Todavía noto, a veces,
el terror opaco a no saber
de qué canción hablabas,
a no haber visto la película
correcta,
a no reconocer un nombre propio
en mitad de una conversación.
Esa duda honda y ruidosa
de los que aún sienten
la extrañeza del lenguaje,
aunque haga mucho
que volvieron a casa.
Y percibo los surcos en la superficie,
imperfecta, incapaz de adherirse
a un mundo que siempre está
en otra parte.
El temor a ser descubierta,
a que el habla se me resquebraje.
Tú no lo sabes. Yo no lo sabía entonces
pero te escogí para que sospecharas.
Fracasadas todas las tentativas,
vivo el colapso del referente
y de mi cuerpo,
entrenado en el gesto mínimo,
en la contención de los músculos.
Cansada de producirme en símbolos ajenos,
decido que la niñez es intransferible
y que tengo muchas cosas que explicarte.