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Contrapicado – Diego Medina Poveda

Desde la Tour de la Bretagne de Nantes

Abajo la ciudad nos contemplaba
en un contrapicado fastuoso
urdida en la corteza de las calles,
éramos esta vez
nosotros los gigantes y vigías del abismo.

No había edificio que pudiera
vencer la altura inmensa de sus ojos,
urbanas aves
que posan el deseo en ascensores
y suben por encima de las tardes.

Fundida al horizonte, recuerdo su sonrisa,
trémula por la luz que claudicaba,
y el rayo verde – al fin nuestra esperanza
encendida en la lumbre de una estrella
se desplomaba astuta en la certeza
de la sangre caliente y de las bocas.

Dos cuerpos que habían conquistado
el tiempo y su metrópoli
se besaban de noche vencedores
de la hora incesante,
del tráfico perpetuo de los días.

Abajo la ciudad les contemplaba
perdidos en la cumbre de las lámparas:
más alto era el amor que los tejados.

El mundo interior – Diego Medina Poveda

Hoy tienen tus palabras acertijos
que sólo tú descifras con tu verso,
hoy en tu cuerpo de agua el universo
se ha derramado entero con sus hijos.

Hoy tu boca se adentra en el secreto
de las horas ocultas y alfareras,
y hay un murmullo de aves extranjeras
que traduces al ritmo del soneto.

Eres la exhalación de los objetos,
la mano que desmiembra unas entrañas
y encuentra en las arterias nuevos mundos,

relojes que se olvidan los segundos
en un instante hueco en tus pestañas.
Eres la historia de los alfabetos,

una etimología de los sueños
que calladas pronuncian las montañas.

A una transeúnte – Diego Medina Poveda

Fugitive beautè
Charles Baudelaire

ME transportó su olor a los colegios,
a cuadernos escritos de caligrafía,
al sol que bostezaba en los pupitres.
Ella pasó y también su cuerpo,
pero en el aire
quedaron las imágenes sonoras,
mi infancia en el patio,
el primer beso:
el recuerdo es la línea que maquilla el tiempo
con el lápiz de ojos de un instante.

Crepúsculo de sombra – Diego Medina Poveda

He de salir, salir y no ser nada,
no ser palabra ya que arda en la boca,
he de salir como agua en el arroyo
en líquida estampida que desborda
el ser y nada guarda en su cauce;
caminar por recuerdos, las memorias
cercadas por los diques de este cuerpo
que vuelen y no sean ya memorias;
y después como el agua prosigue,
como deja de ser cosa corpórea
por mi frente en cascada se termina
y de ser deja para ser ya rosa,
rosa de luz, luz del alba que tiembla,
sombra y fuego, crepúsculo de sombra.
Y es que cuando la carne se ilumina,
cuando nace el estío en la gran bóveda
y de esta tierra irradia lo concreto
el agua del arroyo se evapora,
arde lo azul, y es eterna arriba…
Y así como eternas son las horas
quiero salir y ser eterno, Claudia,
que no me espere lo que todo borra,
y que llegue el crepúsculo y me haga alma,
y que llegue tu noche y me haga sombra.