Desde la Tour de la Bretagne de Nantes
Abajo la ciudad nos contemplaba
en un contrapicado fastuoso
urdida en la corteza de las calles,
éramos esta vez
nosotros los gigantes y vigías del abismo.
No había edificio que pudiera
vencer la altura inmensa de sus ojos,
urbanas aves
que posan el deseo en ascensores
y suben por encima de las tardes.
Fundida al horizonte, recuerdo su sonrisa,
trémula por la luz que claudicaba,
y el rayo verde – al fin nuestra esperanza
encendida en la lumbre de una estrella
se desplomaba astuta en la certeza
de la sangre caliente y de las bocas.
Dos cuerpos que habían conquistado
el tiempo y su metrópoli
se besaban de noche vencedores
de la hora incesante,
del tráfico perpetuo de los días.
Abajo la ciudad les contemplaba
perdidos en la cumbre de las lámparas:
más alto era el amor que los tejados.