Papagayos, ruiseñores,
que cantáis al alborada,
llevad nueva a mis amores
cómo espero aquí asentada.
La medianoche es pasada
y no viene:
sabedme si otra amada
lo detiene.
Papagayos, ruiseñores,
que cantáis al alborada,
llevad nueva a mis amores
cómo espero aquí asentada.
La medianoche es pasada
y no viene:
sabedme si otra amada
lo detiene.
Dulces árboles sombrosos,
humillaos cuando veáis
aquellos ojos graciosos
del que tanto deseáis,
Estrellas que relumbráis,
norte y lucero del día,
¿por qué no le despertáis,
si aún duerme mi alegría?
Oh, quién fuese la hortelana
de aquestas viciosas flores,
por prender cada mañana
al partir a tus amores.
Vístanse nuevas colores
los lirios y la azucena;
derramen frescos olores
cuando entre por estrena.
Alegre es la fuente clara
a quien con gran sed la vea;
mas muy más dulce es la cara
de Calisto a Melibea.
Pues aunque más noche sea,
con su vista gozará.
¡Oh cuando saltar le vea,
qué de abrazos le dará!
Saltos de gozo infinitos
da el lobo, viendo al ganado;
con las tetas los cabritos;
Melibea con su amado.
Nunca fue más deseado
amador de la su amiga;
mi huerto más visitado,
ni noche tan sin fatiga.