Confesión – Tomás Segovia

El día,
está tan bello
que no puede mentir:
comemos de su luz nuestro pan de verdad.

Su cuerpo se desciñe
y se tiende y se ofrece.
Esta dicha no engaña: nada quiere.

Di: ¿no es más fuerte
que nuestro amor altivo de la muerte
esta sencilla gracia equilibrada
que nada
ejerce?

Pero cuánto pavor,
violenta alma mediata,
te infunde todavía esa burlona voz
que a solas te susurra «estás salvada».

No, no,
tu destino ni ha muerto ni es tu esclavo.
Soberbia y Miedo, confesad:
la vida toda fue verdad.

Vienes de nuevo a mí, atraviesas… – Paloma Palao

Vienes de nuevo a mí, atraviesas
con tu espada de plata mi garganta,
buscas dentro de mi alma los rincones
donde tengo enterrado mis porqués
y los nombres de las cosas, a las que tú
robaste su importancia.

Vienes de nuevo a mí y no te temo,
viento-escarcha en las ramas, hojas
rotas a besos, mordidos troncos pálidos.
Vienes de nuevo a mí por calles,
huecos, plazas, perdida en tu distancia,
alargando el vacío de tu ensanchada espalda.

Vienes, rompes, destrozas, desalojas
miradas, contemplas tras las olas
venir la muerte a nado, buceas
bajo el sueño, sacas a flote
el alma y eres tú siempre
sola, soledad de mi alma.

El universo tiene ojos – Carmen Conde

Nos miran;
nos ven, nos están viendo, nos miran
múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,
desde todos los rincones del mundo. Los sentimos
fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.
Y, a veces, nos asfixian.

Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos
de las interminables vigías acosan y extenúan.
Cumplen su misión de mirarnos y de vemos;
pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.

Para que vieran,
para que viéramos frente a frente,
pestañas contra pestañas, soslayando el aliento
denso de inquietudes, de temores y de ansias,
la absoluta visión que todos perseguimos.

¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,
coincidiendo en la fluida superficie del espejo!

Nos mirarán eternamente,
lo sabemos.
Y andaremos reunidos, sin hallarnos como mortales
en tomo a la misma criatura intacta
que rechaza a los ojos que ha creado.
¿Para qué, si no vamos a verla, aunque nos ciegue,
hizo aquellos y estos innumerables ojos?

Ni brisa – María Zambrano

Ni brisa ni sombra.
¿Por qué, muerte, así te escondes?
Sal, salte, sácate de tu abismo,
escápate tú, ¿quién te retiene?
¿Por qué no borras con tu mirada el universo?
¿Por qué no deshaces las piedras
con tu sombra, con tu muerte, sólo con tu sombra,
con tu mano desnuda,
con tu rostro de estatua,
desnuda presencia a quien nada resiste?
Enseña, muestra tu cara a los mundos,
que ya no haya espacio,
ni cielos, ni viento, ni palabras.
Quiero hundirme en el silencio.

Aparición urbana – Oliverio Girondo

¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido,
malherido,
inmóvil,
en silencio,
hincado ante la tarde,
ante lo inevitable,
las venas adheridas
al espanto,
al asfalto,
con sus crenchas caídas,
con sus ojos de santo,
todo, todo desnudo,
casi azul, de tan blanco.
Hablaban de un caballo.
Yo creo que era un ángel.

Lección de amor – Bertolt Brecht

Pero muchacha, te recomiendo
Un poco de seducción en los gritos:
Carnosa me gusta a mí el alma
Y animada me gusta la carne.

El pudor no puede aminorar la voluptuosidad
Si tuviese hambre me gustaría saciarme.
Me gusta que la virtud tenga culo
Y el culo su virtud.

Desde que aquel dios montó al cisne
Más de una muchacha tiene miedo
Si ella lo sufrió con gusto,
Él insistió en el canto del cisne.

La máscara de oro – Miguel Ángel Velasco

Se templó para cifra de una vida,
relieve rotundo que fijara
coraje o grandeza. Quiso, al tiempo,
velar en una imagen serenada
el gesto lacerante.
                                  Y buscó, acaso,
cuajar en lumbre quieta el resplandor
que atraviesa los rostros.
Esa luz que ilumina los semblantes
cuando saltan la hoguera.

Celebración del embarazo – Rafael Duarte

TU comienzo fue un hilo de peces momentáneos,
de anémonas crecidas en las algas del cuerpo.
Vegetal y marino ascendiste a la sangre,
secreto y empujado de esperanzas pacíficas.

En el fondo del lago cereal de la madre
una niebla redonda de ceras y de uvas
fue entornando su vientre de corolas esféricas
donde el mundo empezaba de nuevo su manzana.

Eras, hijo, una incógnita de eléctricos corales,
atolón de un cariño de grávidas cadenas.
El linaje encendido. Una isla en el gozo
rodeada de mares de escarcha y de misterio.

Tentaste un abanico de besos boreales,
conmoviste el sigilo de anchuras y caderas,
elevaste los pechos a los tallos del nácar
rizando los jazmines aéreos de la leche
al latir tu relámpago de harinas y de lunas.

Rocío frutal de carne pegujal del abrazo,
gramínea y aumentada primavera escondida,
aroma circundante de espirales ternuras,
en cúpula creciente del polen del deseo.

Nadie pudo arrancarme la rosa de tu júbilo,
ni diezmar tu presencia con temores impunes.
Nacerás porque vienes masticando la vida,
curvando la cintura en un arco de mimos,
consumación global de un deleite enlazado
por la raíz redonda, circular de tu espera.