En el abdomen, y hacia la espina, en línea horizontal,
hay un mar desteñido.
Mi hijo ahí, desarmado, a medianoche,
hecho un montón de palillos chamuscados,
llueve como tortugas.
Las bombas incendiarias.
Las lápidas sepulcrales en el arenal.
Con un brazo arrancado al niño,
la mujer viene corriendo.
Los cabellos se mecen en el fondo de la cuneta.
La ascensión al cielo de la novia.
El joven aferrado al recuerdo
como si abrazara aquellas piernas blancas,
desea aplastar el trasero de la abeja
porque la imagen no es tridimensional
por mucho que se proyecte en la pantalla.
Y bebe la charca de un trago.
Lame con avidez el casco del buque de ágata
y espera el final mirando para arriba.
Archivo de la categoría: Poesía Japonesa
La muerte que siempre veo – Toriko Takarabe
A mi hermana pequeña, que murió como refugiada
Vestida de azul celeste,
mi hermana aparecía y desaparecía en un bosquecillo.
Con una flor de peonía, casi del tamaño de su cara,
mi hermana, ay, se cae debajo del puente.
Al fondo de ese río del valle lejano,
permanezco despierto,
para recogerla en mis brazos.
Una herida azul
atraviesa mis brazos
Desorientadas por un fuego corredizo que viene del campo,
ya ni mi hermana ni yo nos encontramos allí.
Un grito sollozante que se escucha
en medio de los maíces no es mío.
Al despertarme,
me doy cuenta:
abandoné a mi hermana
en la inmensa garganta del sueño.
Ya no volveré,
no volveré jamás
Pero ¡corre, corre!
Se me abre la herida a medida que corro,
se me abre con color de peonía,
y me muero, me muero muchas veces.
Tras mi muerte,
mi hermana se esconde en el bosquecillo, donde hay un
nido de pájaros.
Se la tragó
la corriente amarilla del Río Tangwang
De repente me despierto.
No podré volver, no quiero escuchar
un disparo en medio del sueño con los restos de un grito
sollozante.
El caballo desbordante – Ruriko Mizuno
Es un terreno fangoso de primavera.
De la superficie nacen caballos,
con brío, como los melones que se maduran.
Cuando flamean sus crines,
ellos se mueven como cachipollas...
Se meten en mi sueño,
y atraviesan todos los rincones,
dejando una sensación como de fuelle vivo...
(Hay un caballo que, borrado en un recodo,
se convierte en una mata amarga de ortiga).
Yo siempre pensaba que
la primavera llegaba así de afanada.
(Al desplazarme en medio del sueño,
dándome vueltas, uno de mis ojos
reconoce una luz de la casa vacía que desconozco,
y el otro una vela encendida
que se consume al lado de la cama,
tambaleante).
De muchas partes,
se levanta el aroma vegetal hacia la ventana,
y ahí al lado, desamparado,
relincha un pequeño caballo.
(Acaso... ¿le di agua?),
me quedé con la duda.
La sensación de pelaje... parecida a la costra del árbol,
la llegada de los caballos... tan abrupta.
La tierra se crispa como pellejo...
En el sueño de primavera
se extienden pisadas dispersas de los caballos
que no volverán jamás.
El hombre de ojos encendidos – Kazuko Shiraishi
hay fuego en sus ojos
arden cuando se fijan en mí
hasta las mentes frías y los estómagos helados
se calientan
pues guarda el sol africano en sus ojos
orgullo de la familia Zulú
durante la revolución
la carne que asó en el horno
era tan sápida
en la sala sus gemelos de un año Ra y Re
se turnan los chillidos
sus ojos encendidos suavemente juegan con ellos
cantándoles mientras
la tierra crece ardiente y satisfecha
de momento en la sala
del hombre de ojos encendidos
Ser – Kazuko Shiraishi
Hubo algo parecido en una cuesta amazónica
y en las selvas indonesias
Voló ligeramente sobre sus alas
desvaneciéndose como vértigo
después del segundo viaje separados
pero existió realmente
como luz y sombra en cópula súbita
estremeciendo levemente el aire silencioso
El infierno de Tomino – Saijo Yaso
La hermana grande vomita sangre
la menor saca lumbre
pero el dulce Tomino
escupe diamante
Va solo Tomino
Cayendo hacia al infierno
Infierno lúgubre
Sin flores
¿Es su hermana grande
quien flagela?
La razón del castigo
cuelga oscura de su mente.
Flagela y azota, ¡Ah!
Pero nunca rompe.
Camino vero al Avici,
Eterno infernal
Guíenlo al abismo
infernal- le rezo
a la oveja aurea
al ruiseñor.
¿Cuánto empacó
en su morral de piel
para el descenso
al infierno sin fin?
La primavera viene
Al valle, al bosque
al abismo espiral
del infierno final.
El ruiseñor en jaula
la oveja en vagón
y una lágrima en el ojo
del dulce Tomino.
¡Canta, oh ruiseñor,
en el vasto bosque nebuloso!
Él grita que sólo llora
a la hermana menor.
Su afilada angustia
hace eco en el infierno–
Una peonía
abre sus pétalos de oro
Bajo las siete montañas
Y los siete ríos del infierno–
El viaje solitario
del pequeño Tomino
Si en este infierno se encuentran
vengan a mí, lo suplico,
Picos filosos de castigo
de la montaña aguijón
No es gratuito
penetrar la carne con agujas carmesí:
Pues son guía infernal
para el dulce y pequeño Tomino
Hojas de castaño – Dyunzaburo Nishimaki
Una casa en donde crecen guisantes.
Una mujer de ojos rasgados.
Una noche efímera
como los ojos de los peces.
Se oye la voz de Hera
entre el murmullo de las hojas del castaño.
Amaneció
sin que el ruiseñor dejara de cantar.
La sombra se recostó en el mármol
y se volvió una rosa.
Meditación ardiente – Kazuko Shiraishi
Soy una meditación que quema
Dentro guardo una isla acuosa
pájaros marinos y la luna llena
Alquilo un hogar a los cocodrilos del Nilo
Mi meditación no es agua azulada
sino rojo deseo
Creciendo en sus ojos
alimento los cocodrilos con un sol deleitable
y los dejo dormir
Vivo en una meditación que quema
oyendo la isla acuosa golpeada por las olas
callada silenciosamente
Cuatro mil días y noches – Ryuichi Tamura
Para que nazca un verso
debemos matar
muchas cosas,
debemos acribillar, asesinar y envenenar
a nuestros seres amados.
Ved,
en el cielo de los cuatro mil días y noches,
por tanto codiciar la lengua trémula de un pájaro,
hemos matado a tiros
lo silente de las cuatro mil noches y el resplandor
de los cuatro mil días.
Escuchad,
en todas las ciudades lluviosas y en los hornos de fusión,
en todos los puertos y las minas en estío,
por arrancarle lágrimas a un solo niño hambriento,
hemos asesinado
el amor de los cuatro mil días
y la misericordia de las cuatro
mil noches.
Grabad en vuestra memoria
tan solo por codiciar el miedo de un perro callejero
con ojos capaces de ver lo que no vemos,
con oídos capaces de oír lo que no oímos,
hemos envenenado
la imaginación de las cuatro mil noches
y el recuerdo frío de los cuatro mil días.
Para engendrar un solo verso
debemos matar a nuestros seres queridos.
Es el único camino para resucitar a los muertos.
Habrá que seguir este camino.
Barco de guerra – Azuma Kondo
Escarnecido, alguien ríe.
Una dama vasta… Su vestido de baile elegante y lujoso.
Un barco de guerra gigantesco.
La proa del barco… Escudos. El costado del barco.
La enorme cadera de la dama.
Escarnecido, alguien ríe.