Archivo de la categoría: Carlos Marzal

El poema de amor que nunca escribirás – Carlos Marzal

Debería nombrar (debería intentarlo)		
el afán hasta hoy por ti dilapidado		
en perseguir amor, que quizá fuera tanto		
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,		
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,		
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.		

Debería acoger, dar lugar a unos labios		
que nombraran sin fe, sólo de cuándo en cuándo		
-por momentos, sinceros; por momentos, falsarios-		
diálogos de alcoba que pareciesen tangos		
(eso acaban por ser, o algo más triste acaso,		
siempre que en la distancia solemos evocarlos):		

De esta vida tan sucia, de sus trabajos vanos,		
me consuela, mi amor, el fingir, fabulando,		
otra eterna contigo, cogidos de la mano.		
Y habría de alojar dictámenes sagrados,		
con los que, ya bebidos, tanto nos excitamos:		
De entre todas las perras que en la noche he tratado,
		

la más perra eres tú. Debería, malsano,		
contener esas citas de los domingos vastos,		
insulsas y festivas, amasadas de hartazgo,		
en que la vida toda se obstina en maltratarnos,		
con su aire de ramera experta en el contagio		
del odio hacia la vida, del tedio y del cansancio.		

No podrían faltar los cuerpos del verano,		
cuando la adolescencia ardía por el tacto,		
en especial aquél de todo lo vedado.		
Ni habría de omitir el vicio solitario,		
por el amor perdido en inventar los rasgos		
del amor, que, entretanto, no dormía a tu lado.		

Y en él habitarían con todo su sarcasmo		
-al fin y al cabo son tristes muertos de antaño,		
fragmentos de tu vida que salvas del naufragio-		
las cartas sin respuesta; y esos aniversarios,		
tiernamente ridículos después de celebrados,		
que dejan en el alma aroma a mal teatro.		

Y los reproches mutuos, merecidos y agrios,		
dirigidos al centro del dolor, como un dardo		
con toda la miseria que acarrean los años.		
El placer del acoso, cuando el amor intacto,		
y cuando la ignorancia, ese bálsamo arcano,		
no señalaba límites al indudable ocaso.		

El maldito poema tanto tiempo aplazado,		
y que no escribirás, porque el tema es ingrato,		
querría redimirte de todos tus letargos.		
Una voz que te daña diría murmurando:		
Del amor, amor mío, te quiero siempre esclavo,		
para que tus palabras no tengan que inventarlo.		

Quien a ese poema de amor dilapidado		
incauto se atreviera, sin calcular el daño,		
amaría el amor, probablemente tanto		
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,		
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,		
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.

Las buenas intenciones – Carlos Marzal

Como, mal que le pese, uno en el fondo es serio,		
debe dejar escrita su opinión del oficio		
(los muertos aplicados dejan su testamento		

aunque a los vivos, luego, no les complazca oírlo).		
Hablo con la certeza de que mis impresiones		
serán para los tristes una fuente de alivio.		

¿Me estará agradecida la juventud del orbe,		
siempre desorientada y falta de modelos,		
y me idolatrarán los investigadores?		

Escribo, simplemente, por tratarse de un método		
que me libra sin daño (sin demasiado daño)		
de cuestiones que a veces entorpecen mi sueño.		

Por tanto, los poemas han de ser necesarios		
para quien los escribe, y que así lo parezcan		
al paciente lector que acaba de comprarlos.		

Se me ocurre, además, que trato de dar cuenta		
de una vida moral, es decir, reflexiva,		
mediante un personaje que vive en los poemas.		

Esas ciertas cuestiones que he mencionado arriba		
son las viejas verdades que a la vida dan forma,		
y la forma en que urdimos nuestras viejas mentiras.		

Ahora bien, reconozco que no sólo me importan		
estas pocas razones. Escribo por capricho,		
y por juego también, para matar las horas.		

Porque puede que sea un destino escogido,		
pero también, sin duda, para obtener favores		
de algunas señoritas amigas de los libros.		

Me es grata la figura del artista de Corte,		
riguroso y mundano, descreído y profundo,		
que trata por igual la muerte y los escotes.		

Sobre qué es poesía nunca he estado seguro;		
tal vez conocimiento, o comunicación,		
o todo juntamente. Lo cierto es que el asunto		

carece de importancia, no afecta al creador.		
Doctores tiene ya nuestra Sagrada Iglesia		
y en futuros Concilios harán salir el sol		

para todos nosotros. Sin embargo, quisiera		
que se tuviese en cuenta el hecho de que existe		
poesía por vicio, porque es una manera		

que tienen unos pocos de vivir su declive,		
pero ignoro si hacerla los convierte en más sabios		
y si esa obstinación los vuelve más felices.		

Aspiro a escribir bien y trato de ser claro.		
Cuido el metro y la rima, pero no me esclavizan;		
es fácil que la forma se convierta en obstáculo		

para que nos entiendan. La mejor poesía		
acierta con deslices, convierte lo imperfecto		
en un arte y se olvida de los juicios puristas.		

Aunque he escrito bebido, cuando escribo no bebo.		
Trabajo siempre a mano, y no me enorgullece		
no tener disciplina ni ser dueño de un método.		

No suelo, me figuro, romper lo suficiente,		
tal vez porque tampoco escribo demasiado,		
al pasar media vida ocupado en perderme.		

Del lector solicito como único regalo		
que esboce alguna vez una media sonrisa:		
tan sólo busco cómplices que sepan de qué hablo.		

No reclamo, por tanto, privilegios de artista:		
me limito a ordenar, quizá sin merecerlo,		
asuntos que una voz ignorada me dicta.		

De entre los infinitos poetas, yo prefiero		
a aquellos que construyen con emoción su obra		
y hacen del arte vida. De los demás descreo.		

Y para terminar, confieso que esta moda		
de componer poéticas resulta edificante.		
Con ella se demuestra que son distintas cosas		
lo que se quiere hacer y lo que al fin se hace.

El combate por la luz – Carlos Marzal

De tanto ver la luz hemos perdido
la recta proporción de ese milagro,
que otorga a la materia su volumen,
contorno fiel al mundo que queremos
y límite a los puntos cardinales.
A fuerza de costumbre, hemos dado en creer
que es un merecimiento, cada día,
que el día se levante en claridad
y que se ofrezca límpido a los ojos,
para que la mirada le entregue un orden propio,
distinto a los demás, y lo convierta
en nuestra inadvertida obra de arte.
Hay una ingratitud consustancial
al hecho de estar vivos, un intrínseco
poder de desmemoria, y nos impiden
brindar a cada instante el homenaje
que cada instante de verdad merece,
por su absoluta magia de estar siendo,
en vez de no haber sido en absoluto.
Con cada amanecer dubitativo,
con cada tumultuoso amanecer,
la luz arrasa el reino de la noche
y emprende su combate. En el confuso
magma de oscuridad, con cada aurora
triunfa la exactitud de cuanto existe
sobre la vocación de incertidumbre
que tienta con su nada a lo real.
En toda madrugada se renueva
un conjuro de origen, esa fórmula
que impuso el movimiento al primer día.
Somos testigos, en el alba pura,
del trono en que la luz alza su reino
y lo concede intacto a cualquier súbdito.
Conviene contemplar la luz con más paciencia,
brindarle una atención encandilada,
el sumiso homenaje con que un bárbaro
descubre reverente en su aventura
la tierra que jamás ha visto nadie.

Decrepitud – Carlos Marzal

Asilados en una infancia obscena,
en el exilio de su misma sombra,
desde un limbo de hielo,
derritiéndose,
los viejos testimonian, sin enigma,
sobre el enigma viejo de estar vivo.

Gota a gota en presente, son futuro,
evanescencia al fin fuera de tiempo,
que en la fronda del tiempo anda perdida.
Espectros de la carne en su derrota,
se acogen al sagrado de la carne,
que en deserción de sí no los ampara.
pabilos sin fulgor de inteligencia,
arden a fuego extinto en su hendidura,
ascuas de quienes fueron, balbucientes.

Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.

Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.

Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.

Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.

Pluscuamperfecto de futuro – Carlos Marzal

 

Cuando deje las sábanas, mañana,
pensaré que mi sueño de la noche
no ha sido sólo un sueño
y que lo que me aguarda no es la huraña
mañana de mañana.
Acogeré mi cuerpo esperanzado,
como un feliz presagio inmerecido,
y si hay un cuerpo al lado,
será maravilloso descubrirlo,
saber que las monedas que he pagado
(y las monedas con que me ha comprado)
han sido las monedas del amor,
que pagamos con gusto y por el gusto,
locos de amor los dos.
Y amar, esa mañana, extrañamente,
será la redención de nuestros actos
pasados y futuros,
y el hecho del amor, en su presente,
será como la historia sin la historia,
un cuento que contamos con los cuerpos
y que tiene sentido,
lleno de ruido y furia compartidos.
Y si despierto solo,
despertaré contento de estar solo,
por la simple razón de estar conmigo,
que soy el viejo amigo
de algunos buenos ratos que he vivido.
Se inundará la casa con el sol,
y si no hay sol se inundará de gris,
un gris reconfortante, de París,
que es la ciudad que tiene un gris más sol.
Haré mis abluciones matinales
y haré la colación,
y respecto al milagro
de que los alimentos alimenten
haré una reflexión
profunda, sorprendente, que alimente
las estancias del alma y que dé calma
a un alma que ama la contemplación.
Para el resto del día tendré planes
y hasta tendré esperanzas,
que ya es tener bastante un mismo día,
y en un claro derroche de energía
tendré la convicción de que los planes
y hasta las esperanzas
no son la más completa tontería.
Naceré a mi ciudad,
como si fuese la primera vez
que nazco y que la veo,
contento de nacer y de fundar,
igual que un gran viajero, mi ciudad,
quizá un lugar tranquilo junto al mar,
donde esperar consiste en encontrar
una buena razón para esperar
el paso de los días.
Y a la ciudadanía,
que, comúnmente, es una porquería,
una viciosa tropa indiferente,
habré de comprenderla, y, comprendiéndola,
comprenderé toda su indiferencia,
su desprecio, porque tendré conciencia
de que quien más quien menos (y me incluyo)
tiene una innoble historia que contar,
lo cual, si no inocentes,
nos vuelve dignos de algo de piedad.
Seré un huésped del tiempo, un invitado
que aspira a estar contento y al cuidado
de las horas, hasta lograr que el tiempo
sea por fin mi líquido elemento,
y no un andén desierto en que aguardar
trenes de paso hacia ningún lugar,
cansado, el pensamiento, de sentir,
y de pensar, cansado el sentimiento.
Toda la peor vida de la vida,
que a veces es la única que ocurre,
le habrá ocurrido a un yo que no conozco,
un yo que a fuerza de desconocido
convierte en no vivido lo vivido,
y el yo que reconozco, el que comparte
la vida preferida
(esa que ha estado siempre en otra parte)
será mi yo más mío.
y la vida que venga será fácil,
o lo parecerá (qué más me da)
será la dulce vida,
y por dulzura y por facilidad
será una eternidad mientras me dura,
aunque sólo me dure un día más.
Por eso, más que un día,
mi día de mañana es el proyecto
de un tiempo por llegar:
es el pluscuamperfecto de futuro.
Ya sólo hay que aprenderlo a conjugar.

El jugador – Carlos Marzal

Habitaba un infierno íntimo y clausurado,
sin por ello dar muestras de enojo o contrición.
En el club le envidiaban el temple de sus nervios
y el supuesto calor de una hermosa muchacha
cariñosa en exceso para ser su sobrina.
Nunca le vi aplaudir carambolas ajenas
ni prestar atención al halago del público.
No se le conocía un oficio habitual,
y a veces lo supuse viviendo en los billares,
como una pieza más imprescindible al juego.
Le oí decir hastiado un día a la muchacha:
Sufría en ocasiones, cuando el juego importaba.
Ahora no importa el juego. Tampoco el sufrimiento.
Pero siento nostalgia de mi antigua desdicha.
Al verlo recortado contra la oscuridad,
en mangas de camisa, sosteniendo su taco,
lo creí en ocasiones cifra de cualquier vida.
Hoy rechazo, por falsa, la clara asociación:
no siempre la existencia es noble como el juego,
y hay siempre jugadores más nobles que la vida.

El juego de la rosa – Carlos Marzal

Hay una rosa escrita en esta página,
y vive aquí, carnal pero intangible.

Es la rosa más pura, de la que otros han dicho
que es todas las rosas. Tiene un cuerpo
de amor, mortal y rosa, y su perfume
arde en la sinrazón de esta alta noche.

Es la cúbica rosa de los sueños,
la rosa de los sueños,
la rosa del otoño de las rosas.
Y esa rosa perdura en la palabra
rosa, cien vidas más allá de cuanto dura
el imposible juego de la vida.

Hay una rosa escrita en esta página,
y vive aquí, carnal e inmarcesible.

El poema de amor que nunca escribirás – Carlos Marzal

Debería nombrar (debería intentarlo)
el afán hasta hoy por ti dilapidado
en perseguir amor, que quizá fuera tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.

Debería acoger, dar lugar a unos labios
que nombraran sin fe, sólo de cuándo en cuándo
-por momentos, sinceros; por momentos, falsarios-
diálogos de alcoba que pareciesen tangos
(eso acaban por ser, o algo más triste acaso,
siempre que en la distancia solemos evocarlos):

De esta vida tan sucia, de sus trabajos vanos,
me consuela, mi amor, el fingir, fabulando,
otra eterna contigo, cogidos de la mano.
Y habría de alojar dictámenes sagrados,
con los que, ya bebidos, tanto nos excitamos:
De entre todas las perras que en la noche he tratado,

la más perra eres tú. Debería, malsano,
contener esas citas de los domingos vastos,
insulsas y festivas, amasadas de hartazgo,
en que la vida toda se obstina en maltratarnos,
con su aire de ramera experta en el contagio
del odio hacia la vida, del tedio y del cansancio.

No podrían faltar los cuerpos del verano,
cuando la adolescencia ardía por el tacto,
en especial aquél de todo lo vedado.
Ni habría de omitir el vicio solitario,
por el amor perdido en inventar los rasgos
del amor, que, entretanto, no dormía a tu lado.

Y en él habitarían con todo su sarcasmo
-al fin y al cabo son tristes muertos de antaño,
fragmentos de tu vida que salvas del naufragio-
las cartas sin respuesta; yesos aniversarios,
tiernamente ridículos después de celebrados,
que dejan en el alma aroma a mal teatro.

Y los reproches mutuos, merecidos y agrios,
dirigidos al centro del dolor, como un dardo
con toda la miseria que acarrean los años.
El placer del acoso, cuando el amor intacto,
y cuando la ignorancia, ese bálsamo arcano,
no señalaba límites al indudable ocaso.

El maldito poema tanto tiempo aplazado,
y que no escribirás, porque el tema es ingrato,
querría redimirte de todos tus letargos.
Una voz que te daña diría murmurando:
Del amor, amor mío, te quiero siempre esclavo,
para que tus palabras no tengan que inventarlo.

Quien a ese poema de amor dilapidado
incauto se atreviera, sin calcular el daño,
amaría el amor, probablemente tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.

El animal dormido – Carlos Marzal

A Luis García Montero

 

Has llegado en la noche,
como otras tantas noches,
hasta la casa apuntalada en sombras.
La puerta ha clausurado el alba amenazante,
y, tú mismo una sombra, te desvistes
por el pasillo a tientas,
con las voces aún y el sabor de esa noche
hurgando en la memoria.

La habitación todavía es más ciega,
y la invade, corpórea,
la familiar tibieza de una niebla invisible.
Has tumbado tu noche, tu cansancio y tu cuerpo,
junto al cansado cuerpo de su noche.
Quién sabe qué fantasmas la estarán visitando,
con quién departirá
en la hora puntual de los demonios,
por qué tierras salvajes de los sueños
andará extraviada y sin echarte en falta.
Toda la suma de casualidades,
de planes no cumplidos,
de rutas postergadas, de incertezas,
y que llevan por fin hasta esta noche,
resulta un laberinto incomprensible.

Mientras rumias un violento deseo,
ella duerme a tu lado,
flota sobre las aguas del lago de la noche,
ajena a tus preguntas sin respuesta,
y su respiración, en esas aguas,
es el fiel testimonio de que hay vida,
de que aún no te has ahogado.

Qué está ella haciendo aquí,
qué estoy haciendo.
El lago no responde desde sus aguas frías.
No creo que mañana obtenga la respuesta.
Mientras tanto,
ya me he acercado al animal dormido,
su orilla me ha abrazado,
y sin más tiempo para pedir ayuda
nos hemos ido al fondo de la noche.