A las estrellas – Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

¡Oh, refulgentes astros!, cuya lumbre
el manto oscuro de la noche esmalta,
y que en los altos cercos silenciosos
        giráis mudos y eternos;

y ¡oh tú, lánguida luna!, que argentada
las tinieblas presides, y los mares
mueves a tu placer, y ahora apacible
        señoreas el cielo:

¡ay, cuántas veces, ay, para mí gratas,
vuestro esplendor sagrado ha embellecido
dulces felices horas de mi vida
        que a no tornar volaron!

¡Cuántas veces los pálidos reflejos
de vuestros claros rostros derramados,
húmedos resbalar por las colinas
        vi, apacibles, del Betis,

y en su puro cristal vuestra belleza
reverberar con cándidos fulgores
admiré, al lado de mi prenda amada,
        más que vosotros bella!

Ahora, al brillar en las salobres ondas,
solo y mísero, prófugo y errante,
de todo bien me contempláis desnudo
         y a compasión os muevo.

¡Ay! Ahora mismo vuestras luces claras,
que el mar repite y reverente adoro,
se derraman también sobre el retiro,
         donde mi bien me llora.

Tal vez en este instante sus divinos
ojos clava en vosotros, ¡oh, lucientes
astros!, y os pide, con lloroso ruego,
         que no alteréis los mares.

Y el trémulo esplendor de vuestras lumbres
en las preciosas lágrimas rïela,
que esmaltan, ¡ay!, sus pálidas mejillas
        y más bella la tornan.

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