Coplas – Fernando Villalón

I

Giralda, madre de artistas,
molde de fundir toreros,
dile al giraldillo tuyo
que se vista un traje negro.

Malhaya sea Perdigón,
el torillo traicionero.

Negras gualdrapas llevaban
los ochos caballos negros;
negros son sus atalajes
y negros son sus plumeros.
De negro los mayorales
y en la fusta un lazo negro.

II

Mocitas las de la Alfalfa;
mocitos los pintureros;
negros pañuelos de talle
y una cinta en el sombrero.
Dos viudas con claveles
negros, en el negro pelo.

Negra faja y corbatín
negro, con un lazo negro,
sobre el oro de la manga,
la chupa de los toreros.

Ocho caballos llevaba
el coche del Espartero.

III

La corrida del domingo
no se encierrra sin mi jaca.
Mi jaca la marismeña,
que por piernas tiene alas.
Venta vieja de Eritaña
la cola de mi caballo
dos toros negros peinaban…

IV

A la una canta el gallo,
a las dos la cotubía
a las tres el ruiseñor
y a las cuatro ya es de día.

V

Besando la carretera
hay una ventita blanca
y una mocita que cosa
a la sombra de una parra.

VI

Braman los toros negros en su feraz orilla
y los potros retozan. Un jinete vaquero
pelea con la garrocha y su moruna silla
¿Será un abencerraje o un moro guerrillero
que no quiso entregarse al conquistar Sevilla?

VII

Con los estribos muy cortos
y las cinchas apretadas,
a todo el palo las picas,
las crines en la barba,
tres mil tendidos,
apenas la arena rayan.

VII

Con sus dos perras podencas
y su hurona en el cestillo,
su cuzca de siete cuartas,
su cuerpo y su capotillo,
sus ceñidores de paño
el furtivo cazador
caza por Sierra de Armijo.

IX

De veludillo de oro
la calzona, verde faja,
chaquetilla de caireles
y medias anaranjadas.
sobre el charol del zapato,
dos mariposas de plata.

X

Dame la jaca alazana
y el trabuco de mia abuelo;
el que tiene guardamonte,
filigranado de acero.

XI

Echa vino, montañés,
que lo paga Luis De Vargas,
el que a los pobres socorre
y a los ricos avasalla.

XII

En el espejo del agua
yo reparo en los andares
salerosos de mi jaca

XII

En las salineras del Puerto
se encarga a los salineros
las garrochas de majagua
que gastan los mozos buenos….

XIV

¡Islas del Guadalquivir!
¡Donde se fueron los moros
que no se quisieron ir!

LA ROSA SECRETA – Miguel Ángel Velasco

 

El cáncer es una fiesta de las células.

Hay una oscura rosa acurrucada
allá en tu propio fondo, en lo más tuyo,
profundo y extranjero.
No sabes su color, pero es tu sangre.
Arraiga en el ramal de tus entrañas.
La abonas con tu amor y con tu miedo.
Se cuaja en ese lecho de tus sueños más firmes
y entre la grava de tus pesadillas.
La riegas con tus lágrimas
no vertidas a tiempo.

Estaba en ti esa rosa desde siempre,
inscrita tu semilla antes del vértigo
del ovario y del rayo.
Desde el caudal abierto fue a parar
a tu breve corriente;
la transportó tu savia, y se hizo carne.
Allí, sin prisa, espera; hace memoria
de su lejano clima;
desarrolla su órbita precisa,
el milenario anillo repetido;
extiende las raíces, excavando
su soterraño cielo.
Se anuda en tierno hilo a ese pespunte
de las estrellas hondas,
aguardando el instante
de pulsar una música extremada:
esa apretada munición que impulse
el mortero del tiempo, dispersando
la alta metralla de la noche en fuga.

Será entonces
cuando la inusitada rosa alumbre,
con naturalidad, la artificiera
carga de su paciencia y lance, airosa,
en sed de firmamento sus bengalas
de fiebre, hacia el exceso renovado
de una fiesta remota.

Se encumbrará la púrpura
de tu jardín recóndito
al son de una violenta primavera.
Abrirá un cauce por tu cuerpo, en pos
de su cuenca escogida.
Y al llegar a la bóveda del ojo,
con la presión de un pétalo encendido,
levantará su párpado esa rosa
hambrienta de la luz. Y estarás ciego.

Presente – Pilar Paz Pasamar

He llegado a mirar la historia con ojos amables.
Comprendí no a los que habían sido peores o mejores
sino a los que existieron realmente.
Por fin hallé interés
en sus rostros cohibidos por unánime susto
sobre los mármoles.
Todos ellos —tal vez merecedores
de la inmortal nomenclatura—
acechados por la red de lo eterno
fueron insectos capturados o algo muy parecido
a lucir luego bajo la impecable
prisión de las vitrinas.
Así fue como nunca pude llegar a amarlos
porque estaban cubiertos de erudición y rito
y eran —tal Gundemaro, o Sófocles, o César—
obligación de aulas, olor espeso de pupitre,
tinta de letanía, venganza de aburridos.
Hoy he sabido ver la historia de otro modo
porque al fin he sabido que no existen historias
sino un instante único en el que somos todos
creados, aunque no lo entendáis, al mismo tiempo.
Codo a codo, los que concluyen inauguran,
inician otro amor, según lo hayan sentido,
así que no lloréis porque nada hay debajo,
nada queda enterrado sino vivo
en un presente rojo, de roja llamarada
donde caben, incluso, esas constelaciones
perdidas, y los monstruos del plioceno
mano a mano con el último
yeyé y el último rey jíbaro.
Por eso, como todos los que están
—aunque estén por venir— somos al mismo tiempo,
he sentido un profundo y provinciano amor
por mi vecino Sigerico
y gran ternura por los lacedemonios
que viven en el piso de al lado.
Sí, hemos de amar a todos, porque están con nosotros,
aprender a hablar de ellos como de seres vivos.
Él los está mirando al mismo tiempo
que nos mira a nosotros. Pero nos mira concluidos,
incorporados, recién llegados, juntos
en el todo que hoy desmenuzamos
—siglos, edades, eras, años, ciclo, estaciones—:
en el presente parpadeo
de sus enormes ojos lúcidos y creadores,
abarcadores, fijos, donde nada se pierde,
ya os lo digo, ni el último que llegue de los últimos.

Citas – Jorge Riechmann

Una vez llegaste tan pronto
que no había flor que no fuese semilla
mano que no fuese garra
ni amor nocturno que el sol no descubriese
en los cines de barrio o en los parques.
Otra vez llegaste tan tarde
que el prólogo ya estaba en el epílogo
un pinzón cantaba a medianoche
las castañas asadas sabían a sobresalto
de muchachitas muertas.
A veces llegabas cabalgando una tormenta
y te asombrabas de encontrarnos empapados.
A veces custodiada por un tigre
y te ofendías mortalmente si yo le daba la mano
sin quitarme los guantes.
A veces llegabas desde detrás del tiempo
me tapabas los ojos
y yo tenía que adivinar
si el beso o la agonía
la entrega o cuántos surcos
arados en tu cuerpo por estaciones de un año
donde ya no había plaza para mí.
Hoy te estoy esperando en el momento justo.
En el fruto maduro. En la frente del día.
En una espuma que equidista de la rosa y del cenit.
Amor mío
no tardes.

Contemplación – Serafina Núñez

Desde el balcón donde anochezco miro,
devorado por oros y por llamas
de suaves rojos, al poniente esclavo
del exacto vivir, que le sentencia
en preludio de vuelos fatigados,
al eterno escapar en lumbre y lumbre,
abriendo la mansión de la lechuza
de socrático elixir poseída,
cortejado de pinos y responsos.
Hacia donde la noche alza su trono
de profecía y rosas extasiadas
en perenne rocío, sombra en la sombra
de sus soledades.
Tomando cuerpo y liberando el alma.

EL HIJO AUSENTE – Vicente Lamas

¡Un año ya! Hace un año
de esa negra pesadilla,
en que al cerrarse sus ojos
para la noche infinita
abrió el puñal de la angustia
en mi pecho su honda herida,
que muerde y sangra implacable
y jamás se cicatriza.

Un año, en que para siempre
se cerraron sus pupilas,
flores del alma entreabiertas
al asombro de la vida,
como dos capullos tiernos
tronchados por la ventisca,
como dos estrellas mansas
que se quedaron dormidas.

Qué fría estaba su frente,
qué frías sus manecitas,
y qué frío el desconsuelo
de tu pena y de la mía!
Jesucristo, vi tu rostro
reflejado en su agonía.
Vi tu rostro que en la muerte
como un lirio florecía
sobre todos los dolores
de la vida.

¡Qué larga noche, Dios mío,
qué espantosa pesadilla!
La densa sombra de duelo
que las cosas envolvía
y se espesaba en el alma
y en el alma nos dolía,
no podía disipar
la pobre lámpara amiga
que nos prestaba, piadosa,
su humilde llama amarilla,
menos triste y menos pálida
que sus yertas manecitas.

Jesucristo, vi tu rostro
reflejarse en su agonía…

Eran de cera sus sienes
y de cera sus mejillas,
lirios de cera sus dedos
y de hielo por lo frías.
Ese hielo que me quema
y me emponzoña la herida,
que la ahonda y la revuelve
pero no la cicatriza.
Esta herida que hace un año
prendió como una flor maldita,
la noche en que para siempre
se durmieron sus pupilas.

La mano se extiende… – Roberto Juarroz

La mano se extiende,
pero a mitad de camino
la detiene una imagen.
Y se marcha entonces con ella,
no para poseerla
sino tan sólo para entrar en su juego.
La mano ha comenzado a enamorarse en el camino
y así la posesión y el don se le escapan.
La mano ha cambiado su destino
por un vuelo que no es el vuelo del pájaro,
sino un abandono a las mareas que no tienen costa
o a los desequilibrios de una sabiduría diferente.
La mano ha renunciado a su objeto
y ha adquirido el valor de su distracción.
La mano ha renunciado a salvarse.

Amor – Susana March

Me dolerás todavía muchas veces.
Iré apartando sueños
y tú estarás al fondo de todos mis paisajes.
Tú con tu misterio
y tu extraña victoria.
Amor, ¿quién te ha dado esa fuerza de pájaro,
esa libre arrogancia
de mirar las estrellas por encima del hombro?
¿Quién eres que destruyes
mi corazón y puedo, sin embargo, existir?
¿Se vive en la muerte? Se vive
con el alma en desorden y la carne
desmoronándose en el vacío?
Nunca te tuve miedo
y, sin embargo, ahora te rehuyo
porque eres como un dios que me hace daño
cada vez que me mira.
Abandonaré todo lo que me estorba,
todo lo que dificulta la huida
y escaparé por la noche adelante,
temerosa de ti, temerosa
de esta grandeza que intuyo,
de este fulgor, de este cielo
que palpita en tus manos abiertas.
Me dolerás todavía muchas veces
y cada vez me extasiaré en mi daño.

De pura honestidad templo sagrado… – Luis de Góngora y Argote

De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta y tus virtudes reza.

Ausencia – Jorge Luis Borges

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.