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Conversación con Elisa – Luis García Montero

CUANDO cierres la puerta
y traigas en los ojos
la próxima derrota,
piensa que yo he perdido
más batallas que tú.
Cuando tu soledad
pese en las multitudes
y los indiferentes,
piensa que yo he vivido
más solo que tú.
Cuando nadie comprenda
la realidad de un sueño
herido por el mundo,
piensa que yo he fallado
más veces que tú.
Y cuando te avergüencen
por acudir al frío
de los que te llamaban,
piensa que yo he deshecho
más nieve que tú.
La vida nunca es fácil,
pero vas a entender
su corazón alegre,
tenaz y melancólico,
igual que yo.
Porque aparecerá
cualquier día del año
alguien mucho más joven
y más desobediente,
igual que tú.
Recibirás entonces
la mejor recompensa.
Todo tendrá el sentido
y una mirada limpia,
igual que tú.

Secreto – Luis García Montero

NOS pusimos de acuerdo.
Yo esperaba sin prisa por la esquina,
me hacía el despistado,
hablaba con el niño y los borrachos,
encendía un cigarro o compraba el periódico.
Aparenté no verte
llegar casi sin prisa,
arreglarte un momento en el descapotable,
abrir la puerta,
subir hasta el segundo.
Yo despisté al portero de las barbas rojizas,
y allí,
sin los silencios
del joven que se enfrenta,
sin tu arbolado anillo de goleta
que surca el matrimonio,
a pesar de tus pieles y mi piel,
nos pusimos de acuerdo.

Nuestra noche – Luis García Montero

QUISIERA perseguir algún poema
que hablase de mis noches, nuestra noche,
la misma noche cálida de rostros conocidos,
en el mismo rincón, ya no hace falta
preguntar lo que bebe cada uno.
Escribir, por ejemplo, puedo cerrar los ojos
y todo sigue igual, abro despacio
la puerta fría de color madera,
intimidad con humo de luz almacenada,
y risas en el fondo,
y una voz que denuncia mi costumbre
de llegar siempre tarde.
Escribir, por ejemplo, son ahora
mucho menos frecuentes estas noches,
y recuerdan inviernos negociados
con renta de amistad,
y tienen algo
de temblor fugitivo.
Las caras han cambiado, saben cosas
y se parecen más a nuestras vidas.
Escribir, por ejemplo, que los ojos,
cuando pasa la noche y en la calle
duele la luz del alba,
tienen otra manera de mirarse,
un modo más avaro de pensar
en los años, los meses, las semanas,
los días y las horas.
Noche eterna, tal vez
será mejor llamarte reincidente.

Por recoger tus huellas,… – Luis García Montero

POR recoger tus huellas,
ha caído la nieve
sobre la acera.
La nieve de diciembre,
que te pide el regreso
mientras se tiende.
Desde el amanecer,
sin humillarse nunca
bajo tus pies.
Qué solitario vivo
en este corazón
donde hace frío.
Donde la nieve espera,
preparando el regreso
para tus huellas.

Me persiguen… – Luis García Montero

ME persiguen
los teléfonos rotos de Granada,
cuando voy a buscarte
y las calles enteras están comunicando.
Sumergido en tu voz de caracola,
me gustaría el mar desde una boca
prendida con la mía,
saber que está tranquilo de distancia,
mientras pasan, respiran,
se repliegan
a su instinto de ausencia
los jardines.
En ellos nada existe
desde que te secuestran los veranos.
Sólo yo los habito
por descubrir el rostro
de los enamorados que se besan,
con mis ojos en paro,
mi corazón sin tráfico,
el insomnio que guardan las ciudades de agosto,
y ambulancias secretas como pájaros.

PLANTEAMIENTO, DESNUDO Y DESENLACE – Luis García Montero

La juventud se llena con botellas vacías.
Hace falta beber y hacen falta botellas
para escribir mensajes
que den sentido al mar.

Todo nos pertenece,
porque todo es asunto de mañana,
la luz solar, la luz conspiradora,
el sueño de los sueños incumplidos
y la ley de las cosas irreales.

Es normal lo que pasa. Pasa el tiempo.
Lo que es envidiable suele ser envidiado.

Porque bebí hasta el fondo de mi alma,
escribiendo mensajes de letra impertinente
para agotar la tinta que me dieron,
soporté enemistades, ojos turbios
parecidos al óxido,
el frío de los barcos que no salen al mar,
aparejos que viven para infectar heridas.

Me consoló el desnudo de tu cuerpo.
Me consuela el amor
cuando la ausencia arde lo mismo que unos brazos
y el pensamiento es vida porque tiene
el sabor de una piel.
En tu desnudo viven realidad y deseo.

Mientras pasan los años
cultivo tu desnudo. Admito que el amor
es una impertinencia que desafía al tiempo.
Nada nos pertenece, ya lo sé,
ni siquiera la letra envejecida
que se cansa en los últimos mensajes,
ni siquiera el ejército de botellas oscuras
que ahora huelen a frascos de farmacia.

Si no soy mi enemigo,
si mi rencor no envidia más que nadie
todo lo que yo era,
todo lo que se pierde
en la raya de luz del horizonte,
todo lo que me falta
cuando pienso en mí mismo con los pies en la tierra,
es porque tu desnudo dignifica
una tarde de invierno,
el óxido que quema
y el cuerpo que envejece entre mis manos.

La vida no compensa de la muerte
si no es porque el amor le dio sentido al tiempo.
A pesar de mi edad
no consigo cuidarme.

A VECES UNA PIEL ES LA ÚNICA RAZÓN DEL OPTIMISMO – Luis García Montero

Debería llover
y hace falta ser lluvia,
caer en los tejados y en las calles,
caer hasta que el aire ponga
ojos de cocodrilo
mientras muerde la tierra igual que una manzana,
caer sobre la tinta del periódico
y caer sobre ti
que no llevas paraguas,
que te llamas María y Almudena,
que piensas como abril
en hojas limpias bajo el sol de mayo.

A veces una piel
pudiera ser la única razón del optimismo.

Canción Pornográfica – Luis García Montero

A Benjamín

El agua pide orillas donde apoyar la frente,
la noche busca sueños para entrar en las casas,
la luz se hace murmullo
y los países juegan a las cartas.

Juegan
como el silencio con sus ruidos
para pensar que existen en un orden certero.
Como los rayos de la luna,
porque cantan su número y se van deshaciendo.

Juegan como los dioses sin castigo,
suplican el color de una bandera
y la sombra de un himno.

Necesitados de soberanía,
los desnudos no son papel de plata.
Ya no hay sombras detrás de los abrazos
y los países juegan a las cartas.

Como el primer cigarro… – Luis García Montero

Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

Y no la oscuridad, sino esas horas
que convierten las calles en decorados públicos
para el privado amor,
atravesaron juntas
nuestras posibles sombras fugitivas
con los cuellos alzados y fumando.
Siluetas con voz,
sombras en las que fue tomando cuerpo
esa historia que hoy somos de verdad,
una vez apostada la paz del corazón.

Aunque también los muebles
se hicieron a nosotros.
Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-,
en una habitación parecida a l a nuestra,
con libros y con cuerpos parecidas,
estuvimos amándonos
en el primer bostezo de la ciudad, su aviso,
su arrogante protesta. Yo tenía
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el labio.