Me llevan al éxtasis sus labios locuaces de taclo de rosa
que el alma derriten y sirven de umbral a una boca
que el néctar empapa y aquellas pupilas que relampaguean
bajo negras cejas — son trampas y redes para mis entrañas—
sus muy bellos pechos de láctea blancura, un par armonioso
que llama al deseo y más placenteros que cualquier capullo...
Pero... ¿a santo de qué muestro el hueso a los perros? Moraleja
de una boca sin puerta son las cañas de Midas.
— Nada es más dulce que el amor. Las demás alegrías
son secundarias; hasta la miel rechazo de mi boca.
Así habla Nosis: aquél a quien Cipris no ha amado
no conoce qué rosas son sus flores.
Al llegar al templo contemplemos la imagen de Afrodita,
con cuánto arte fue labrada en oro.
La erigió Poliarquis porque obtuvo ganancias sustanciosas
gracias a la hermosura de su cuerpo.
La estatuilla de Eros en plata, una ajorca,
la diadema de púrpura para el peinado lesbio,
el bustier transparente, el espejo de bronce,
la ancha red para el pelo y un peine
de madera de boj. Noble diosa de Chipre,
como ha obtenido aquello que anhelaba,
Caliclea en tus pórticos deposita estos dones.
Que a las Musas llame Eros,
que las Musas a Eros traigan
y a mí — el amante sin tregua —
su canto ellas me regalen,
el canto grato: no existe
más dulce medicamento.
El corazón danzaba frenético en su pecho
lo mismo que el reflejo del sol salta en la casa
cuando escapa del agua que está recién vertida
en cántaro o caldero, y aquí y allá el fulgor
en veloz torbellino tiembla y vibra.
Así dentro del pecho el corazón
le temblaba a la joven; el llanto le corría
de los ojos, por lástima, y por dentro, sin pausa,
la agota un sufrimiento que le quema la carne,
que rodea los nervios delicados y penetra hasta el fondo de la nuca,
allí donde el dolor se hunde más hiriente
siempre que, infatigables, los Amores
clavan en las entrañas su tormento.
—Ola de amor amarga, celos que me alentáis sin desaliento,
alta mar del deseo tormentosa ¿adonde me arrastráis?
Desgobernado queda sin remedio el timón de mi pecho.
¿Divisaré otra vez a la sensual Escila...?
Eros incombatible en la batalla,
Eros, tú que te arrojas contra las fortunas
y en las mejillas tiernas de una joven
pasas toda la noche;
por el mar vas y vienes
y por los patios de los campesinos:
nadie es tu fugitivo, ni el inmortal ni el hombre
que sólo un día dura. El que a ti te posee
por la locura queda poseído.
Tú arrastras a la ruina las almas ya sin juicio
de los antes juiciosos
e incluso esta discordia has provocado
entre varones de una misma sangre.
Pero triunfa el deseo que irradia de los ojos
de una novia de lecho deseable.
Eros que participas del origen
de las leyes sagradas: sin resistencia juega
la divina Afrodita...