¡Versos de amor! Qué pronto queda
dicho todo, sin empezar.
Es igual que mirar al cielo
iluminado alguna vez.
Tan honda en lejanía, tan puro
lo que quisiéramos cantar.
Pero qué decir de una rosa
en la mano, en el corazón.
( Sentarse al borde de una fuente,
sedientos, y verla temblar
en el junco verde, en el pájaro
que alegra la onda de la luz.
Tan indecible y sin palabras
como adorar, quedar, sentir
al aire en flor de una sonrisa
toda nuestra felicidad. )
Yo no sé bien por qué, tentado
de imposible, quiero decir
cómo la dicha excede al hombre,
cómo es tan inefable ser;
¡ser, solamente, ser, completos,
esto que somos al amar!
Una lira sonora, ebria,
en manos...
ah, ¿de quién, de quién?
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Carmen del destino – Eugenio de Nora
¡Vida plena, primavera!
¿Quién os podría negar
viéndoos?... Y si pasarais,
¡tiempo para recordar!
¡Ah!, ¿en qué mundo, o en qué sueño
he entrado, para encontrar
el alma que no tenía...?
¡Pudiera morirme ya!
Lo mejor de mí no es mío.
Lo que yo he de ser está
esperándome en tus ojos.
¡Cómo los iba a olvidar!
Morada – Jorge Riechmann
En alguna parte un pájaro escrito hace explosión
pues sus plumas estaban ordenadas
como las últimas páginas de un libro
Hay un imperceptible equilibrio de instantes
Si se moviese algo
el vacío se vertería en el vacío
De una habitación a otra
la luz puede seguirme voy andando despacio
Ante cada puerta
escucho largo rato sin atreverme a abrir:
un pianista manco impone silencio
en el sueño de un niño / sus manos en la tapa
ardiendo con la llama cortante del otoño
un ramo azul de rosas de jardines polares
una carta cerrada que contiene
el momento en que se abrirá
una ausencia disfrazada de ausencia / un frío tenue
un apenas error / una secreta sorpresa
que no alcanzo a distinguir
Dentro del azucarero he encontrado
en un charco áspero de lágrimas a
quien vive aquí
Carmen nostálgico – Eugenio de Nora
Ah la sonrisa, alegría cierta
que como una paloma blanca
vuela en tu pequeña ciudad.
Los atardeceres del valle
coronando de guirnaldas breves
la lejanía honda y azul.
Desde la cima, en primavera,
el oleaje verde y claro
de la llanura floreal.
Y nuestros árboles, doseles
de fibra y luz, entrelazados
por los rosales del amor.
Y la penumbra, con la fuente.
Y el aire, maravilla, nuestro,
al respirar en él y en ti.
...Quién diría que no es un sueño
el mundo; que es más bello todo
para vivir que al recordar.
Quién soñaría lo que he visto
en tus ojos, ni la ternura
que puede acariciar tu voz.
O quién te adoraría, oh noche
de suaves claveles unidos,
sino el que besa, por amar.
Piedra del sueño – José María Álvarez
En medio de tantos desórdenes siempre reinó una
alegría que los hizo menos funestos
Voltaire
Para Hélene y Bobo Ferruzzi
Este pasador... En el oro más fino
cincelado. Cuántas veces
dedos anhelantes lo habrán apartado
para que una melena oliendo a mujer
cayese abandonada
sobre unos hombros mórbidos.
Ahora, muerto en esta vitrina,
parece reírse de nosotros, reprocharnos
que seamos capaces de pasar el tiempo
admirándolo.
«No soy nada
—nos dice—, sólo un objeto
para sujetar el pelo. Soy hermoso
porque cuando alguien me hizo
era impensable no modelar belleza.
Pero sólo existo cuando brillo
allí para donde fui concebido,
no en el acabamiento de esta veneración mediocre,
sino sobre un rostro hermoso y moreno».
Carmen del amanecer – Eugenio de Nora
En las praderas de la madrugada
rociadas de estrellas fugaces,
me gusta recordar tu alma.
Y aspiro hondo, al sol rasante
de luz tan tibia, la delicia
de sentir como tu boca el aire.
¡Canta la tierra, canta! Duda
entre los embriagados pájaros
y las corolas de hermosura.
Y pasa, como el agua al fondo
del cielo suyo, ¡la alegría
—azul, azul—, de gozo en gozo...!
¡Uno, cien, mil, todos los días!
Es la canción que dice siempre,
que canta ¡siempre!, repetida.
¡La eternidad cada mañana!
—Eres la vida que amanece.
Tierra de luz, ilimitada...
Carmen de lo indecible – Eugenio de Nora
Recostado en mi alma, yo no sé qué es más bello
si sentir a la tierra matinal respirar,
(oh muchacha dormida bajo ramas de oro),
o mirar las estrellas que abren ojos de luz.
Yo no sé qué es más bello: si en la noche tan sola
tus cabellos se extienden y oscurecen el mar,
(oh caricia tan leve, suavidad del suspiro
que me devuelve todo, todo tu corazón),
o en el día radiante, por el aire que vuela
—¡libertad fatalmente, florecer y cantar!—
arboledas, praderas, cielo azul reflejado,
paraíso que copian esos ojos de amor.
*
¡Soledad de la noche, pura estrella entregada!
¡Alma, alma mía, forma que la luz ve brillar!
Quién te mira y no sueña... Quién dirá qué es más bello,
embriagar tacto y vida, o saber que eres tú.
Carmen de los sentimientos – Eugenio de Nora
Mira, sobre las olas
blancas y azules,
canta nuestra alegría
florece y sube.
Sobre esas flores raudas
que ayer perdían
y van ganando ahora
luz y sonrisa.
¿O quizá ellas son otras,
y las enlaza
nuestra alegría, nueva
cada mañana?
Yo no sé si el cariño
—ni tú lo sabes—
es lo que pasa, o queda
por los instantes.
¡Olas blancas y azules;
cesan y vuelven!
¿Como el amor? ¿Son otras,
o las de siempre?
El verso- Pureza Canelo
Es un coloquio
que me bebe;
no me orienta, me adentra,
responde a mi ceguera
y acaba perdonándome en su rostro.
Trae fortunas heredadas,
abrazos de otros, leyendas visibles,
invisibles, rectas de la muerte,
volutas del momento,
cántico rodado de hace mucho,
el verso.
Resbala del pelo a la garganta,
me hace tropezar de veras,
guiña su ojo
tiende el mar
y yo me tiento.
El verso es un ojo
pensado para ciegos,
para mí,
un caballo al fondo
volver a casa
y encender la lámpara del miedo,
del miedo o la pregunta.
Tanto
me estrecha la cintura,
se escapa de mis brazos,
me adentra en la campana del llanto,
de oros con llanto, del din don,
en la plegaria.
Y coge mi mano recién hecha
al vacío
y no me deja en paz
aunque lo mate.
El verso
puede con mi vida
sin pedirme permiso para la muerte.
Carmen del valle de estío – Eugenio de Nora
Yo estaba en la pradera, junto a los grandes álamos,
y en el aire sereno, acariciante,
venía la fragancia de los juncos y el trébol,
venía, como si alguien la esperase.
¡Ah plenitud del valle, pecho del horizonte!
Los susurros, los suspiros del río,
llegaban a mi alma, desde el agua con cielo,
como si yo fuera sonoro, como diciendo pensamientos míos.
En las briznas pisadas, en las hojas
que tiemblan si las apartamos,
en las sombras más tibias, algo había,
algo quedaba de mi corazón, antiguo y cálido.
Y yo estaba en la tarde solo, pero con un cariño
reflejado ya en todo, completo;
¡oh maravilla feliz, encontrar a través de la tierra
con nosotros, presente, el amor ofrecido tan lejos!