Era una mañana de verano, en el jardín de Plaza Cairoli circulaba
un silencio innatural como si los reflejos del sol
hubieran drenado todo ruido.
De repente el agua de la fuente empezó a hablar.
En su idioma transparente decía cosas como:
no renuncies, escribe, no permitas que el tiempo acabe contigo.
Pero esa mañana avara de luz
no sentía nada de lo que pasaba en las calles
ni siquiera el viento que sacudía mis cabellos mientras se deslizaba
sobre las hojas de los plátanos. Mi cuerpo se quedaba mudo
ya sin gramática sin palabras.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades