Me sobra la poesía – Elvira Sastre

Me sobró el resto
desde el primer beso.

Amor,
a mí desde que estás
me sobra el amor por los cuatro puntos cardinales
de este país que no quería ser conquistado
y acabó enamorado de tu bandera.
Se me han roto las brújulas
y ahora mire donde mire
solo
estás
tú,
y un trozo de mar conjugado en futuro
y un beso en cada ola de tu marea
y varias frases cosidas a tu frente
para que leas poesía cada vez que te mires al espejo.

De igual manera
que me sobran las manos cuando no estás
y tengo demasiados latidos
para tan poco pecho
para tan poco pecho
--aunque me hayas
hecho el corazón más grande que la pena--,
del mismo modo
que mis pies pierden el ritmo
cundo no van a tu casa
--el aire solo se mueve
cuando tú bailas--
y el cartero me pregunta por ti
de tanto escribirle tu nombre...

De igual manera,
me sobran las formas
y las excusas
y las palabras,
me sobra hasta el silencio
y el eco de las estaciones,
me sobra el pasado
y la tristeza
y los poemas,
me sobra la cuidad
y los enamorados que cabalgan sobre ella,
me sobran las mentiras
--menos esas que consiguen
que te quedes un ratito más--,
me sobran todos los besos llenos de tinta
y todas las palabras manchadas de saliva,
me sobra tu casa
y la mía
y las noches que duran días,
me sobra esta bendita paz
y esta ausencia de ruidos
que me has regalado,
me sobras mis dedos
y mis sueños
y mis dedos que te sueñan
y mis sueños con tus dedos,
me sobra el miedo
y los callejones
y la luz,
me sobran las huellas
porque me sobra el camino.

Desde que estás
me sobra todo lo que tengo
--me sobra hasta lo que no tengo--
porque tú me das todo.

Mi vida,
desde que estás tú
lo único que me falta
es la muerte.

Y no la echo de menos

La noche – William Blake

Desciende el sol por el oeste,
brilla el lucero vespertino;
los pájaros están callados en sus nidos,
y yo debo buscar el mío.
La luna, como una flor
en el alto arco del cielo,
con deleite silencioso,
se instala y sonríe en la noche.
Adiós, campos verdes y arboledas dichosas
donde los rebaños hallaron su deleite.
Donde los corderos pastaron, andan en silencio
los pies de los ángeles luminosos;
sin ser vistos vierten bendiciones
y júbilos incesantes,
sobre cada pimpollo y cada capullo,
y sobre cada corazón dormido.
Miran hasta en nidos impensados
donde las aves se abrigan;
visitan las cuevas de todas las fieras,
para protegerlas de todo mal.
Si ven que alguien llora
en vez de estar durmiendo,
derraman sueño sobre su cabeza
y se sientan junto a su cama.

Cuando lobos y tigres aúllan por su presa,
se detienen y lloran apenados;
tratan de desviar su sed en otro sentido,
y los alejan de las ovejas.
Pero si embisten enfurecidos,
los ángeles con gran cautela
amparan a cada espíritu manso
para que hereden mundos nuevos.
Y allí, el león de ojos enrojecidos
verterá lágrimas doradas,
y compadecido por los tiernos llantos,
andará en torno de la manada,
y dirá: "La ira, por su mansedumbre,
y la enfermedad, por su salud,
es expulsada
de nuestro día inmortal.
Y ahora junto a ti, cordero que balas,
puedo recostarme y dormir;
o pensar en quien llevaba tu nombre,
pastar después de ti y llorar.
Pues lavada en el río de la vida
mi reluciente melena
brillará para siempre como el oro,
mientras yo vigilo el redil.

El Ángel de la música – Paloma Palao


                               A Antonio Colinas

No responde
la añoranza a la música, sí al esfuerzo
de una armonía
celeste y casi hallada. Tañe el laúd
y canta: esfuerzo sumo y aún anhela, contempla.
Hay un dolor, aunque su cabello
orle una franja, de fingidas piedras. Su cuello
es recio, cual de varón. Sus ojos
perdida
la hermosura tienen. Traspasa suave
la túnica sus alas. Hay un dolor del aire
detenido. Las cuatro cuerdas del laúd tan tensas
donde las manos
no reposan. El paraíso
está perdido en el esfuerzo: no es un ángel
quien tanto dolor siente.
Hojas de naranjo acompañan
tras del azar perdido su memoria.

El mar en persona – Juan Larrea

He aquí el mar alzado en un abrir y cerrar de ojos de pastor
He aquí el mar sin sueño como un gran miedo de tréboles en flor
y en postura de tierra sumisa al parecer
Ya se van con sus lanas de evidencia su nube y su labor
A la sombra de un olmo nunca hay tiempo que perder

Crédula exquisita la oscuridad sale a mi encuentro
Mi frente abriga la corteza del pan que llevo adentro
cortado a pico sobre un pájaro inseguro

Y así me alejo bajo la acción del piano
que me cose a las plantas precursoras del mar
Un ciervo de otoño baja a lamer la luna de tu mano
Y ahora a mi orilla el mundo se empieza a desnudar
para morirse de árboles al fondo de mis ojos.

Mis cabellos se llenan de peces de penumbra
y de esqueletos de navíos forzosos

Sin ir más lejos
tú eres fría como el hacha que derriba el silencio
en la lucha entre el paisaje y su golpe de vista

Mas cuando el cielo exporta sus célebres pianistas
y la lluvia el olor de mi persona
cómo tu hermoso corazón se traiciona

Sueño de una noche de verano – Wislawa Szymborska

EL BOSQUE DE LAS ARDENAS ESTÁ BRILLANDO YA.
No te acerques a mí.
Tonta, tonta,
me codeaba con el mundo.

Comía pan, bebía agua,
el viento me azotó, la lluvia me mojó.
Por eso, aléjate de mí, ten cuidado.
Y por eso, tápate los ojos.

Vete, vete, pero no por tierra.
Zarpa, zarpa, pero no por mar.
Vuela, vuela, mi bien,
pero sin tocar el aire.

Mirémonos con los ojos cerrados.
Hablemos con las bocas cerradas.
Tomémonos a través de un grueso muro.

Una pareja más bien poco ridícula, la nuestra:
en vez de la luna brilla el bosque
y una ráfaga de viento le arranca a tu dama,
Píramo, su abrigo radiactivo.

Las ciudades emergieron de la tierra… – Yaiza Martínez

Las ciudades emergieron de la tierra cuando abrí las Cartas a Theo

El pintor Fernando Fueyo hablaba por la radio de dar voz a los árboles;
de enseñar a los hombres y a las mujeres a mirar como los árboles

Desde el sur de Francia, Van Gogh repetía, insistentemente:
este sol para los artistas

Cerré el libro y, de pronto, nos vimos en Arles
contando agujeros de bala frente a un muro

Luego entramos al patio del sanatorio
con la esperanza de encontrar una oreja,
pues todo está en todo
parecía
el argumento de la realidad


Humo – Adam Zagajewski

Hay un exceso de elegías, de memoria.
Huele a heno, una garceta
vuela indecisa sobre el prado.
Sabemos sepultar a los muertos.
No queremos matar.
Pero los intensos momentos de resplandor
se escapan a nuestros encantos.
En mi habitación se apilan sueños
apretujados como alfombras
en una tienda oriental, sofocante, 
y ya no hay sitio para nuevos poemas.
El corzo no corre,
intenta adivinar el futuro.
Nadie sabe venerar a los dioses.
Una oración enfurecida es más poderosa.
Las flores de los tilos, una herida abierta.
El humo se eleva sobre las ciudades planas
y el silencio irrumpe en nuestras casas;
en nuestras casas irrumpe la luna llena.

Amado – Carmen Matute

Fui agarrándome de ti,
de tus ojos,
campanarios llenos de palomas,
y tu pecho
encendido como un lucero sólo.

Caminé desesperada
en los senderos
trazados por tus venas
y me así
a tus riñones
y testículos,
a tus orejas
y tu lengua.

Golosa
bebí con gratitud
láudano en tu boca
y me detuve
por siglos en tu sexo:
lo exploré
con soles diminutos
nacidos en las puntas de mis dedos
y cárdenos frutos mancillados.

Copié tu mirada,
doblé tu risa,
y lúbrica mordí
tu agonía con los dientes.

Patio de los arrayanes – María del Carmen Pallarés

DESPIERTA el arrayán, el aire asciende,
dibuja el llanto un alarife ciego.
Ya es siena el corazón, añil la sangre, 
gualda el sonido de los surtidores.
La muerte, amor, alumbra el tiempo: somos
los que volvemos de la despedida.
El patio nos abraza, su luz ciñe
otro milagro de dolor perfecto.