No pienso en el mar cuando tomo agua.
De pie en la cocina,
sólo alzo la mirada hacia el sucio ventilador azul.
No siento ni en el corazón ni en la espalda
las oleadas lejanas de la boca del río o de la bahía.
Que en medio de la llanura de Mongolia, parecida al mar,
haya un paso
con televisor
no se me ocurre, tampoco que el cuerpo humano
sea casi por completo de agua
ni que el alma sea de agua.
Cuando tomo agua,
con cariño corre una oveja por la tráquea
como una pincelada pianísima.
En ese instante el cuerpo sosegado
tiembla con fuerza,
pero no pienso en los mongoles que persiguen las ovejas
cuando el agua atraviesa la garganta
Ni tú pensarás cuando tomas agua
en hombres mongoles.
Ante el eco del sonido gutural,
no se te ocurrirá pensar
que los mongoles caminan hacia la orilla
a grandes zancadas con botas largas de cuero de oveja
Caminen, hasta donde resplandece el agua.
Al soplar el viento sobre la llanura seca de la orilla,
los pastos bajitos ondulan, como si las ovejas
estuvieran dormitando.
Los pastos secos se erizan susurrantes contra el viento,
la agilidad de los susurros movedizos,
¡qué brincos tan suaves!: –nada de esto
lo pensarán cuando el agua atraviesa la garganta.
Sólo de un vaso transparente
tomamos agua a borbotones sin pensar en nada.
Es lo más lógico.
No mires el pozo profundo,
que ahí siempre está muerta la hermana pequeña.
No te despiertes al amanecer,
que escucharás el eco de
los disparos y los retumbos de las orugas
En el mundo aún copian aquella época.
“La vida no tiene sentido”:
al escribir esta frase,
originará una carcajada a mi hermana difunta por primera vez.
“Claro, no tiene ningún sentido”,
sigue escribiendo la poeta con énfasis.
Sobreviviendo como refugiada, mi hermana,
un día antes de su muerte,
tuvo ansiedad por comer una salchicha.
El sentido de la vida que se intensifica día tras día es
siempre carnal.
A mi hermana pequeña, que murió como refugiada
Vestida de azul celeste,
mi hermana aparecía y desaparecía en un bosquecillo.
Con una flor de peonía, casi del tamaño de su cara,
mi hermana, ay, se cae debajo del puente.
Al fondo de ese río del valle lejano,
permanezco despierto,
para recogerla en mis brazos.
Una herida azul
atraviesa mis brazos
Desorientadas por un fuego corredizo que viene del campo,
ya ni mi hermana ni yo nos encontramos allí.
Un grito sollozante que se escucha
en medio de los maíces no es mío.
Al despertarme,
me doy cuenta:
abandoné a mi hermana
en la inmensa garganta del sueño.
Ya no volveré,
no volveré jamás
Pero ¡corre, corre!
Se me abre la herida a medida que corro,
se me abre con color de peonía,
y me muero, me muero muchas veces.
Tras mi muerte,
mi hermana se esconde en el bosquecillo, donde hay un
nido de pájaros.
Se la tragó
la corriente amarilla del Río Tangwang
De repente me despierto.
No podré volver, no quiero escuchar
un disparo en medio del sueño con los restos de un grito
sollozante.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades