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Ni memoria ni olvido – Luis Antonio de Villena

Yo quise olvidar, estoy seguro. Incluso
aceleré tanto los caballos lujosos de mi vida
que pude haber llegado más allá del olvido.
Pero si hay arte en olvidar, cuando el recuerdo
vuelve, no como nostalgia sino cual boca viva,
también ha de haber arte en no sucumbir
a esa trepidación de odio, tristeza y futuro
que es el recuerdo no deseado, aquel garfio
que resultó, a la postre, más potente que la fantasía.
Quise olvidar. Quise tapar al niño negro que fui,
a esas tardes tan tristes, a los días violentos,
al extraño odio de unos camaradas de piedra…
Quise habitar un palacio de olvido. Y no pude.
Afortunadamente, dioses, no he podido. Pues si
es un arte olvidar, también lo es (y terrible)
volver virgen a morder aquella fruta podrida.

Corsario – Luis Antonio de Villena

Piernas tensas. Tacones sonoros. Revuelto el cabello negro…
Era o había sido, hasta que la noche descubrió su cuerpo
largo, fibroso, duro. La magnífica belleza angular de su rostro,
la piel tan fina como el agua dulce, chispazos de fósforo.

En sus ojos –turbadores, negros– alguien ha escrito
un día una palabra soez, maravillosa: Vicio.
¿Qué significa? ¿Albas largas, cocaína, mujeres muy ardientes
besándole los pies? ¿Hombres que han alabado su terso viril joven?

Tirado, sentado en las ergástulas de la sauna, entre
toallas húmedas y aleteantes aves de silente deseo,
basta contemplar la seda de sus muslos ágiles para

olvidarlo todo. Llama es galán su cuerpo. Ansia, cobra…
La deja ver como un reptil perfecto entre lo oscuro.
Apasionado, alarmante, vicioso. ¿Él o tú? ¡Pero qué importa!

Dios del amor – Luis Antonio de Villena

Podrías ser la vida, pero está muy lejana.
Ni siquiera engañarse resultaría fácil…
La imperfección y el tiempo –la vida– nos separa.
Así es que tú también eres muerte de nuevo.

Hermosa muerte dulce, cuerpo de belleza
perfecta, plenitud, gracia, vida, muerte absoluta.
Y su risa de ensalmo era también la muerte,
y ayer la muerte rubia, y la forma soberbia

de contundente oro, y el sexo y la mirada.
Todo muerte. Su longura de río, el alhelí que
palpas, la humedad de los labios, la penumbra,

el olor suave de su piel y las rosas… Muerte todo.
Fríos mis labios ya de besar tanta muerte,
desnudo y solo, espero la nada o el engaño

Eduardo – Luis Antonio de Villena

Según Baudelaire la belleza
es una mezcla impune de voluptuosidad y tristeza
melancólica: Baudelaire era romántico.
Los clásicos ven y levantan
una belleza más fría. No hielo o de hielo, cálidamente
imperturbable, lejana, aunque cerca, viva, tremante…
Recuerdo tus ojos como dos lagunas en azul,
tus labios hechos de pasta de flores,
el caballete egregio de tu nariz,
tu cuerpo alto, esbelto, que todo lo decía no diciendo apenas.
Belleza perfecta, inmóvil, inmisericorde,
belleza que yo miré infinitas veces y no alcancé y alcancé nunca.
Belleza que desee fuera del tiempo,
hermosa, tierna, gélida, caliente.
Belleza de carne, flores, gema y sacrificio.
Belleza de la belleza que hoy, viva, siempre viva,
melancólica y voluptuosamente,
me hace lagrimear como un orate…
Tú, aún tú:
Impertérrita, impertérrito.

Alegría – Luis Antonio de Villena

La terraza veraniega quedaba frente al Museo del Prado.
Era el verano muy dulce de 1989
y una noche de Julio de calor benigno,
una de esas noches en que un vientecillo de primicia
acaricia y ondea las masas verdosas,
las grandes hojarascas de los árboles del Prado.
Estábamos sentados al inicio de la noche
y yo diría que no teníamos nada mejor que hacer
sino esperar y gozar de la nocturna travesía,
de las delicias que deparara la nave…
Buscábamos al negro que pasaba coca.
(Sí, esnifábamos una rayita de cuando en cuando.
Nada grave.)
Bebíamos ron con coca-cola, y nos gustaba la luz
artificial chocando contra aquellas grandes moles arbóreas…
Reíamos. No recuerdo de qué, pero reíamos.
Eso era la alegría. El mundo como aventura,
abierto, cálido, dispuesto, como prietas nalgas afortunadas.
El futuro nos parecía —incluso a mí, que era mayor—
algo por hacer y construir. Algo por llegar,
que haríamos casi como quisiéramos hacer…
Querido y abolido amigo joven,
¿qué decías?
«¿Ahí va Igor, el hermoso muchacho
de volátil pelo que se diría aéreo y grácil
como un maravilloso puma alado?»
Sí. Adiós, y que el Ángel de la Suerte te bendiga.
La noche se diría como una rosa azul.
No teníamos nada que hacer.
El mundo y el placer —vinieran como viniesen—
eran todo. Todo debía ocurrir
y todo sería alegría, sed, pasión, calor, piel, cuerpos finos.
Yo no sé (de veras no sé) si he sido feliz.
Ignoro más bien qué es la felicidad,
y aunque admiro la alegría
casi por encima de cualquier otra cosa,
ruego a vuesas mercedes no me pregunten
qué es ser feliz o en qué consiste la dicha.
Pero si alguien puede,
si algún arcano pacto se lo permite (bendito ladrón)
lléveme, devuélvame un ratito a aquella lejana
noche de un perdido y ocioso verano madrileño.
(Los dos jóvenes evocados, los dos, murieron ya)
Pero por Hércules le juro,
por el gran Heracles le aseguro y prometo que yo
—viejancón y triste aún—
en un pis-pas, le diré lo qué es cabalmente ser feliz…

El padre de Peter – Luis Antonio de Villena

Ya no había oficialmente ingleses en la India
cuando mi padre decidió irse a Simla
y comprar una antigua casa de residentes británicos,
una casa en la falda de la montaña, envejecida.
Dio clases de lengua y trabajó en sus estudios
sobre budismo y cultura hinduista.
Tenía pocos amigos y por la tarde, en un viejo
bar que daba al valle, bebía unos güisquis
sin hielo. Miraba el paisaje, los montes,
creía en ángeles extraños que pasaban
de cuando en cuando por las alturas del mundo,
que debían ser también las alturas de la mente…
¿Gozosamente cansado de todo, del sueño, de la vida?
Dejó escritos bizarros sobre filosofía zen,
tenía un par de amigos jóvenes que le traían té
y buscaban fuentes por monasterios y viejas bibliotecas…
Nadie lo entendimos nunca muy bien.
Era un buscador, un explorador inmóvil.
Dejó un epitafio que ahora lo cubre:
«No pedí venir ni he pedido largarme.
Pero escucha: irse es mejor que permanecer.»

Dominio de la noche – Luis Antonio de Villena

El cabello se esparce suavemente en el lino,
como un mar que es el oro si despacio amanece.
Suavemente se pliegan las pestañas, y los
besos se duermen en los labios y respiran flores.

Ignora la cintura que es sagrada la mano
que recorre las piernas y sus bahías dulces,
la extensión marina del lino que se tuerce,
las playas invisibles de la espalda. Todo ignora.

Y otra mano se expande así, muy quedamente,
y al moverse, el impulso descubre más ocultas
dulzuras, Besos. Deseos. Amor. Ignoradas bahías.
Duérmese. Y yo miro dormir tu joven negligencia.

Epinicio – Luis Antonio de Villena

Salta al aire, y arde al sol en un brillo encendido.
El músculo se estira victorioso. Ondea el pelo rubio,
y bailan sedas de agua sobre una piel de oro.
Bulle un río, y el cuerpo es la sed de una batalla.
Los brazos se alargan, y las piernas armoniosas
y brillantes. Se cierra un bosque al cerrar los ojos.
Cantan las manos. El cuerpo adolescente reta al aire.
Como un himno se eleva la figura, y se ondula.
El pelo nada, la piel seduce al ámbar, y el impulso
se transforma en joven música encendida. Salta ahora.
Y es todo victoria. Quien saltó y quien baja es otro distinto.
Y va más allá el milagro porque es otro el que mira.

Andaluz – Luis Antonio de Villena

No me di cuenta al principio,
me fijé después porque le hablabas.
Y se iba y volvía, llevando cosas,
sonriéndote, con gracia desusada…
Vi entonces sus bellos ojos negros,
sobre la piel oscura, y la sonrisa,
que mostraba los dientes como flores blancas.
Y empecé a pensar: ¡Qué dulce aquello…!
Y daba vueltas por ese cuerpo justo,
oscuro, fino y joven: como silvestres cañas.
Y oía la voz al responderte, alada,
cantarina, inconsciente en su magia.
Después, ya abajo, en la soleada plaza,
pensé en los garzos ojos negros, y me vi
enamorado de un acento del sur:
Vivo, grácil, musical. Igual que quien hablaba.

Labios bellos, ámbar suave – Luis Antonio de Villena

Con sólo verte una vez te otorgué un nombre,
para ti levanté una bella historia humana.
Una casa entre árboles y amor a media noche,
un deseo y un libro, las rosas del placer
y la desidia. Imaginé tu cuerpo
tan dulce en el estío, bañado entre las
viñas, un beso fugitivo y aquel   -«Espera,
no te vayas aún, aún es temprano».
Te llegué a ver totalmente a mi lado.
El aire oreaba tu cabello, y fue sólo
pasar, apenas un minuto y ya dejarte.
Todo un amor, jazmín de un solo instante.

Mas es grato saber que nos tuvo un deseo,
y que no hubo futuro ni presente ni pasado.