que querías ser caballo esbelto, nombre
de algún caballo mítico,
o acaso nombre de tristán, y oscuro.
Dilo, caballo griego, que querías ser estatua desde hace diez mil años,
di sur, y di paloma adelfa blanca,
que habrías querido ser en tales cosas,
morirte en su substancia, ser columna.

Di que demasiadas veces
astrolabios, estrellas, el nervio de los ángeles,
vinieron a hacer música para Rilke el poeta,
no para tus rodillas o tu alma de muro.

Mientras la marihuana destila mares verdes,
habla en las recepciones con sus lágrimas verdes,
o le roba a la luz su luz más verde,
te desconoces, te desconoces.

Así morirán mis manos oliendo a espliego falso… – Blanca Andreu

Así morirán mis manos oliendo a espliego falso
y morirá mi cuello hecho de musgo,
así morirá mi colonia de piano y de tinta.
Así la luz rayada,
la forma de mi forma,
mis calcetines de hilo,
así mi pelo que antes fue barba bárbara de babilonios
decapitados por Semíramis.
Por último mis senos gramaticalmente elípticos
o las anchas caderas que tanto me hicieron llorar.
Por último mis labios que demasiado feroces se volvieron,
el griego hígado,
el corazón medieval,
la mente sin cabalgadura.

Así morirá mi cuerpo de arco cuya clave es ninguna,
es la música haciendo de tiempo,
verde música sacra con el verde del oro.

Cinerario – Blanca Andreu

a Marta

I

Ahora me pregunto qué sería de aquel fuego
y de su noche, la ceniza.

II

El fuego es dios de nada, dijo el poeta, es nada
aunque a veces sople por las chimeneas
un aire alemán.

III

Ahora me pregunto qué fue de aquellos fuegos
y de su norte, la ceniza.

IV

El fuego es dios de nada -dijo el poeta- es nada
y jamás se controla por educación
o cualquier otra
sino que obra
y porfía.

V

Ahora me pregunto que será de aquel fuego
y su sepulcro, la ceniza.

Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes… – Blanca Andreu

Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes,
qué silencio crecido en un secreto como las ramas y
las catedrales
cuando la música de marzo tiene la verdad a sus pies.
Qué estaciones donde nada hay y ningún mensajero recuerda
aquella música lejana, aquellos ojos que brillan en la
oscuridad
como dos animales vivos.
Sobre la niebla, entonces, propagaba su pensamiento
y relaciones y analogías relucían semejantes a peces,
recuerdos refulgiendo sobre el lomo del mar, huraños
pasillos de la memoria, entonces -los últimos
sentimientos, negros como la sombra en la bodega,
se saben todavía mal interpretados -qué astrolabio
y qué brújula, qué viento del noroeste
para el sombrío capitán Elphistone, para su mirada
cuando saluda a las constelaciones, el Boyero y las
Cabrillas
contra el incendio de las tempestades
o bien qué mueca definitivamente fría como un hueso.

Sangro de veras sangro luz… – Blanca Andreu

Sangro de veras sangro luz que se escapa y es en mí donde las
cabalgaduras se reúnen para arrancar con orlados cascos ancas
de piedra atesorada la asesina vegetación del tomillo y las llamas
de mayo. También arrastro mi sueño como un vestido manchado
sucio y celeste originado por el ángel que divulga la sangre la sed
arrastro mi sueño emerjo bajo un mediodía inmoderado arrastrando
y dejando ángulos letras que penden de los cielos de la sangre la sed.