Archivo de la categoría: Alfonso Cortés

Tres amores – Alfonso Cortés

Vino una vez: su rostro era de raso,
con el oro silvestre de las frutas;
—¿quién eres, ángel de tranquilo paso?
—¡Soy Ruth, la espigadora de tus rutas!

Vino otra vez: con ambición secreta,
apretó mi deseo hasta la muerte;
—¿Quién eres tú, que vence y que sujeta?
—¡Soy Cleopatra, la del espasmo fuerte!

Vino después: como bacante en celo,
ordenaba en mi ser, que no resiste;
—¿quién eres tú, potente tiranuelo?
—¡Soy Salomé, la de la danza triste!

El poema olvidado – Alfonso Cortés

Un viejo cuento extraño me contaron un día
junto a las hierbas, que no saben nada,
cuando conduce alegre el gran pastor del día
los gigantes rebaños de Occidente;
un viejo cuento extraño me contaron un día
junto a las hierbas, que no saben nada,
sentado en una piedra que no siente.

Hoy bajan sobre el valle de mi alma confundida
—el cuento, el sitio, la estación y la hora,
con la sal del amor, fatal para la vida—
hermosos, como una época historiada;
hoy bajan sobre el valle de mi alma confundida,
el cuento, el sitio, la estación y la hora,
como una vieja página olvidada.

Volaba una hora dulce en el aire, impregnado
de todos los perfumes de la vida...
yo usaba oír entonces la voz del complicado
mar de la tierra, del agua y del viento;
volaba una hora dulce en el aire, impregnado
de todos los perfumes de la vida,
cuando oí, en labios extraños, el cuento.

Quise hacerlo poema, y lo cantaba antaño,
dándole música en mi propio ser;
absorbió en mi cerebro todo el jugo del año
hasta darle su forma con denuedo:
quise hacerlo poema, y lo cantaba antaño
dándole música en mi propio ser,
¡y hoy que quiero escribirlo... ya no puedo!

¡Oh, poema! Un recuerdo legendario me labras,
que sobre el valle de mi alma se aleja;
canción cantada antaño en versos sin palabras,
que, hoy están en mi ser, pero olvidados.
¡Oh, poema!, un recuerdo legendario me labras,
que sobre el valle de mi alma se aleja
como sombra de cuerpos ignorados.

Afrodita – Alfonso Cortés

Cuando, ante el rojo grita de la aurora,
calló el silencio de la noche, vino
sobre el mar la celeste Pecadora.

En ella había todo don divino,
y he aquí que al verla, los distantes astros
detuvieron a un tiempo su camino,

los dioses, cual lobos, tras sus rastros,
disputaban a eternas dentelladas
sus rosas de sagrados alabastros;

y ella, con el poder de sus miradas,
sin inquietarla el Bien y el Mal apenas,
hacía arder olímpicas ilíadas…

—Venus, tú eres la mar porque en tus venas
eternas ondas van; tú eres la Vida
y la Helena inmortal de las helenas.

Tú eres la mar, y de la mar nacida
yo sé que tus cabellos aun son algas
y que, sobre tu vientre, el adanida

es frágil barco; sé que tú cabalgas
el planeta, y que son maravillosas
las dos valvas de nácar de tus nalgas;

que tus orejas son conchas preciosas,
y en tu nariz un caracol labrado
abre sus dos ventanas misteriosas.

Desde la nívea frente hasta el rosado
pulgar del pie, se ve un temblor sonoro
como en un mar de mármol agitado.

Tú eres la llave de esencial tesoro,
y tú echaste a rodar al pavimento
de los abismos la manzana de oro.

Tú eres la Comunión del pensamiento,
la verídica Hipótesis del alma,
la Música de Dios, el Movimiento

de la Creación, Luz de los astros, Palma
de la Verdad, Hora perenne, Fruto
del Árbol sin raíz, Boca que ensalma

a lo Infinito, Don cuyo atributo
sacia a la Eternidad, sueño existente…
¡oh, Venus, Venus… Cosmos! ¡Absoluto!

Yo te veo venir sobre el potente
tumulto de las olas primordiales
a tu misma belleza indiferente.

Saltas del tiempo sobre los umbrales,
casta al amor, impúdica al deseo,
y llena toda de ti misma. Sales

desnuda y clara como un grito. El feo
mirar del caos fugitivo y triste,
no te avergüenza ni te asombra. Veo

cómo a tu desnudez tu forma viste
y cómo tu alma crece en cada cosa,
porque tu traje es todo lo que existe.

Yo te veo, celeste mariposa
del corazón en flor, que entre las ramas
del Árbol de la Vida, victoriosa

vuelas, como los vientos y las llamas
libre a la ley de afectos que te norma
porque siendo de todos a nadie amas.

Y Dios, cuyo deseo se conforma
con tus actos, sonándote en palabras,
le dio a la Vida el alma de tu forma.

Y dándote sus llaves, para que abras
las puertas del infinito a la existencia,
te hizo la sola ruta de sus abras…

Y te dijo: —El amor es la experiencia
de lo ignorado; tómalo y camina:
Yo soy la luz y tú eres mi conciencia.

Si estás entre los hombres, adivina
mi secreta intención, pues en mis planes
la maldad de los hombres es divina.

No te acuerdes de nada. A tus afanes
no les ha dado origen lo que ha sido,
y después de cruzarlo capitanes

y marinos, el mar cierra atrevido
su boquerón, pues por instinto sabe
que está hecho de recuerdos el olvido.

La flor, la nube, la ilusión y el ave
den motivo a tus sueños, y comprende
que es dulce el beso cuando el alma es grave.

Dale la mano a todo lo que asciende
y los brazos a todo lo que aspira,
que en cada ser un corazón se prende

en ansias de tu amor. El Orbe gira
y el azar es un místico proceso
en que, lo mismo el canto de la lira

que la roca, el dolor, la luz o el beso,
todo tiene alas, pues para los cielos
las alas de la piedra son su peso.

¡Oh!, los vuelos efímeros, los vuelos
de la necesidad siempre en zozobra
sobre el mar de mis íntimos anhelos.

Eva – Alfonso Cortés

Adán sintiéndose ardiendo en deseos distintos
a todos los deseos que colmaban su infancia,
su ser se bañó en la onda de una extraña fragancia
y lanzó —ansiosa y trémula— una mirada nueva,
al ver tras la cortina de los árboles a Eva.

La madre de los hombres, virgen y soñadora
ya sentía en su ser la fuerza misteriosa,
y mientras contemplaba su cuerpo en una fuente,
escuchó entre sonrisa la voz de la serpiente;
la serpiente hablaba, irónica y lasciva,
y en tanto las palomas, arrullándose arriba,
constelaban de cantos el cielo de la fronda.

Eva sintió que su cuerpo se estremecía en la onda
y sintió un calofrío, que gracia de amor es,
cuando fue la serpiente a lamerle los pies,

entonces por la senda florecida de lirios,
se alejó meditando en sus vagos delirios,
y, como quien contesta a un íntimo reclamo,
mientras se iba alejando iba diciendo: Amo…
y Adán que la espiaba, se fue tras de sus huellas,
mientras el cielo abría sus primeras estrellas.

Cuando estuvieron juntos, ella quiso, inocente,
contar lo que dijo la voz de la serpiente,
que es la sagrada chispa que diviniza el lodo,
pero Adán dulcemente contestó: lo sé todo…
la tomó entre sus brazos y se perdió en el viento.

¡Sobre el Edén bajaba el crepúsculo lento!