Agua sexual – Pablo Neruda

Rodando a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.

Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,
un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo,
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.

Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,
bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y medias de mujer,
y pelos de hombre,
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.

Veo los sueños sigilosos,
admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirando.

Y entonces hay este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.

Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra,
y con las dos mitades del alma miro el mundo.

Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,
veo caer agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.
Veo correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos.

Descripción de mi esposa – Carlos Edmundo de Ory

Ella es mi escarabajo sagrado
Ella es mi cripta de amatista
Ella es mi ciudadela lacustre
Ella es mi palomar de silencio
Ella es mi tapia de jazmines
Ella es mi langosta de oro
Ella es mi kiosko de música
Ella es mi lecho de malaquita
Ella es mi medusa dorada
Ella es mi caracol de seda
Ella es mi cuarto de ranúnculos
Ella es mi topacio amarillo
ella es mi Anadiómena marina
Ella es mi Ageronia atlantis
Ella es mi puerta de oricalco
Ella es mi palanquín de hojas
Ella es mi postre de ciruelas
Ella es mi pentagrama de sangre
Ella es mi oráculo de besos
Ella es mi estrella boreal.

Por ver quién recogía tu pañuelo… – Francisco Villaespesa

Por ver quién recogía tu pañuelo,
que dejaste caer a unos truhanes,
con el más bravo de los capitanes
al pie de tus balcones tuve un duelo.

Me hirió su espada bajo el ferreruelo,
y para contener nuevos desmanes
le hundí el acero hasta los gavilanes
y cayó, desangrándose, en el suelo.

Y tu pañuelo recogí galante
con ademán del que recoge un guante.
Y envainando la espada enrojecida,

me alejé sonriente y satisfecho,
apretando el pañuelo contra el pecho
para enjugar la sangre de mi herida.

Codiciada, prohibida…. – Jaime Sabines

Codiciada, prohibida,
cercana estás, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.
Joven maligna, virgen,
encendida, cerrada,
te estoy viendo y amando,
tu sangre alborotada,
tu cabeza girando y ascendiendo,
tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
Eres perfecta, deseada.
Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.
Ella es hermosa todavía y tiene
lo que tú no sabes.
No sé a quién prefiero
cuando te arregla el vestido
y te suelta para que busques el amor.

Continuidad – Gerardo Diego

Las campanas en flor
no se han hecho para los senos de oficina
ni el tallo esbelto de los lápices
remata en cáliz de condescendencia
La presencia de la muerte
se hace cristal de roca discreta
para no estorbar
el intenso olor a envidia joven
que exhalan los impermeables

Y yo quiero romper a hablar a hablar
en palabras de nobles
agujeros dominó del destino
Yo quiero hacer del eterno futuro
un limpio solo de clarinete
con opción al aplauso
que salga y entre libremente
por mis intersticios de amor y de odio
que se prolongue en el aire y más allá del aire
con intenso reflejo en jaspe de conciencias

Ahora que van a caer oblicuamente
las últimas escamas de los llantos errantes
ahora que puedo descorrer la lluvia
y sorprender el beso tiernísimo
de las hojas y el buen tiempo
ahora que las miradas de hembra y macho
chocan sonoramente y se hacen trizas
mientras aguzan los árboles sus orejas de lobo
dejadme salir en busca de mis guantes
perdidos en un desmayo de cielo
acostumbrado a mudar de pechera

La vida es favorable al viento
y el viento propicio al claro ascendiente
de los frascos de esencia
y a la iluminación transversal de mis dedos
Un álbum de palomas rumoroso a efemérides
me persuade al empleo selecto
de las uñas bruñidas
Transparencia o reflejo
el amor diafaniza y viaja sin billete
de alma a alma o de cuerpo a cuerpo
según todas las reglas que la mecánica canta

Ciertamente las campanas maduras
no saben que se cierran como los senos
de oficina
cuando cae el relente
ni el tallo erguido de los lápices
comprende que ha llegado
el momento de coronarse de gloria
Pero yo sí lo sé
y porque lo sé lo canto ardientemente
Los dioses los dioses miradlos han vuelto
sin una sola cicatriz en la frente.

UN JOVEN POETA RECUERDA A SU PADRE – Raquel Lanseros

Ahora ya sé que pasé por tu vida
como pasan los ríos debajo de los puentes,
-indiferentes, turbios, orgullosos-,
con la trivialidad desdibujada
de las pequeñas cosas que parecen eternas.

Muchas veces lo obvio
se oculta tras un halo de extrañeza,
tras la costumbre lenta, indistinguible
del aura fugitiva de las vivencias únicas.
Es difícil saber
que la belleza abrupta del vivir cotidiano,
tan desinteresada de sí misma,
nacida sin clamor ni pretensiones
es en esencia tan mágica y rotunda
que resulta imposible de imitar a propósito.
Y es aún más difícil
comprender que la fiesta de las cosas sencillas
casi siempre termina
mucho antes que la voluntad del festejado.

Inmóvil vi pasar ante mis ojos
el desfile callado de tu vida
con tus sueños cansados en otoño,
tus alegrías de puertas para adentro
y tus desvelos discretamente cálidos.
Creo acertar si digo
que nunca te di nada que no fuese
un préstamo a mí mismo.
Te pedí, sin embargo, tantas cosas.

Hoy, inmóvil de nuevo, asisto inerme
a este desfile amargo de tu ausencia
mientras mi corazón -dividido y atónito-
comienza a descubrir que la vida va en serio.

Te recuerdo. Hace frío
y el frío me devuelve
aquella forma tuya tan sutil
de ofrecerme a la vez un corazón errante,
la suerte en un casino de Las Vegas,
la lluvia indescifrable del desierto,
los versos de Machado en un suburbio.

Ahora ya sé que pasé por tu vida

indolente y confiado, -sin asombro-,
como suelen vivir todos los hombres
que no conocen todavía la pérdida.

El mar – Carilda Oliver Labra

Como en un lecho me tendí en el mar.
Hechizada por musgos y por linos
tuve acoso de brazos peregrinos
que me echaban las ondas al pasar.

Contra mi carne se batió el azar.
El agua -furia, vértigos y vinos-
se entretenía con los bordes finos
de mis caderas, blancas de esperar.

Entonces: grave, pálido, insereno,
llegaste como llega siempre el mar
y tu mirada me rompió este seno.

Ni Dios mismo nos pudo separar:
cuando una ola te volvía ajeno
entrabas en mis piernas con el mar.

Tú, el testimonio – Serafina Núñez

Poesía;
vienes a soliviantar mis huesos,
a cavarme,
a darme este vestido desusado
de habitante
de los cuatro puntos cardinales.

Aérea giras
mirando siempre al norte de ti misma.

Tú, el testimonio.
La brisa que escribe en la hierba
el testamento de las flores;
el trébol que dibuja el cristal del universo;
el ciervo que moja de ternura los bosques.
La espuma y la ola, la ceniza y el rocío.
El hombre y sus dominios
levantando montañas de sal por las esquinas de la tierra
El hombre, que come impasible su manjar de inocentes.
El que besa, el que trabaja, el que sonríe,
el de la orquestal pesadumbre,
el del secreto preludio en su pan de sollozos,
y el que muere
de la muerte de todos cada día.
Toma mi mordedura, el signo, el eco,
no somos yo sino nosotros.
Te entregamos a ciegas
nuestro fondo azaroso.