Me enamoro otra vez y me desenamoro,
loco me vuelvo y no me vuelvo loco.
Me ha derribado Eros — otra vez—
como un herrero con su enorme maza.
Y después me arrojó a un barranco helado.
¿Por qué, potrilla tracia,
me observas de reojo
y me huyes, implacable,
creyendo que no soy
experto en nada útil?
Pues sabe que hábilmente
el freno te pondría
y tomando tus riendas
doblarías conmigo
las lindes del estadio.
Ahora paces en prados,
brincas con ligereza
retozona: no tienes
ningún jinete diestro
que a tus lomos se suba.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades