A la hora en que trata de acostarse, cansado de escribir poemas,
se le acercan unos pasos en línea recta, triturando hojas secas.
Vienen hacia la casa del hombre. Desde muy lejos.
Alguien mete la cabeza por la ventana del estudio para leer
los manuscritos, todavía no terminados, que están sobre
el escritorio. Con entusiasmo. Sólo para eso viene él desde
muy lejos. Noche tras noche. Y se va al terminar de leerlos.
Hacia el fondo del bosque.
Cada vez que escribe un poema, el hombre se siente
afl igido, pensando que nadie lo leerá por más que escriba.
Pero ahora, él recuerda con felicidad que sí tiene un lector:
el único lector, cabezón, del mundo.
Esta mañana, el hombre se quedó dormido encima de los
manuscritos de sus poemas. Por el cansancio del día. Él
aguardó con paciencia a que se despertara el hombre. Fuera
de la ventana. Pero se marchó sigilosamente antes de que
Venus desapareciera en el cielo oriental. Hacia el fondo del
bosque.
¿Quién es él? El hombre no tiene la menor idea. Nunca lo
ha visto. Sólo percibe su presencia con seguridad, debido a
la mancha en los manuscritos y el fuerte olor que su cuerpo
deja tras su paso.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades