Cuando quedó tendida Doris cu lo-d e-rosa sobre el lecho
entre tan frescas flores me convertí en un dios.
Ella que me abarcaba con piernas prodigiosas
recorrió sin torcerse la carrera de Cipris
con ojos perezosos. Como hojas en la brisa, le temblaba la púrpura
de su carne agitada, justo hasta que vertimos
la blanca libación de nuestro ímpetu, y Doris
con los miembros muy lánguidos se cayó derramada.
Con un deseo que desmaya el cuerpo
dirige una mirada que hace desfallecer
más que el sueño y la muerte:
sin vanidad alguna, es ella dulce.
Astimelesa nada me responde.
Recoge la guirnalda como un astro que vuela
por un cielo radiante
como un tallo dorado, como una pluma suave.
Con pies esbeltos cruza.
Y como brilla el bálsamo de Chipre
sobre las cabelleras de las jóvenes,
así, solicitada, camina Astimelesa entre la gente
y alcanza un gran honor.
Si acaso me viniera y me tomara
de la tierna mano, yo
al instante sería
un suplicante suyo.
Sin descanso me inunda los oídos el eco del Deseo.
Mis ojos en silencio a las Pasiones le ofrecen llanto dulce.
No trajeron sosiego ni la noche ni el fulgor de los días,
y ya en mi corazón la cicatriz de filtros amorosos
instalada se sabe. Ay, Amores alados, ¿no me sobrevolasteis
otras veces?
¿Por qué no sois capaces de remontar el vuelo?