Ahora
que he visto
y he tocado,
en medio del invierno,
la llaga
devorante,
el festín de la muerte,
no me pidáis
metáforas de luz.
Madrid, ciudad de amor,
rosa de sangre.
Oigo con pavor
el silencio
de los que no gritan.
Ahora
que he visto
y he tocado,
en medio del invierno,
la llaga
devorante,
el festín de la muerte,
no me pidáis
metáforas de luz.
Madrid, ciudad de amor,
rosa de sangre.
Oigo con pavor
el silencio
de los que no gritan.
En la gota de agua
parpadea
la aguja inmutable
del tiempo
y del no tiempo.
Como el hueso en la carne,
el sol está dentro de la gota suspensa.
Interior insolación del tiempo.
Fuego es el tacto, y luz. Con la ansiedad
de lo que nunca llega, los amantes
una alianza entre sus manos forjan.
El mundo es una piel estremecida,
qué senderos secretos. Cada poro
yergue su cráter deslumbrado al roce
de marfiles, de sedas fugitivas.
En las pupilas -dilatadas- mil
figurillas arracimadas danzan
con ardorosa placidez. Destellan.
El tacto es fuego y luz, y ellos lo saben.
Arder, arder en el amor. Perderse
en el amor hasta el primer origen,
cuando era el agua el légamo del tiempo
y allí la noche en su platillo de astros.
Cada abrazo retrae a los amantes
hasta la cima de la transparencia.
Pureza. Anulación. Placer: tu nombre
es Nadie. Nadie los entrelazados
cuerpos fluyendo en la delicia ardiente.
Nadie la carne, trémula entre esquirlas
de luz y de dulzura. Amor es nadie.
La llama crece y viva los devora.
Los amantes se dan oro de olvido.
Un hombre no precisa
de razones
para morir.
El sufrimiento basta.
La verdad
es este cráter,
más pavorosamente
abierto cada vez,
hasta que
todo el ser
es devorado
por la oscuridad.
La piel
graba el tatuaje
del dolor.
Incandescente
noche.