Archivo de la categoría: Poesía Paraguaya

Vacío – Elvio Romero

Doblé lo que era nuestro. Ciertamente
te amé como a ninguna. Destruí cuanto
amaba. Un sueño malo
-de rencores antiguos- oscureció mis frondas.
Titiritero falso, solté todos los hilos que me unían
al eco fiel de tu alma, a tu secreto encanto;
mal leñador, talé ramajes vanos con inútiles golpes;
tiré abajo la casa con la antigua violencia de mi gente
y la perdí, torcí el sendero y lo dejé en la arena
como una carta triste que se arroja en un cesto.

Como a ninguna, digo. Un alevoso
viento amargo ha soplado. Esto es el fin
de un largo viaje al esplendor de un beso.

Doblé lo que era nuestro.

Al amor un nombre – Elvio Romero

Quizá porque en ti se asombran
las cosas, voy reinventando
un nuevo nombre a las cosas.

Quizá por eso buscamos
signarle un color distinto
a todo cuanto abrazamos.

Al amor un nombre. Al árbol
que nos cobija. Al silencio
que se reduce en tus brazos.

Quizá empezaran contigo
a renovarse las hojas
con que me abrigo y te abrigo.

Y a reinventarse el lucero
ese brillo enamorado
del bosque de tus cabellos.

¿Todo es hoy? ¿Hubo pasado?
¿Alguna huella de un beso
que su sello haya dejado?

¿Acaso no haya memoria
de aquel rostro, aquellos ojos,
de otros nombres y otras sombras?

¿Contigo el futuro empieza?
¿Contigo el pasado muere?
¿Contigo el presente sueña?

Quizá porque todo ahora
contigo canta, debiera
reinventarme cada cosa.

O porque viejos recuerdos
de los ojos se me borran.

Mía – Elvio Romero

Vuelvo a ti, Libertad, mi compañera
de todos los momentos en la vida,
clavel entre claveles conmovida
belleza que se acerca en primavera.

Yo te tendré conmigo a toda hora,
como a una novia siempre enamorada,
junto a mí, Libertad, mía y amada,
retoño de la luz que el alba dora.

Yo me voy a la frontera,
a cantar y a pelear
tú serás mi compañera,
yo, quien te va acompañar.

Día a día a tu lado, en tanto vea
que los hombres procuran defenderte,
mientras yo, noche a noche, sueño verte
andando a mi costado, adonde sea.

Querida amiga, Libertad, deseo
que seamos los dos como una brasa
compartida, y mi casa sea tu casa,
y mires donde miro y donde veo.

Yo no voy a la frontera,
a cantar y a pelear;
tú serás mi compañera,
yo, quien te va acompañar.

Te beso, Libertad, porque eres mía,
porque mi afán es solo verte, amarte,
y aunque no he conseguido conquistarte,
no he dejado de buscarte todavía.

Fuego primario – Elvio Romero

Mirarte es ver colinas,
mirarte así tendida, detenida y desnuda,
situando planicies de arena en las axilas,
desnuda y dividiendo la blancura caliente de las sábanas,
mirarte es ver que oscuros orígenes te pueblan,
que el aire te enajena por urnas inasibles,
si te miro desnuda…

Hay cuestas y hay declives,
hay en tu piel suaves territorios de nubes sensitivas,
hay humos y adherencias de ardorosa madera,
hay una sombra ilesa que escapa del asedio,
si te miro desnuda.

Se ve que en tu cintura
se doblan valles que arden con vientos incesantes;
se ve, rosado y táctil, nimbado por rumores,
el hoyo de agua nívea que tu vientre arremansa
como un rosado tiesto de palpitantes flores,
si te miro desnuda.

Mirarte es ver colinas,
lluvias que se diluyen respirando en tus pechos,
es embestir un campo de tierras onduladas,
es llegar al origen de la sangre,
es imantarse al golpe
que oscuramente sube de tu boca y tus trenzas,
y es imposible entonces no acosarte y vencerte
con sedientas hogueras.

Si te miro desnuda.

Canto en el sur – Elvio Romero

Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,
de piel morena, oscura, oscura,
con estrellas heridas por adentro
y por fuera sudor, cáscara ruda.

Tengo la sangre hirviendo
como un sinuoso trueno derramado;
tengo las manos ásperas
como herramientas duras y soleadas;
tengo los ojos lúbricos
como lúbricas raíces.

Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Te vi ayer en el Norte;
vi en el Norte lo mismo, el mismo
y primario dolor sobre los cuerpos,
el aguardiente galopando a sorbos
y lo demás lo mismo: el mismo
brazo sudando a contraluz sangrienta,
el mayoral que brama entre los árboles,
los mismos ojos sin calor, la misma
temblorosa epilepsia del sudor,
los mismos exprimidos, los mismos coronados!

Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,
la misma turbulencia contra el mismo espejismo,
idéntico remanso bajo la misma noche.

Conservo el sortilegio
de estas zonas arbóreas que me cercan.
Tengo la risa ronca
y estas anchas tristezas.

De piel morena, oscura,
pisando en el calor exasperado.

EL HIJO AUSENTE – Vicente Lamas

¡Un año ya! Hace un año
de esa negra pesadilla,
en que al cerrarse sus ojos
para la noche infinita
abrió el puñal de la angustia
en mi pecho su honda herida,
que muerde y sangra implacable
y jamás se cicatriza.

Un año, en que para siempre
se cerraron sus pupilas,
flores del alma entreabiertas
al asombro de la vida,
como dos capullos tiernos
tronchados por la ventisca,
como dos estrellas mansas
que se quedaron dormidas.

Qué fría estaba su frente,
qué frías sus manecitas,
y qué frío el desconsuelo
de tu pena y de la mía!
Jesucristo, vi tu rostro
reflejado en su agonía.
Vi tu rostro que en la muerte
como un lirio florecía
sobre todos los dolores
de la vida.

¡Qué larga noche, Dios mío,
qué espantosa pesadilla!
La densa sombra de duelo
que las cosas envolvía
y se espesaba en el alma
y en el alma nos dolía,
no podía disipar
la pobre lámpara amiga
que nos prestaba, piadosa,
su humilde llama amarilla,
menos triste y menos pálida
que sus yertas manecitas.

Jesucristo, vi tu rostro
reflejarse en su agonía…

Eran de cera sus sienes
y de cera sus mejillas,
lirios de cera sus dedos
y de hielo por lo frías.
Ese hielo que me quema
y me emponzoña la herida,
que la ahonda y la revuelve
pero no la cicatriza.
Esta herida que hace un año
prendió como una flor maldita,
la noche en que para siempre
se durmieron sus pupilas.

El amor – Elvio Romero

Sí,
hoy me he puesto a encender el viejo fuego.

El azar y los años
me han llevado a pisar en el sendero
que me ha impuesto el amor, que mi adorada
impuso a mi corazón; ahora vuelvo
al fervor inicial, a esa primera mañana
en que el sol se ha instalado en nuestro pecho.

Y así las cosas:
la canción, la plenitud, el deseo
me han alumbrado el rostro, se me han ceñido
como un pañuelo verde sobre el cuello,
y entro en la casa del fervor como antaño,
asombrándome al ver reverdecer los sueños.

Es como si hubiesen atizado
a mi sangre el verano, la intemperie, los vientos
cordilleranos, o inundado sus cauces
un enérgico brío de panales repletos,
los brazos encendidos al apretar sus brazos,
las dos manos cargadas de un esplendor secreto.

Sí,
porque mi corazón no descansa en la noche,
hoy me he puesto a encender el viejo fuego.

CAPECE FARAONE – Vicente Lamas

Aquel muchacho triste, huraño y sensitivo
que amó la novia trágica de Poe y de Verlaine,
se fue tras la derrota de un ensueño perdido
vistiendo sus miserias de olímpico desdén.

Bohemio trashumante, su sueño extenuativo
supo de lo divino, de lo humano también.
Capece Faraone, hermano intelectivo,
que olvidado te pudras, de los hombres. Amén.

¡Qué mala fue la vida contigo! Solitario.
tus penas arrastraste hasta el Monte Calvario,
con la dulce sonrisa de la resignación.

¡Qué mala fue la vida! Qué larga tu agonía
¿Tu delito? La gracia de soñar noche y día
y tener, como brazos, abierto el corazón.

Soy – Josefina Pla

Carne transida, opaco ventanal de tristeza,
agua que huye del cielo en perpetuo temblor;
vaso que no ha sabido colmarse de pureza
ni abrirse ancho a los negros raudales del horror.

¡Ojos que no sirvieron para mirar la muerte,
boca que no ha rendido su gran beso de amor!
Manos como dos alas heridas: ¡diestra inerte
que no consigue alzarse a zona de fulgor!

Planta errátil e incierta, cobarde ante el abrojo,
reacia al duro viaje, esquiva al culto fiel;
¡rodillas que el placer no hincó ante su altar rojo,
mas que el remordimiento no ha logrado vencer!

Garganta temerosa del entrañable grito
que desnuda la carne del último dolor:
¡lengua que es como piedra al dulzor infinito
de la verdad postrera dormida en la pasión!

Haz de inútiles rosas, agostándose en sombra,
pozo oculto que nunca abrevó una gran sed;
prado que no ha podido amansarse en alfombra,
¡pedazo de la muerte, que no se sabe ver!

Fuimos, en sueños, compañeros… – Josefina Pla

Fuimos, en sueños, compañeros:
la vigilia no nos unió.
¡Sólo en los sueños traicioneros
su pie a mi paso se ajustó!

Labios gemelos en el ansia:
¡no unisteis nunca vuestro ardor!
Pupilas, astros de constancia:
¡nunca rimasteis un fulgor!

Jamás la diestras se estrecharon;
los labios sedientos no hablaron;
pero el juramento existió.

Nunca las bocas se besaron;
¡de los besos que no quemaron,
brasa fue el doble corazón!