Por el balcón abierto,
entra la noche de San Juan,
y su música de feria.
Al fondo del pasillo,
veo las lumbres —que me observan—
de Merlín, mi gato.
Del fondo de la carne,
surge también una música.
Es muy oscura,
y suena de otra vida,
aunque nunca ha muerto.
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Una Noche – César Simón
Una noche, hace tiempo, caminábamos.
De pronto, enardecidos,
pero conscientes
—nunca el amor enturbia la consciencia—,
nos metimos ahí, para besarnos,
al almacén oscuro.
Hicimos el amor en el más puro fuego,
junto al peligro
—la puerta estaba rota,
por la acera pasaban transeúntes…—.
La vida breve y el amor en vilo.
¿Cómo saber si en tales ocasiones
el amor nos preserva
o nos destruye?
Ahora tras el rictus con que apenas
señalo la presencia de esa puerta,
mi consideración me lleva lejos.
Y en la lluvia camino.
Invernal – César Simón
Qué tentación, ser viento, ser girones,
ser basura que arrojan sobre escombros.
Dejar que todo lo que quiera
eche raíces en tu polvo.
¿Para qué tocar esa piedra… – César Simón
¿Para qué tocar esa piedra,
una presencia sin mentira?
Andar es indudable.
Sentir no es una mueca.
Y ver, y saber ver (cuando no es nada
lo que se ve y cuando, simplemente,
se enfría).
Lo que nos diste – César Simón
Avena diste, nubes.
Diste el silencio de la tierra,
la densa pulsación de un vino
que lamía la carne. Diste el ocre
ribazo que alimenta
esas brozas.
Sabíamos de las piedras
-de noche allí se posan los mochuelos-,
las diferentes copas y los modos
de estar, de ser ásperos, duros,
el olivo, el almendro, el algarrobo.
Para nosotros era el tiempo raudo,
más difícil la llama de la sangre;
pues yo creía ver
en el tostado rosa de la piel
los puntos
de arena aún,
la sal ya seca en finos
encajes, en el pelo aún mojado
de aquella agua del mar que en él olía;
yo allí creía ver algo más hondo
que un fácil cuerno de abundancia.
Oh ribazo clemente, entonces vino
tu cuerpo, vino tu sustancia,
tu hondura, tu volteo
en la luz, en las nubes y la broza.
Vino entonces el acto de las ropas,
tosco, el tanteo de los frutos
que a las manos prendían en sus cepos.
Y nosotros sabíamos, no obstante.
que estábamos perdidos,
hundidos en la tibia madriguera,
en el vergel viscoso de un instante.
Allí, prietos, como un canto rodado
en el lecho del río; allí, entregados,
mas sin perder la aguja que te punza
la frente. Y, por eso mismo,
serios, humanos, con la vida cierta,
verdadera, en sus límites tenaces.
Aquí había de ser la salvación
o no sería nunca.
No, no lo sería.
Así había que ser, amargos
como el baladre en medio de la rambla;
ásperos, duros, como la carrasca;
simples, intensos, sin quererlo ser ,
como el tomillo; sabedores mudos,
como la roca, como el cielo raso,
que allí están y allí insisten, y allí esperan.
Las palabras de Orfeo – César Simón
-¿No estás ahí, no estás?
Y avanza a oscuras,
y se detiene y palpa,
y reclama a lo hueco.
-Pero ¿ acaso no estás ahí,
y este vacío no es tu cuerpo,
y el eco de los cuartos no es tu voz,
y los muros tu carne?
¿Y las vigas no son tus huesos,
y el suelo no son tus pasos,
y el aire del pasillo no es tu aura,
y tu huida las puertas
y mi deseo todo,
y tu presencia nada,
nada,
nada?
Anochecer de estepa – César Simón
Pupila muerta, voy
-el surco del camino-
hacia los años.
Y qué fulgor -ya allá, ya todo ardido-
del charco, espejo enorme.
Y qué fulgor, y qué hueco del mundo.
Y qué quietud de estatua de sal.
La noche ya es de acero para siempre.
Frío cárdeno, el aire.
Los pasos – César Simón
Más noche que en las calles cabe en uno
cuando pasa. ¿A qué andamos?
Allá creo que existe una muralla.
Cae la desolación a tierra. Es suelo.
Qué charco. Qué silencio.
El límite, qué claro. Noche cruda,
haznos como tu hielo.
El diamante es duro. Está al final.
El azufre es ardiente. Se rebasa,
se vuelca, llega al más allá. Su triunfo
es un delirio. Oh muerte.
Pero nosotros somos turbios.
No cuajamos.
No vemos bien la sombra.
Y, sin embargo, qué ágiles,
qué fugitivos tras la esquina
subimos por la noche,
huimos, nos perdemos
en los años.
Qué viaje tan distante – César Simón
Vuelve a tu cuarto silencioso,
abre la puerta, espera,
qué viaje tan distante,
qué lluvia cuando enciendes
esa luz de bombilla que pende desde el techo,
qué nevada, qué cántico,
qué noche de los años de la vida,
madre, no estáis aquí,
estáis todos abajo todavía,
junto a la chimenea, yo rezo a San Pancracio.
Cuando amas – César Simón
Permanece en silencio cuando amas.
Escucha al fondo
la vastedad de la respiración,
la gota de agua y el rumor del viento.
Y ven lejos.
Ven, al amor, de lejos.
Desde la noche,
desde el desierto,
arrimado a los muros,
a perecer en él, como acto único.