No es la musa cantora ni el pájaro chillón,
ni el muñeco parlante ni la dama que dicta.
Es una Sordomuda,
que te muestra la lengua por sólo una moneda.
La lengua está vacía.
La moneda tiene que ser de oro.
No es la musa cantora ni el pájaro chillón,
ni el muñeco parlante ni la dama que dicta.
Es una Sordomuda,
que te muestra la lengua por sólo una moneda.
La lengua está vacía.
La moneda tiene que ser de oro.
Why is it I want to cry?
Crow, crow, tell me.
There is a shadow passing by.
The willows call me.
Why would an old woman weep?
Willow, tell me, willow.
Crows went flying through my sleep.
I cry and follow.
“All around us is the skin,
helping keep our bodies in.”
I’ve known that poem sixty years.
There’s more to it than first appears.
If we were skinless, like a cloud,
would we not mingle with the crowd?
Would not our little bodies be
more boundless even than the sea,
and gaseous as the atmosphere?
Would we be there as well as here?
Would I be you, and you be me,
and both of us mere entropy?
The two it takes to tango need
to be discrete, not just discreet.
The skin, however, does have holes
for letting in and out our souls,
our food, and such necessities.
It is designed to serve and please.
It washes well, but with the years
gets wrinkles, little spots and smears,
and somehow doesn’t seem to fit
as seamlessly as once as it did.
But still it is my nomad’s tent,
my shelter, my integument,
the outside of myself, this thin,
seemingly superficial skin,
that hems me neatly all about,
keeping foreign bodies out,
and keeping me, a while yet, in.
En el umbral oscuro la copa destelló
y en mi mirada se adentró
la filigrana de la plata.
Bebe ,dijo su portador:
Y bebí sus ojos en el vino.
Y bebí el vino en sus labios.
Y él bebió sus labios en los míos.
Y encendí las velas.
Desplegó una sábana azul
que abarcaba los ocho cielos
salpicados del oro de los astros
y me envolvió y a sí mismo, en ella.
Y como el entero firmamento
me abrazó.
Y se adentró en mi vida
y en aquella noche
la deshojó hasta la tersura del alba.
Con el tacto del más leve pétalo
se dobló su cabeza en mi cuello,
sus bucles negros
emitían un aroma de abismo.
Y por su boca
besé yo la muerte,
y en torno a mí
replegó las alas.
La luna se quebró
en vertientes de nieve.
Los arrecidos astros desmayaron.
La gravedad estalló.
Un torbellino urente
abrió su espiral
a lo infinito.
Lluvias de meteoros
abrasaron los círculos
de la oscuridad.
A la casa del poeta
llega la muerte borracha
ábreme viejo que ando
buscando una oveja guacha
Estoy enfermo – después
perdóname vieja lacha
Ábreme viejo cabrón
¿o vai a mohtrar I’hilacha?
por muy enfermo quehtí
teníh quiafilame I’hacha
Déjame morir tranquilo
te digo vieja vizcacha
Mira viejo dehgraciao
bigoteh e cucaracha
anteh de morir teníh
quechame tu güena cacha
La puerta se abrió de golpe:
Ya – pasa vieja cufufa
ella que se le empelota
y el viejo que se lo enchufa
De estatura mediana,
Con una voz ni delgada ni gruesa
Hijo mayor de un profesor primario
Y de una modista de trastienda;
Flaco de nacimiento
Aunque devoto de la buena mesa;
De mejillas escuálidas
Y de más bien abundantes orejas;
Con un rostro cuadrado
En que los ojos se abren apenas
Y una nariz de boxeador mulato
Baja a la boca del ídolo azteca
-Todo esto bañado
Por una luz entre irónica y pérfida-
Ni muy listo detonto de remate
Fui lo que fui: una mezcla
De vinagre y aceite de comer
¡Un embutido de ángel y bestia!
Este es el cementerio
Ve como van llegando las carrozas?
En Santiago de Chile
Nosotros tenemos dos cementerios
Este es el Cementerio General,
El otro es el Cementerio Católico.
Tome nota de todo lo que ve.
Mire por esa reja:
Esas cajas se llaman ataúdes
Los ataúdes blancos
Son para los cadáveres de niños
Reconoce esos árboles oscuros?
-Si no me equivoco se llaman cipreses.
-Perfectamente bien:
Esos árboles negros son cipreses.
-Qué le parecen los nichos perpetuos?
-Qué es un nicho perpetuo?
-Cómo que qué es un nicho perpetuo?
Lo contrario de nicho temporal.
Este es nicho perpetuo,
Esos otros son nichos temporales.
Ahí viene llegando otra carroza.
Mire como descargan las coronas
Si desea podemos acercarnos
Esa mujer cubierta con un velo
Tiene que ser la viuda del difunto:
Mírela como llora amargamente.
Las mujeres nerviosas
No deberían ir a los entierros:
Mírela como llora amargamente
Mire como se mesa los cabellos,
Ve como se retuerce de dolor?
Vamos ahora a ver los mausoleos.
Le gustaría ver los mausoleos?
-Yo no sé lo que son los mausoleos.
-Yo se los mostraré
Pero tenemos que andar más ligero,
En este mes oscurece temprano
Para no perder tiempo
Haga el favor de repetir la frase
Esos árboles negros son cipreses.
-Esos árboles negros son cipreses.
Tiene que repetirla varias veces
Hasta que se la aprenda de memoria.
-Esos árboles negros son cipreses
-No pronuncie la ce.
Los españoles pronuncian la ce,
Recuerde que está en Chile:
No pronuncie la zeta ni la ce.
Bueno, volvamos a nuestra lección
Esas pequeñas casas
Son las habitaciones de los muertos.
En español se llaman mausoleos.
Unos parecen kioskos
Otros parecen puestos de revistas.
– Pareciera que fuesen
Casas para jugar a las muñecas,
Pero son los palacios de los muertos.
En español se llaman mausoleos.
unos parecen kioskos
Otros parecen puertos de revistas.
Pareciera que fuesen
casas para jugar a las muñecas,
Pero son los palacios de los muertos.
Mire esas nubes negras.
Debemos retirarnos
Antes que se nos haga de noche:
El cementerio lo cierran temprano.
¡Azotadme!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.
No lamí la rompiente,
la sombra de las vacas,
las espinas,
la lluvia;
con fervor,
durante años;
descalzo,
estremecido,
absorto,
iluminado.
No me postré ante el barro,
ante el misterio intacto
del polen,
de la cama,
del gusano,
del pasto;
por timidez,
por miedo,
por pudor,
por cansancio.
No adoré los pesebres,
las ventanas heridas,
los ojos de los burros,
los manzanos,
el alba;
sin restricción,
de hinojos,
entregado,
desnudo,
con los poros erectos,
con los brazos al viento,
delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de humildad,
de ignorancia,
como hubiera deseado…
¡como hubiera deseado!
Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos
sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita
Y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,
Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.
Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,
Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.
Prolonga este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el Hálito de un hombre que no ha muerto.
Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.
Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.
Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.
Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.
Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.
Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso no alarman.
Oh rápida, te amo.
Oh zorra apresurada al borde del vestido
y límite afilado de la bota injuriante,
rodilla de Artemisa fugaz entre la piedra,
os amo,
sombra huidiza en la escalera noble,
espalda entre trompetas por el puente.
Oh vagas, os envidio,
imágenes parejas en los grises
vahos de las cristaleras entornadas,
impacientes
-que llegan a las citas con retraso-
nervios de los que habitan (el descuido
seguro y arrogante de la puerta entreabierta
y el gesto ordenador de las cosas que miran).
Lo quiero casi todo:
la puerta del palacio con armas y figuras,
el nombre de los reyes y el latón de República.
Quiero tus ojos de extranjera ingenua
y la facilidad sin alma del copista.
Quiero esta luz de ahora. Es mi deseo
estar abierto, atento, hasta que parta.
Y quisiera que alguien me dijera
adiós,
contenida, riendo entre lágrimas.
Extranjero en las puertas, no estás solo,
mi apurada tristeza te acompaña.