Con esta claridad del frío
con que algunas palabras envejecen,
dejando los espacios del silencio
en relojes de arena,
las soledades llegan y se instalan
en las conversaciones,
en las calles heridas por las sombras
donde las gentes, mudas,
ni se conocen ni se nombran
y acomodan sus pasos
a las prisas del agua.
Igual que las palabras envejecen,
la soledad nos pisa los talones.