Afrodita,
mi dama de Ciudad del Cabo
mi madre, mi hija,
soy de tu mismo sexo
mirando desde tu derecha
tengo poco que decir sobre GUSTAR y AMAR.
Te sueño nórdica y de seis pies de altura,
te sueño enmascarada y con la boca sangrante,
aún así estás aquí con gatitos y cachorros,
suscrita a cinco revistas ecológicas,
seleccionando a los negros de Sudáfrica
en un barco libre, besándolos a todos como caramelos,
te gustan todos, ¿pero amarlos? ¿Quién lo sabe?
Te pido que inspecciones mi corazón
y que nombres sus pinturas.
Empujo para abrir la puerta de tu corazón
y veo a todos tus hijos sentados alrededor de una fogata.
Están sentados como fruta esperando ser recogida.
Soy uno de ellos. El que está bebiendo güisqui.
Me saludas cuando pasas y miro
tu gran cabeza rubia y sonrío.
Estamos todos cantando como en vacaciones
y entonces empiezas a llorar,
te caes acurrucada,
estás enferma.
¿Qué hacemos?
¿Te besamos para que te pongas mejor?
No. No. Nos vamos andando suavemente.
Nos quedaríamos y seríamos la enfermera pero
somos demasiados y estamos demasiado preocupados para ayudar.
Es el amor el que se aleja
y aún tenemos terribles bocas
y suaves manos de leche.
Nos preocupamos con el gustar.
Nos alejamos como el amar.
Hija de todos nosotros,
Afrodita,
nos quedaríamos y telegrafiaríamos a Dios,
te mimaríamos como seis cocinas,
daríamos lecciones a los doctores
pero nos vamos, las manos vacías,
porque no eres nadie.
Ni nosotros.
Eres alguien suave que toca
el piano los lunes y los viernes
y examina nuestros asesinatos por error.
Señora rubia,
¿Nos quieres, nos quieres, nos quieres?
Como yo amo a América, podrías refunfuñar,
antes de que te quedes dormida.