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Supervivencia – José Manuel Caballero Bonald

Musgo mefítico, adherencia		
matinal de lo inerte, día		
a día arrastrándome		
hacia un fondo de esponjas		
oxidadas, broncas burbujas		
balbucientes, tentáculos		
que en las marañas de la noche		
acechan.		
      Toco a ciegas
la luz, las alas		
de las horas, escucho		
cómo restallan los cristales		
de la mañana llameando		
desde el centro		
del sueño, desde el centro.		
Lentas ondas me emplazan		
en lo opaco del día, busco		
la cajita de yerbas, el papel		
ocasional de los recados.		
                      Salto
por fin al borde de la vida.

Versículo del Génesis – José Manuel Caballero Bonald

Por las ventanas, por los ojos		
de cerraduras y raíces,		
por orificios y rendijas		
y por debajo de las puertas,		
entra la noche.		

Entra la noche como un trueno		
por las rompientes de la vida,		
recorre salas de hospitales,		
habitaciones de prostíbulos,		
templos, alcobas, celdas, chozos,		
y en los rincones de la boca		
entra también la noche.		

Entra la noche como un bulto		
de mar vacío y de caverna,		
se va esparciendo por los bordes		
del alcohol y del insomnio,		
lame las manos del enfermo		
y el corazón de los cautivos,		
y en la blancura de las páginas		
entra también la noche.		

Entra la noche como un vértigo		
por la ciudad desprevenida,		
rasga las sábanas más tristes,		
repta detrás de los cobardes,		
ciega la cal y los cuchillos		
y en el fragor de las palabras		
entra también la noche.		

Entra la noche como un grito		
entre el silencio de los muros,		
propaga espantos y vigilias,		
late en lo hondo de las piedras,		
abre sus últimos boquetes		
entre los cuerpos que se aman,		
y en el papel emborronado		
entra también la noche.

Túmulo de la noche – José Manuel Caballero Bonald

Túmulo de la noche
mefítica, entre la amoratada
salmodia de los árboles,
cuando el negro crespón penitenciario
del mar me guarecía
de la injusta intemperie,
                         no
lo toquéis con vuestras manos: sagrada
es su pacífica frontera y allí yace
el cadáver del tiempo, la carroña
que arrastra el renegado, la palabra
culpable, el asesino,
                     no lo miréis
con vuestros ojos
gemelos ya a la sangre en que se fijan.

Túmulo infecto de la noche, cuando
con la temible luna hendiendo
las insaciables olas,
no busqué merecerme más refugio
que el de la libertad
junto al ruinoso barracón
marino, cerca
del taciturno azul del arrecife.

Noble tierra maldita, vigilantes
muros de odio, no cerquéis
ese confín desierto, ese nocturno
cuerpo intocable erguido
entre las gradas y los malecones,
vientre abierto del mundo, cuando
con la áspera lengua del verano
fermentando entre líquenes
sedientos, no encontré
más fundación de luz que la tiniebla.

Cuerpo entre dos – José Manuel Caballero Bonald

Hablarte es darle origen divino a mi palabra
porque tú permaneces aunque pasen los cuerpos,
porque mi incauta boca,
nacida para un nombre que en sombra se termine,
nacida para arder entre sospechas,
para llamar en vano de algún modo a la vida,
yo sé que no podría apresarte en la voz.

Mi boca no podría
en su mundo cercado con ecos de preguntas
hablarte, pronunciarte, decirte amor tan sólo,
sin prestarle raíces de dios a mi palabra,
porque tú no te acabas en presencia,
eres también caricia o apretada ternura
o nada más que un gozo de sentirme temblar
más dentro en tu mirada,
cuando ya no te tengo con tu peso de amor
caída entre mis brazos
y sin embargo existes fluyendo de mí mismo,
dejas incertidumbre en rastros indelebles
y nunca ya podrá mi soledad serlo del todo,
pues tu cuerpo, esa contigua posesión recóndita,
no se acaba entregándose,
se queda en siempre, en un tangible azar sin treguas,
en un latir sin treguas sobre mi pecho,
y es como el mar, que huye victorioso ,
que acude derrotado, para otra vez alzar
su lucha inacabable, su efímera obediencia,
en un morir naciendo cada hora,
vencido y vencedor al mismo tiempo.

Oh, amada, cuerpo entre dos, hablarte
es fijar en la tierra sus lindes de alegría,
arrebatar sus légamos a mis labios serviles,
es tañer el silencio con un sonido nuevo,
con un sonido igual al que tendría
una creación que en derredor vibrase,
que estuviese vibrando en mi palabra
para que nunca ya nombrar del mismo modo
a otro ser, que no tú, mi voz pudiera.

Composición de lugar – José Manuel Caballero Bonald

Equitativo es recordar ahora
entre otros varones si no claros,
translúcidos, a aquel
en quien solían coincidir los síntomas
más mortecinos, y no precisamente
por su viscosa calidad
cutánea sino por su manera
de ir empalideciendo a trechos
según las graduaciones del encono.

Benjamín insaciable
entre penosos contertulios, fue
en sus varios servicios reputado
de discreto: cumplió
con severa obediencia reiteradas
misiones de recepcionista, supo
supeditar su vocación de edil
a la de ujier, recibió
recompensas, no pernoctó en hoteles.

Nadie intentó jamás atribuirle
innecesarios viajes, gastos,
coitos, indumentarias. Tuvo
no obstante ocasión de mostrar
algún notorio cambio de conducta:
permutó lo mezquino por lo parco
y si antes pusilánime después fue temeroso.

Equitativo es recordarlo: aún
persevera su ejemplo, acaso porque nunca
se permitió licencia alguna sin guantes,
aunque es fama
que utilizó las manos hábilmente
para desabrocharse
y escribir sus informes en el polvo.

Hoy no – José Manuel Caballero Bonald

Comparto con la noche su premura
de tiempo, ese impaciente tránsito
circular de la sombra
que de otra sombra es víspera
o esa morosa voluntad de amarte
a partir de mañana, cuando
como a la luz te haya perdido
y sólo quede un último
plazo para esperarte
en la fugacidad del día siguiente.

Fin del trayecto – José Manuel Caballero Bonald

¿Parpadean las luces o eres tú
que me miras a ráfagas, vacilas
tercamente a mi lado y pones
como una intermitencia de cristales
litúrgicos entre el sexo y la música?

Quien aquí vino a hurgar
en la parte más neutra
de la noche, convicto
permanece en su duda, a extramuros
del tiempo, nunca más como cómplice,
sólo esperando ya qué importa qué.

Rigor Mortis – José Manuel Caballero Bonald

Por muy solos que estén, por muy diezmados
que parezcan estar, regresan
cada noche de su demarcación
más fúnebre, enarbolan
el imperioso emblema de una herencia
de fámulos y en la fealdad
abominable de su fe militan.

A su estatura escasa, copia
de otra estatura general
igualmente deforme, aplican
la inútil panacea de una máscara
con que intentan suplir
su congénito horror al rostro de la historia.

A veces se autoerigen
estatuas y a veces ellos mismos
con razonable unción
se llaman mutuamente mentecatos

Entra la noche como un trueno… – José Manuel Caballero Bonald

Entra la noche como un trueno
por los rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozas,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.

Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.

Entra la noche como un grito
por el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre los últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.