Me arde la vida – Nach

Me arde la vida en los besos que aún no he dado,
en aquellos pueblos cuyo nombre desconozco.
Soy una bola de fuego, contando historias que ojalá pueda vivir,
como un torbellino alejándose del lujo hueco y del ruido.

Tengo en mi mano derecha un dragón que crece y escupe pasión,
enormes hogueras de lo que aún no he conquistado.
Tengo en mis ojos un sol que dejas de ver cada noche,
porque se pierde buscando tugurios y piernas que lo rescaten.

Me arde la vida en los nombres que aún no he pronunciado,
en aquellas calles que nunca sintieron esta pisada fugaz.
Mi cuerpo es lava volcánica, aparezco y se acaba el invierno,
porque traigo toda la bondad que el averno esconde.

Tengo en mi mano izquierda un ángel que crece y canta profecías,
futuros paraísos de lo que aún no he conseguido.
Tengo en mi boca una luna que dejas de ver cada día,
porque se pierde buscando almohadas y brazos que la descansen.

Después – Cristina Peri Rossi

Y ahora se inicia
la pequeña vida
del sobreviviente de la catástrofe del amor:
hola, perros pequeños,
hola, vagabundos,
hola, autobuses y transeúntes
Soy una niña de pecho
acabo de nacer
del terrible parto del amor
Ya no amo
Ahora puedo ejercer en el mundo
inscribirme en él
soy una pieza más del engranaje
Ya no estoy loca.

Mutis – Leopoldo María Panero

Era más romántico quizá cuando
arañaba la piedra
y decía por ejemplo, cantando
desde la sombra a las sombras,
asombrado de mi propio silencio,
por ejemplo: “hay
que arar el invierno
y hay surcos, y hombres en la nieve”.
Hoy las arañas me hacen cálidas señas desde
las esquinas de mi cuarto, y la luz titubea,
y empiezo a dudar que sea cierta
la inmensa tragedia
de la literatura.

LA MAÑANA DESPUÉS DEL DILUVIO – Cristina Peri Rossi

En el círculo enloquecido de las aguas pluviales
en el torbellino vertiginoso de las aguas marinas
lentamente, comienza a amanecer -a amainar-.
Comienza a amanecer
en el centro líquido de la tormenta
embrión rojizo
óvulo fecundado
célula primigenia
en cuyo interior
flota
el bajel sobreviviente
que eleva su mástil su falo
mientras las aguas
súbitamente amansadas
dejan de caer
dejan de rotar.

Fetiche – Cristina Peri Rossi

Fetiche tu cuerpo
fetiches tus pechos
fetiches de mi deseo tu lujuria
tu clítoris tu vagina
fetiche cebado tu bárbara matriz
oscuro túnel de mi deseo
fetiches tus nalgas, lunas paralelas
fetiches tus labios blancos
fetiche tu orgasmo desgajado
raíz del fondo de la tierra
fetiches tus gemidos parturientos
tus súplicas perentorias
fetiches de mi deseo tus lóbulos
tus pies pequeños
tu nuca tu boca tus cabellos.
Fetiches de mi deseo
que agitan mi imaginación
y turban mi sueño.

Entonces – Ángel González

Entonces,
en los atardeceres de verano,
el viento
traía desde el campo hasta mi calle
un inestable olor a establo

y a hierba susurrante como un río

que entraba con su canto y con su aroma
en las riberas pálidas del sueño.

Ecos remotos,
sones desprendidos
de aquel rumor,
hilos de una esperanza
poco a poco deshecha,
se apagan dulcemente en la distancia:

ya ayer va susurrante como un río

llevando lo soñado aguas abajo,
hacia la blanca orilla del olvido.

Cuentas claras – Cristina Peri Rossi

No sería raro
que un día cualquiera
—hoy, por ejemplo—
me dijeras la cifra exacta de dinero
que cuesta nuestro amor
en viajes
hoteles
e interminables llamadas telefónicas.
Al fin y al cabo
el dinero todo lo mide
así que si este amor
nos cuesta mucho dinero
será que es amor del bueno
del importante.
Sin embargo
recuerdo:
una vez
en mi juventud
fui feliz compartiendo el único cigarrillo
en un cuarto de pensión
fui feliz haciendo el amor a la intemperie
entre los juncos
fui feliz sin hotel
ni casa ni teléfono
ni lencería de encaje.
Tenía sólo dieciocho años.

Rosario – Jon Juaristi

Yo la quería mucho, pero entonces
amar y destruir sonaban parecido,
como en los más confusos poemas de Aleixandre.
Nos casamos con otros. Tal vez así perdimos
lo mejor de la vida. Quién sabe. Hubo una noche
en que ambos acordamos que pudo ser distinto
el rumbo de esta historia de culpa y cobardía.
Se quitó el pasador de su cabello oscuro
y me lo dio al marchar, y nunca volví a verla.
Murió. No lo he sabido hasta esta tarde misma,
varios años después, en su pequeño pueblo
y frente a la serena desolación del mar.
Ahora intento evocarla, pero se desvanece:
No he encontrado siquiera su pasador de rafia.

Oscuro amor… Tu muerte es ya mi muerte… – Susana March

Oscuro amor… Tu muerte es ya mi muerte.
Más allá de este mar, ¿qué extraña orilla
cobijará mi náufraga tristeza?
Me evadiré del viento
que transita en mi sangre,
sacudiré mis lágrimas
como las largas crines de un caballo salvaje.
Quiero partir contigo,
sin mí, por los senderos
extraños y remotos
por donde vas a ciegas, tropezando.
Te seguiré sin lástima y sin gloria,
mendiga de unos ojos,
de una voz, de una mano cercenada
en el umbral del sueño…

Te seguiré hasta allí donde tú acabas
para acabar contigo.