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Ahora en este encuentro – Enrique Gracia Trinidad


Cuando la fiesta del señor se acaba
y empieza la del siervo...
-quizá tan solo un niño sueña con el mar-
cuando ya desoladas las botellas ofrecen lo que no pudo
entrar en las frágiles copas...

Ahora es cuando entro en la partida, ahora
es cuando juego mi baza
y abro mi camisa.
Ahora,
cuando la noche vino a encamar al hombre del smoking
y la señora del collar y el traje supercaro
es una prostituta,
ahora que las acciones duermen en la banca
y el sereno es un búho taciturno.

Vedme bajar del humo de un cigarro o del perfume
de un frasco Made in France que se ha quedado
abierto en la consola.

Soy un nocturno pájaro sin sueño, me poso en el alero
de las torres, descubro vuestra noche,
hago de voceador, me infiltro en vuestro lecho
y voy dejando negras pesadillas en los párpados,
en los labios que alguna vez besaron,
que alguna vez besaron...
Desde las chimeneas sé lo que os ocurre,
desde los altos techos de técnica y lujuria
descubro a las parejas que se aman,
y a los que no saben qué van a comer cuando despierten.
Mi carcajada y mi llanto dibujan escalofríos
en todos los pijamas.

Pienso en mi amor dormido hace algún tiempo,
y en amplios butacones donde vivir no es ningún milagro.
Cuando viene la luz arrojo este cansancio
y enciendo un cigarrillo por el mundo.
Alguien me pide fuego y os puedo asegurar que no lo entiendo.

Mercado de las ventas – Enrique Gracia Trinidad


Nada como las bolsas de plástico y de mimbre
flotando a media altura en el mercado,
bajo las manos de mujeres fuertes,
sobre pequeños carros donde un mundo cabe,
siempre dejando ver algún tallo de acelga,
una barra de pan o unas cebollas.

Es este un circo de alma insospechada:
el alboroto del frutero,
el perfume a embutido, a papel de envolver,
y la risa del tonto
que ayuda con las cajas de verdura.
El carnicero está de buen humor.
¡La mujer del pescado es tan hermosa!

No hay color en el mundo
como el que tiene un puesto de frutas apiladas,
un color oloroso de piel acariciable y fresca.
¡Hay tanta gente aquí, tanto alboroto!
-¿Quién da la vez?- repite el eco,
mientras un universo multicolor, sin tregua,
sofocante,
desfila siempre igual, distinto siempre,
junto al escaparate de aceitunas.
Se vocea el pimiento con eróticos gritos
y cómplices sonrisas,
interrogan al ojo del besugo,
miran en el profundo corazón
de la lechuga,
se palpa la manzana.

Es este el paraíso reencontrado.
A las diez de la noche
ángeles de amoniaco lo dejarán a oscuras, en silencio.

Pero antes de que llegue la limpieza
tenaz y redentora,
aunque el suelo esté sucio y maloliente,
el aire es de limones, de laurel o canela,
de verde perejil, gamba roja, café,
queso manchego,
vida.
Siempre se ve un cangrejo fugitivo
que busca un niño al que asustar
y lo consigue.