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El espejo – Jenaro Talens

Tiene la blanca mano
apoyada en el libro pequeño,
sobre las pequeñas hojas blancas
donde, absorta, se pierde.

Hundida en el sillón, los ojos
tibiamente impregnados de sensación de ver,
aunque sin forma; en torno los objetos
se alzan como muros
a los que sólo la incansable
profundidad de las pupilas
puede ahondar en plenitud, y observa
el modo simple en que se acopla el mundo
a su tacto, sin queja.
Cuanto sus dedos asen
fuertemente lo tiñen de lucidez. Del cerco
nunca insalvable de la lejanía
en que hasta las palabras
más repentinamente próximas participan
la protege este libro pequeño,
en cuyas pequeñas hojas blancas sus blancas manos se posan.

Y algún vago deseo
le asalta: «cuerpo hermoso
para ofrecer, quién sabe, blando muslo,
labios acaso con temblor de aurora».
Pero apenas si el brazo, febrilmente extendido,
roza el sereno cristal que nada responde.

Ciego el espejo es
para el que en su pulida entraña no consigue iniciarse
con claridad. Y vuelve
a acariciar su cuerpo, que, de nuevo, insensible,
se funde en la lejana realidad envolvente.

Cuando ha dejado de sentir el apacible mordisco de las
            últimas luces
cierra con lentitud el libro. Y comienza otra noche,
en donde los objetos, incluso los más cercanos, también a ella
            la ignoran.

Fabulación sobre fondo de espejo – Jenaro Talens

La realidad. El tiempo. Ves tu mano
sobre una taza. El humo difumina
las cosas. Tu cigarro. Aquí termina
tu verdad, cuanto tocas. Sabes vano

el amor, puro viento de verano
que el otoño deshace e ilumina
con dejadez. La sombra que declina
envuelve los objetos, como un vano

rescoldo de luz pura. Vuela intacto
a la viscosa oscuridad de donde
surgió. La paz, de nuevo. Sosegada

notas el alma en ti. Borroso, el tacto
desdibuja tu cuerpo y te lo esconde
bajo otro cielo gris. No sientes nada.

El largo aprendizaje – Jenaro Talens

Una mujer, un hombre, una ciudad.
La ciudad sin objeto. O una escena de amor.

Alguien que se desdobla en estrías de luz,
caminando sin prisa por los soportales.

Una mujer aún joven; sus inciertos poderes
sin otros límites que los que impone
un rostro ajeno donde nadie ve.

El hombre avanza a tientas por el pálido cielo,
dueño de un aire intacto que no puede usar.

Ando cansada por las avenidas,
dice; no es amarillo
este fuego en que quemo mi vacilación.

Él no responde, se reclina, espera.
Ella sonríe. No es silencio: sabe.

Del otro lado del espejo, noche.
Y una mujer, un hombre, una ciudad.

Mujer en forma de elegía – Jenaro Talens

I

Pura como un enigma,
como la luz desnuda que respiro,
dime qué soy para el silencio
de esta noche de agosto,
sin milagros ni júbilo,
de este noviembre anticipado
donde el amor se anilla como fruto
sobre tus hombros frágiles, y tu
cuerpo se vuelve playa rumorosa
para mis manos, donde se endurece
tanto brusco recuerdo,
como un mar desbocado
que fuese asombro y muerte y aventura
y no supiera que aún hay tiempo, que
halló hospitalidad donde halló nido.

II

Desnuda y grácil como el aire
viniste a mí desde una primavera
donde la nieve es dulce y da sentido.
En tu amorosa inundación moraba
la plenitud de un mundo devastado
sobre el abismo de la carne. Ardías,
sola en medio del frío
que me llevaba a ti, blancor indescifrable
donde no hay antes ni después ni nunca
sino luz, puro espacio
donde el deseo anida sin objeto.
Es otoño otra vez. No hay soledad, ni voces,
sólo palabras que simulan lumbre
sin comprender que el agua de tu boca
pudo apagar el fuego de mi infierno.

 

III

Esta lenta penumbra con que muere noviembre
se posa en la terraza, junto a la enredadera
que ella sembrara un día tan cercano.
Una pereza húmeda diluye su memoria
entre la tierra seca, como esa sed tan dócil,
empapando una lluvia que no llega.
Aquí buscó fingir un posible horizonte
inventando una gruta que fuese como un cielo,
y conoció la muerte por sí sola.
Es éste un sitio donde crecen flores.
Supe de la ternura por su opacidad.
Y era el aire tan frágil que no siento su aroma
sentado en esta noche donde el sol ya no brilla
oculto como está bajo una nieve
hecha de amor y límites y olvido.

Límites de la representación – Jenaro Talens

I

El mar, incomparable.
El oleaje quieto de tu desnudez
golpeando con calma este silencio
en los acantilados de mi excitación.
El cuarto está tranquilo. No hay fronteras.
Miro el escueto resplandor del día
desperezándose sobre tu piel.
Dormida,
sabes de los vestigios donde se disuelven
la tormenta y su furia. Justo al filo del alba.
Nunca los cuerpos solos en su soledad,
siempre aislados en la multitud.
Te escucho respirar, tan lejos y a mi lado,
como el agua que muere,
libre en la voluptuosidad de tu deseo
vuelta espuma sin nombre,
en la desierta arena del amanecer.

II

Yo inventé nombres para ti,
tú, la aún no nacida,
la oculta por un nombre que no quise ver.
Esperé mucho, demasiado tiempo
para poder sentir
desde el silencio ahora inevitable
el rumor de mi cuerpo junto al tuyo,
este mar sin fronteras
donde navego al pairo y busco naufragar.
Yo inventé nombres para ti,
como otra forma de caricia.
El alba es ya conciencia
y nos acoge. Ven,
acércate. No hay nada
como saber que el mundo es un sendero
y nos invita a caminar.