Lluvia – Salvador Espriu

De ninguna parte llega. ¿Partir?
No existe la mágica palabra que rompa
esta costumbre del ojo, este silencio
sonoro de dardos. La primavera, el lujo
de los años y de la luz, se perdía ahora
en el camino vencido. Las esperanzas
han muerto a tiempo. De nuevo, todo es perfecto
a lo largo del vacío: la lenta lluvia
no va a parte alguna.

Mi cumbre solitaria y opulenta… – Concha Urquiza

Mi cumbre solitaria y opulenta
declinó hacia tu valle tenebroso,
que oro de espiga ni frescor de pozo
ni pajarera gárrula sustenta.

En tu luz gravitante y macilenta,
quebrado el equilibrio del reposo,
vago sobre tu espíritu medroso
como un jirón de bruma cenicienta.

Libre soy de tornar a mis alcores
do Eros impúber la zampoña toca
ceñido de corderos y pastores;

mas a exilio perpetuo me provoca
la chispa de tus ojos turbadores,
la roja encrespadura de tu boca.

Los amantes de Pompeya – Odette Alonso

La luna era distinta hace un segundo
te iluminaba
entraba por la hendija como un sorbo.
Moriremos de amor amiga mía
presiento que un tropel desciende de las cumbres
siento su oleada tibia presionando mi espalda.
Moriremos de amor
todos los vientos llegan como una manotada
y yo cubro tu cuerpo lo incorporo
quiero aliviarme en ti.
Hace un segundo la luna era distinta
y no había ese susto en tu mirada.
Algo nos viene encima
ese sordo rumor es un presagio.
Cierra los ojos pronto amiga mía.
Es el amor que llega.

Canción del esposo soldado – Miguel Hernández

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos,
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

El amor del hombre – Pere Quart (Joan Oliver)

Existe la lujuria sucia y poderosa
-e intermitente como las campanas-
que nos encadena y arrastra a ratos
desde la raíz del gran deseo -clavada
en el centro geométrico de la carne-
secretamente atado a las potencias
de lo que es nuestra alma
-llamada así para entendernos-,
la cual lo atiza, lo dirige, lo exalta;
y pone en juego, dispara,
desenfrenadamente ,
todos los humores viscosos,
toda la ponzoña de la concupiscencia.

Promete, ¡y promete tanto!, cada nueva vez.

Expelimos en tumulto una profunda fuerza.
Virtud atesorada en el silencio
y la ignorancia de los sistemas íntimos.

Al buen tuntún nos revolcamos,
jadeantes, babeantes,
imperiosos como césares,
perfectos robots de la lascivia,
sobre el campo y pretexto de tanta furia,
¡la mujer!
ánfora blanda de la voluptuosidad.

Niños frenéticos, perseguimos el goce
y lloramos de rabia si nos detienen
en la carrera.

Carrera que nos llevará a la triste,
vergonzosa inercia
y desencantada paz;
al fin fuente agotada
en la amargura.

No sé el porqué -¿quién lo sabe?- de esa agrura de boca,
de ese residuo mixto
de asco y derrota.
¿Por qué, si es la naturaleza purísima
de la propia bestia,
la ley enorme de la vida,
quien nos mueve cual el viento a las semillas?

¡Humildad, hermanos! Desengañémonos.
Por lo visto, así es el amor del hombre,
y todos somos hijos de lúbricos ejercicios.
No hagamos aspavientos, y disfracémoslos,
por dignidad meramente burguesa,
con delicados motivos humanitarios,
y con la literatura de los trémulos juramentos;
y, sobre todo, con mutuas ternuras
de corazón a corazón.

Pues, de hecho, estas costumbres
son milenarias.

Presente – Goya Gutiérrez

Me desboco
En las arterias de tu música,
En sus ojos de neón.
Abrazo claros de luna.
Hago equilibrios
En las aristas de la madrugada,
Destruyo los límites,
Altero el orden de los días y las noches.

Para curarme
De la ceguera de tu boca,
Vierto licores envenenados
Que adhieran tus paredes
A las mías.
Enhebro en tu lengua
El hilo de mis deseos.
Me anudo en tus labios.
Danzo en tus vértices

Agotando las horas.

Tus ojos – Julio Flórez

Ojos indefinibles, ojos grandes,
como el cielo y el mar hondos y puros,
ojos como las selvas de los Andes:
misteriosos, fantásticos y oscuros.

Ojos en cuyas místicas ojera
se ve el rostro de incógnitos pesares,
cual se ve en la aridez de las riberas
la huella de las ondas de los mares.

Miradme con amor, eternamente,
ojos de melancólicas pupilas,
ojos que semejáis bajo su frente,
pozos de aguas profundas y tranquilas.

Miradme con amor, ojos divinos,
que adornáis como soles su cabeza,
y, encima de sus labios purpurinos,
parecéis dos abismos de tristeza.

Miradme con amor, fúlgidos ojos,
y cuando muera yo, que os amo tanto
verted sobre mis lívidos despojos,
el dulce manantial de vuestro llanto!

No te desencuentres de mí… – Mariana Bernárdez

No te desencuentres de mí
cuando la noche nos descobije
que sean tus labios mi retorno
mi convite
mi ensueño
No te alejes a la deriva
que a ti voy enredada
para andar lo suelto
que de no ser así
no habría podido renunciar
a lo no una vez tan querido
esas palabras benditas que me cantan
y que me reclaman en su presencia
y que vuelven de la mano de otro
a recordarnos el cuerpo luminoso que somos
y cae
cae
cae la luz.