Último sueño de Luis López Anglada por Carlos Murciano (Diario ABC 04-01-2007)

EL cartero acababa de dejar en mis manos un nuevo libro de Luis López Anglada, «Semidioses inmortales»: toda una galería de toreros, desde Pedro Romero a «Yiyo», en la que ordena y manda el soneto, pieza clave en el hacer del poeta. Su caligrafía derramada, decía: «A mi querido amigo, el gran poeta C.M., con un fuerte abrazo». (Ese gran era habitual en sus dedicatorias, por supuesto no sólo en mi caso, ya que brotaba de su innata generosidad). Cuando comenzaba a hojearlo, sonó el teléfono. Era Ángel García López, para decirme que Luis había muerto pocas horas antes. «Llama a los amigos», -me rogó-.
Me quedé con el libro en las manos inmóvil, desconcertado, lastimado en lo más hondo. Me costó reaccionar. Telefoneé a José Javier Aleixandre y le di la noticia. «No puede ser, -respondió conmovido-. Anoche a las 9 hablé con él y me dijo que se encontraba bien, aunque un poco resfriado». Pero sí podía ser. De repente, sin avisar, la muerte había derribado su corpachón de hombre y de poeta. A mi mente acudieron los endecasílabos de su «Soneto para el final»: «Tal vez, cuando después de haber vivido/ llegue un amanecer a despertarme/ les diga a los que puedan escucharme:/ ¡Qué sueño tan extraño el que he tenido!». Pero ese amanecer del 3 de enero, ya no le despertó. O sí, a otro vivir más alto.
Había nacido en Ceuta el 13 de septiembre de 1919, hijo y nieto de militares. Las armas y las letras iban a marcar su vida para siempre. Al estallar la Guerra Civil se incorporó al frente como Alférez Provisional, y conclusa ésta, en la que resultó herido, ingresó en la Academia de Zaragoza, siendo promovido al empleo de Teniente de Infantería. En 1985, se retiraría con el grado de Coronel.
Él llegó a confesar que sus primeros pasos literarios los dio con ocho años. Una vocación que nunca sufrió merma y que le llevó a redondear una obra amplísima, especialmente poética, pero también con incursiones en las biografías y estudios literarios, así como en el campo de las Artes, cuya crítica ejerció en «La Estafeta Literaria» durante varios años. En su etapa juvenil en León y Valladolid formó parte de la revista «Espadaña», fundó la revista y la colección de poesía «Halcón» y más tarde, en Madrid, alentaría otras dos colecciones poéticas, «Palabra y Tiempo» y «Arbolé».
Tenía veinticuatro años cuando vio la luz su primer libro de versos «Impaciencias» (1943). De 1945 a 1948, aparecerían otros cuatro libros: «Indicios de la rosa», «Al par de tu sendero», «Destino de la espada» y «Continuo mensaje». Esas impaciencias tomaban cuerpo, pues, con rapidez, y abrían el camino a una producción imparable que, en 1961 le haría obtener el Premio Nacional de Literatura con su libro «Contemplación de España»· Otros premios relevantes refrendarían sus sucesivos poemarios: «Ayer han florecido los papeles donde escribí tu nombre» (Ausías March), «Arte de amar» (Ciudad de Barcelona), «Ciudadano del alba» (Francisco de Quevedo) «El bosque» (Jorge Manrique), «Coral del Sur» (Antonio Machado), «Coral del vino» (Diputación de Guadalajara)… En 1986 obtuvo el premio «Alcaraván» de poesía. En 2001 la Academia Castellano-Leonesa de Poesía, de la que era miembro de número publicó uno de los libros capitales de su última época «Altas hierbas de soledad».
Cuando hilvanó su «Poética» escribió: «Lo que para mí constituye el fenómeno poético es, sin duda, recorrer un camino, corto o largo según los casos, que empieza en el momento en que el poeta se ve sorprendido por un acontecimiento que golpea apasionadamente su espíritu y acaba en otra persona extraña a él que lee o escucha el poema y siente, con la misma pasión que sintió el poeta, lo que movió a este a escribirlo». ¿Con la misma pasión? Difícil sería hallar lector que igualara lo que tan emotivamente el vate ceutí concibiera.
En 1946, Luis López Anglada contrajo matrimonio con la poetisa María Auxiliadora Guerra Vozmediano. De su unión nacieron diez hijos. María Auxiliadora murió en julio de 2001 y fue enterrada en Fontiveros, pueblo natal de San Juan de la Cruz, del que Luis era Hijo Adoptivo (también lo era de Burgohondo), por ser el Juglar número 1 y el presidente de la Academia de Juglares. Allí serán llevadas sus cenizas para que reposen junto a los restos de su esposa. Él dejó escrito: «Hay una tumba en Fontiveros, una/ cuna de tierra destinada al sueño/ de quien mi corazón tuvo por dueño/ cuando el cielo envidiaba mi fortuna».
Que esa cuna meza eternamente sus memorias.

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