Pero llegan las horas
muertas en que la tizne
pudre un cuenco de naranjas
y en la casa entran las moscas
a pervertir la gravedad
como satélites
de una paz mezquina.
Y entonces te das cuenta,
han pasado también
los días por la quietud
de las habitaciones.
Ya no hay nadie que
renueve el polvo
de los cuadros colgados
o descorra las cortinas
con una mano tibia.
También la casa, sola,
parece que comprenda
el tiempo transcurrido
durante tu viaje.