Resistencia al cálculo – Raquel Lanseros

Un silencio fecundo de rugidos
acompaña la tarde litoral y nubosa.
Es una playa ilesa del Pacifico.

Manzanillos de agua, heliconias gigantes
meciéndose en la brisa embriagada de nubes.
De repente, el milagro:
dos papagayos rojos
rebasan el umbral de lo posible.

Justo en ese momento
yo soy marinero de la Santa María
mirando Guanahani desde el mástil.
Yo soy Keats descubriendo
el Homero de Chapman.
Gagarin comprendiendo
la soledad helada del espacio.
Tenochtitlán, Numancia,
Troya llorando a Héctor,
un órdago de Dios,
Edmund Dantès al viento.

Soy el roce de dos ramas resecas
que encendieron un fuego primitivo.
Es fácil de entender si sales de tu nombre.

En la Tierra el misterio.
Yo he venido
a ser ola a la vez que miro el mar.

Cuestión de instrumento – Antonio Gamoneda

Ustedes saben ya que una sartén
da un sonido a madre por el hierro
y yo sé que una celesta
suena a tierra feliz, pero si ustedes
tienen a su madre en el fregadero,
no toquen, por favor, la celesta.

Yo bien podría. Comprueben
la densidad y transparencia:

“Si pudiera tener su nacimiento
en los ojos la música, sería
en los tuyos. El tiempo sonaría
a tensa oscuridad, a mundo lento”.

Lo escribí yo con estas mismas manos
pero no lo escribí con la misma conciencia.

Amo las bolsas de las madres.
Veo:
No hay dignidad sobre la tierra
como el cansancio sin pagar,
el rostro
aplastado,
la desesperación que no habla.

Dejen ustedes. Mi canto está mal hecho
como esta verdad, que está mal hecha.

Hagan ustedes la verdad mejor.
Hablaremos después aunque ya es tarde.

Poema – César Vallejo

De todo esto yo soy el único que parte.
De este banco me voy, de mis calzones,
de mi gran situación, de mis acciones,
de mi número hendido parte a parte,
de todo esto yo soy el único que parte.
De los Campos Elíseos o al dar vuelta
la extraña callejuela de la Luna,
mi defunción se va, parte mi cuna,
y, rodeada de gente, sola, suelta,
mi semejanza humana dase vuelta
y despacha sus sombras una a una.
Y me alejo de todo, porque todo
se queda para hacer la coartada:
mi zapato, su ojal, también su lodo
y hasta el doblez del codo
de mi propia camisa abotonada.

AGOSTO EN EL JARDÍN – Álvaro Valverde

Cesa la luz
y el tiempo
se suspende
y se levanta
apenas una brisa
como, si en su caída,
el sol moviera el mundo.

Con naturalidad,
respiras hondo.
Hueles entonces
el nítido perfume
que llega del jazmín.

Está debajo.
A lo largo de un muro,
a media altura.
Contemplas
sus hojas delicadas,
su tronco (que parece
el trazo de un dibujo
chino antiguo),
sus mínimas, fugaces
flores blancas.

El olor es intenso,
de otro tiempo tal vez,
evocativo.

Comprendes bien
que por encima
de cualquier otro hecho,
de este agosto en el sur,
quedará en tu memoria
ese momento:
alguien que, a solas,
mientras el sol se va,
huele el jazmín.