El lugar vacío – Cintio Vitier

El invitado
que, un poco distraídamente,
poniéndose los guantes con elegancia
madura, casi eterna en su despreocupación,
saludaba a las señoras vaporosas,
ya no volvería más; ni ellas tampoco.
Sólo las olas vuelven; sólo,
quizás, las nubes, los pájaros, las primaveras,
en su tuétano huraño, son equivalentes.
No los amantes; no la violencia;
ni siquiera el tedio.
Así a veces uno entra en un lugar vacío,
por error. Mira las cosas que están de espaldas,
que apenas se mueven para atisbarnos
y siguen, en la penumbra, despeñadas,
muertas de sueño. Es que hemos entrado en el salón
donde antaño, noche tras noche, celebraban
las espléndidas fiestas.

                      No tenemos nada
que hacer allí. Con una vaga disculpa,
con una torpe reverencia interrumpida
por el súbito fastidio de lo inútil,
nos despedimos apresuradamente, para entrar
en el otro cálido salón que todavía
está encendido.

                Y allí acaso un comensal,
apoyado en su sonrisa casi eterna, seguro
de ver mañana a los mismos amigos,
se dispone, indolente, a salir
por la puerta que ya toca el temible rostro de las albas.

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