Por su torso, Diodoro; por su mirada, Heráclito.
De Dión, su habla tan dulce; de Ulíades, las caderas.
Puedes palpar, Filocles, la tierna piel de aquél, mirar al otro,
charlar con ése, hacerle lo demás al otro chico.
Sabes qué poca envidia hay en mi mente. Pero como a Miísco
me lo mires goloso, jamás disfrutes viendo nada bello.