Quizá el amor es simplemente esto:
entregar una mano a otras dos manos,
olfatear una dorada nuca
y sentir que otro cuerpo nos responde en silencio.
El grito y el dolor se pierden, dejan
sólo las huellas de sus negros rebaños,
y nada más nos queda este presente eterno
de renovarse entre unos brazos.
Maquina la frente tortuosos caminos
y el corazón con frecuencia se confunde,
mientras las manos, en su sencillo oficio,
torpes y humildes siempre aciertan.
En medio de la noche alza su queja
el desamado, y a las estrellas mezcla
en su triste destino.
Cuando exhausto baja los ojos, ve otros ojos
que infantiles se miran en los suyos.
Quizá el amor sea simplemente eso:
el gesto de acercarse y olvidarse.
Cada uno permanece siendo él mismo,
pero hay dos cuerpos que se funden.
Qué locura querer forzar un pecho
o una boca sellada.
Cerca del ofuscado, su caricia otro pecho exige,
otros labios, su beso,
su natural deleite otra criatura.
De madrugada, junto al frío,
el insomne contempla sus inusadas manos:
piensa orgulloso que todo allí termina;
por sus sienes las lágrimas resbalan...
Y sin embargo, el amor quizá sea sólo esto:
olvidarse del llanto, dar de beber con gozo
a la boca que nos da, gozosa, su agua;
resignarse a la paz inocente del tigre;
dormirse junto a un cuerpo que se duerme.
Archivo de la etiqueta: poesia
Si todo acabó ya, si había sonado… – Antonio Gala
Si todo acabó ya, si había sonado
la queda y su reposo indiferente,
¿qué hogueras se conjuran de repente
para encenderme el pozo del pasado?
¿Qué es esta joven sed? ¿Qué extraviado
furor de savia crece en la simiente?
Si enmudecí definitivamente,
¿para quién canta un nido en mi costado?
¿Por qué cruzas, abril, mis arenales
talándome el recuerdo y su enramada,
aromando rosales sin renuevo?
¿Qué esperanza me colina los panales?
¿Qué me das a beber de madrugada,
destructor de promesas, amor nuevo?
Carmen de la plenitud – Eugenio de Nora
Más bien no tener palabras,
sino estrellas, sino rosas.
Más bien decir, al pensarte,
la belleza: ella te nombra.
Ah, si el mundo que sé y quiero
se implantara, forma a forma,
¡qué plenitud, qué alegría,
qué nueva creación gozosa!:
Desbordarían las fuentes
a la sed; las tensas rocas
a los cielos; la caricia
a las manos creadoras,
felicidad!
Todo, nuevo
a tu imagen; todo sombra
de tu paso: porque existes
y vivo tu eterna hora.
¡Cima, plenitud: sentirte
descanso del alma, y forma!
¡Quererte!: florecer astros,
y estrellar la noche a rosas...
Dormir – Amado Nervo
¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño
es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios... Yo lo que tengo,
amigo, es gran deseo de dormir.
El sueño es en la vida el solo mundo
nuestro, pues la vigilia nos sumerge
en la ilusión común, en el océano
de la llamada «Realidad». Despiertos
vemos todos lo mismo:
vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las criaturas efímeras... Dormidos
cada uno está en su mundo,
en su exclusivo mundo:
hermético, cerrado a ajenos ojos,
a ajenas almas; cada mente hila
su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!)
Ni el ser más adorado
puede entrar con nosotros por la puerta
de nuestro sueño. Ni la esposa misma
que comparte tu lecho
y te oye dialogar con los fantasmas
que surcan por tu espíritu
mientras duermes, podría,
aun cuando lo ansiara,
traspasar los umbrales de ese mundo,
de tu mundo mirífico de sombras.
¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
con todo su dolor el universo
que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos.
El castigo mayor es la vigilia:
el insomnio es destierro
del mejor paraíso...
Nadie, ni el más feliz, restar querría
horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
vale lo que un dormir manso y sereno
en los brazos de Aquel que nos sugiere
santas inspiraciones. ..
«El día es de los hombres; mas la noche,
de los dioses», decían los antiguos.
No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
amigo: mucho sabes;
pero mi sueño sabe más... ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir...
Carmen de la riqueza- Eugenio de Nora
Yo, muchacho aldeano, regresando
por mis años de fresca y verde senda,
traigo, para tu tiempo, la alegría
de aquella inagotable primavera.
Para tu boca traigo la caricia
de tantas flores de color que sueña;
para tus ojos en los que oscurece,
la estrella de la tarde triste y bella.
Traigo la voz del agua que ha pasado
en el silencio tibio de la hierba;
te traigo el cielo, corazón sonoro
con álamos de música y ribera.
Abre tu alma. Mira el valle inmenso.
Nos ha correspondido esta riqueza.
es todo tuyo. el borde de la dicha
va más allá del tiempo y de la tierra.
Versículo del Génesis – José Manuel Caballero Bonald
Por las ventanas, por los ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.
Entra la noche como un trueno
por las rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.
Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.
Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.
Entra la noche como un grito
entre el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre sus últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.
Carmen de la lluvia fina – Eugenio de Nora
¡Oh universo en que quiero
estar! ¡Ramo de estrellas!
Estas gotas de lluvia,
tierra tibia, te encuentran...
Hasta ti fue la vida toda
como un inmenso mar de ausencia.
Pero, poco nos basta.
Las medidas humanas
no son tan infinitas como piensas
felicidad: ese algo
de concreción, de pura forma bella,
ya nos basta. ¡Racimo
de lluvia, cabellera
levemente mojada,
y que ilumina una sonrisa eterna:
te basta ya!
Y éste es el mundo
estrellado en que habitas; ésta era
la lejanía soñada. ¡Canta!
Aquí está la promesa.
Cuando estás en mi cuerpo – Clara Silva
Cuando estás en mi cuerpo desangrado,
acechando el descuido de mi muerte,
¿cómo me asomo a mi alma para verte
si ignoro si me doy o me has tomado?
En hermosuras crezco a tu cuidado
y tanto que mi boca ya no advierte
si es por tu amor que vivo de esta suerte,
si es por mi sed que muero a tu costado.
Te recojo en mi sangre derramada
y me ciñes de olvido hasta olvidarlo
como una muerta en insaciada vida.
Bajo la herida de tan dulce espada
lo mismo da saberlo que ignorarlo
si te sirves de mí o soy servida.
Carmen de las flores tempranas – Eugenio de Nora
Los almendros en flor, embriagados
en la luz clara de la tarde,
dan su color feliz y delicado
a la esperanza núbil de los aires.
¡Las flores al azul, precisas, leves,
las hojas verde y luz en la corteza;
la maravilla, los almendros de aire
sobre esta tierra parda y seca!
¡Oh corazón, ya llega abril; ya el cielo
tendrá el color de la felicidad!
Mira las flores: ah, suspiran;
están diciendo que amarás.
Zéjel XX – Max Aub
Cuando cojo tu seno
y bebo
doy gracias al vinatero
y al botellero
que hicieron el cielo
perfecto.