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Homenaje a Vicente Aleixandre – Pere Gimferrer

palpitando entre dos senos una llama carmesí.
Un dragón azul de fuego viene en el viento de abril.
En las cortinas, mi rostro, como ave herida escondí.
Olor a brea en los muelles. Llueve. Es hora de partir.

Sorprendidos en el sol los paisajes de la noche,
los armarios y las lacas y los dorados tritones,
la nieve en sus armaduras, las músicas del azogue,
el mundo que, como sangre, relampaguea y se esconde.

Para esta helada pupila la cometa del amor.
Mirad la sobre el jardín. Un halcón muere en el sol.
Hace frío. Un abanico negro sobre; el tocador.
Una guirnalda de lirios para el poney de cartón.

La niebla hiere con guantes de raso nuestra memoria.
¿Es sólo un rayo de luna quien a lo lejos solloza?
Tras la campana del viento, tras el túnel de las rosas,
en el murmullo del agua y la hierba, alguien nos nombra.

Un colibrí no muere. La tarde. Las carrozas.

El cuerno de caza – Pere Gimferrer

Para quién pide el viento de esta tarde clemencia
En los arcos de otoño qué susurra el zorzal
Con sirenas de buques a lo lejos de la ausencia
Oh capillas nevadas de la noche y el mal
cetrería de oros y de bruma imperial
bella presa halconeros un amante desnudo
presa de luz de viento de espacio de bahías
todo su cuerpo en llamas un puñal un escudo
Lebrel en los pantanos qué luz de cacerías
para mí sólo amor por mí sólo vivías.

No es hablarnos de oídas de cuchillos y sedas
ni proyectar historias en los cuartos oscuros
Cuando todo se ha ido sólo tú amor me quedas
no quiero hablar entonces de estanques ni arboledas
sólo el amor nos hace más solemnes más puros
En la noche de otoño no me valen conjuros

En la glaciar tiniebla de las calles de luna
lleva guantes de plata muerta y fosforescente
Al acecho en la esquina ninguna voz ninguna
me llamará mi amor dulce cuerpo presente
Como si hubiera vuelto la niñez de repente
oh borrosas imágenes cristal esmerilado
densa penumbra densa silencio en los pasillos
de puntillas andamos el viento en los visillos
las ventanas el agua aquel cuarto cerrado
A oscuras muy despacio no sé quién me ha besado

Qué me han dado que todo resplandece y se esfuma
Qué diluye los rostros en su luz misteriosa
Los armarios se abren cae del libro una rosa
Rueda en la playa un aro al jardín de la espuma
Sí recuerdo mi vida Que el amor le consuma

Estos focos que ciegos en la noche no cesan
de recorrer palacios y ciegas galerías
del país del amor encendidos regresan
cuando unos labios a otros labios temblando besan
cuando tú amor a mi lado palidecías.

Y la muerte de blanco soltará sus jaurías

Acto – Pere Gimferrer

Monstruo de oro, trazo oscuro
sobre laca de luz nocturna:
dragón de azufre que embadurna
sábanas blancas en puro
fulgor secreto de bengalas.
Ahora, violentamente, el grito
de dos cuerpos en cruz: el rito
del goce quemará las salas
del sentido. Torpor de brillos:
la piel -hangares encendidos-,
por la delicia devastada.
Fuego en los campos amarillos:
en cuerpos mucho tiempo unidos
la claridad grabó una espada.

Conjuro – Pere Gimferrer

Los guerreros más augustos ya son sombras
bajo la sombra del viejo encinar.
Cárdena crepita la noche.
Latigazos, ladridos, remotos rayos.
Chirrían las cornejas en el pozo ciego.
Guiarán al manso corcel de hielo.
La tormenta. El sol verde de aguas negras.
No me conozco. Es un lago el pecho muerto.
Bajel de oro, cadalso prieto del día.
Mi cuerpo, como la cuerda de un arco.
Ya labora el invierno, cuando rasga
las cortinas, teatro del mar.
Se enmascara tras las nieblas densas.
Arquero negro, detén tu paso.
Petrifícase el arquero de azabache.
La saeta conoce el derrotero.
Palmo a palmo mensuramos la fosa.
Fango y hojas nos daban la yacija.
Arde y arde el guante de oro del barquero.
La laguna, de nieve y azafrán.
No pensabas que fuera así de blanca.
Ahora vienen las huestes. Cielo allá,
las huestes vienen. Verdor de la encina
en los ojos vacíos, de cal llenos.

Rondó – Pere Gimferrer

Quisiera tener un revólver para escuchar solamente
el sonido de la sangre, y saber que no moriré:
que el chasquido de las cápsulas o el fogonazo sulfúreo,
como guardado por ángeles, no arrasarán mi jardín.
Qué claridad de relámpagos cuando mis ojos se cierran.
Tan cercanas las imágenes del amor, aquí, en mi pecho,
como canto de sirenas o recuerdos de niñez.
Con paso quedo, despacio: no despertéis a las rosas.
El momento de la lluvia tras los cristales velados,
y el momento en que se escuchan tu mirada y tu sonrisa,
y el momento en que tu voz descubre cielo y planetas,
y el momento en que tu piel gime un fulgor susurrante,
y el momento en que tus labios, y tus ojos, y la lluvia…
Quisiera tener un revólver para escuchar solamente
el sonido de la sangre, y saber que no moriré.

Si sientes que te llama el abismo del cielo… – Pere Gimferrer

Si sientes que te llama el abismo del cielo,
con un grito de abismo, si te aspira
a lo alto, a lo hondo, donde más se oscurece
la melena de nieve de los astros
o el escamoso hielo de la noche,
o si, con voz más ruda aún, te llamas tú mismo
y no puedes dejar de oir tu grito, áspero
como al oído pálido de un sordo,
o insidioso y desnudo como un agua
que con un resplandor de hacha hiere la luna:
si te llamas al centro de ti mismo, si sientes
que todo aquel llamarte es encontrar un centro
y tú mismo apareces en tu nudo de luz;
si te llaman desde dentro de ti, cuando te mires
¿verás el sueño que soñé yo anoche?
No es ver exactamente, porque no lo veía,
sino que más bien yo era mi sueño.
No era que me viese a mí mismo; era ser
algo que existía y era yo.
Porque el tema de las apariciones
es el tema del yo. Pero esa vez
no vi ninguna identidad concreta:
no se me apareció ninguna imagen.
No hubo desdoblamiento ni hubo mirada. Era
el negativo de la vida, estado nulo,
el silencio del río despoblado de agua,
la claridad de un cielo que desviste su azul
y es cielo aún: fulgores invisibles,
que siento en un vacío de visibilidad.
Así el lecho de Un río: tierra, piedra, reposo,
sequedad devastada, rama, verde rencor
que desertó del mundo vegetal, humedades
bebidas por el yermo. Mirad, la luz rebota
y todo son peñascos, polvareda famélica:
pero ahí vive el agua. Es una ausencia,
violenta como el sol, que nunca fluye
petrificada, un hierro que se incrusta en lo inmóvil,
agua ya liberada de ser agua, pesando
en el lecho del río. Como el rumor de un agua
que no pasa en el lecho de este río agostado.

Cuchillos en abril – Pere Gimferrer

Odio a los adolescentes.
Es fácil tenerles piedad.
Hay un clavel que se hiela en sus dientes
y cómo nos miran al llorar.

Pero yo voy mucho más lejos.
En su mirada un jardín distingo.
La luz escupe en los azulejos
el arpa rota del instinto.

Violentamente me acorrala
esta pasión de soledad
que los cuerpos jóvenes tala
y quema luego en un solo haz.

¿Habré de ser, pues, como éstos?
(La vida se detiene aquí)
Llamea un sauce en el silencio.
Valía la pena ser feliz.

Retornos – Pere Gimferrer

…Y aquel antiguo amor me vuelve, aquel
en tarde más propicias esparcido a voleo,
cuando regía el alto designio del otoño
la parábola azul de los vencejos.
Oh gentes del mercado, de las rúas umbrosas,
del soportal angosto, de la noria, del puerto,
¿quién os dijo mi nombre?, ¿en qué gris baraúnda
se blasfemó de mí sin yo saberlo?
Callad si es vuestro gusto. No os conozco.
Me sellaré los ojos con cemento.
Mas escuchad: palabras de justicia,
palabras de verdad para vosotros tengo.
Harto camino recorrí callándolas.
Ya padecí sobrados contratiempos.
Es llegada la hora del heraldo,
del que difunde nuevas en el viento.
Es llegada la hora de abrir ojos y oídos.
El segador ya tiene en sus manos el bieldo.
Sí, seréis aventados. Sí, seréis aventados.
Desnudo estará el mundo como un estéril cerro.
Os anuncio el adviento de la noche.
¡De nuevas de verdad soy mensajero!

…Las hogueras consagran el patrullar nocturno,
la sibilina ronda de la muerte en acecho.
La más antigua máscara trenza y destrenza el baile.
Sobre el estuco pesa la sombra de un murciélago.
¿Y quién recuerda ahora los augurios?
¿Y quién sabe a qué vino el mensajero?
¿Y de quién son los pasos que ahora suenan
y abren todas las puertas, como un aire siniestro?
Yo nada sé. Yo vine. Mis palabras
se me dictaron hace mucho tiempo.

A uña de caballo, desvivido,
la nueva trasmití de pueblo en pueblo.
Yo sembré la amenaza en cada hombre.
De alarmas inflamé a cuantos me vieron.
Que nadie me escuchó, que fueron todos,
que unos sí y otros no, que esto y aquello,
¿qué se me da, ni a qué traerla ahora
a discusión, jamás tan a destiempo?
Si ya todos se van sin esperarme,
si ensillan, si se calan los sombreros,
si espolean con saña, si ya casi
dejan atrás los límites del pueblo,
si ya ríen de mí, tan rezagado,
si no hay nadie conmigo, si en el cielo,
como en aquel otoño de mi gloria,
sólo queda el clamor de los vencejos…