Detrás de tanta noche hereditaria
un hombre mira el mar de espaldas a lo vivo.
Confía en la aventura
de no tener delante más párpado que el agua.
Es alguien asomado a su extremo más mortal,
donde todo se libera de sentido.
Un hombre ya sin gozo ni trofeo.
Un hombre con la voz desordenada,
con la piel de muchos años como un alcohol fingido.
Está mirando el mar donde el mundo no merece más pretexto.
Es uno de nosotros, visible en lo invisible.
Un cuerpo con sus glóbulos, su prodigio, su sonido,
con su verdad que llega a oírse.
Un hombre sabiéndose irreal cuándo aún se siente cierto.
Un hombre ya implacable, con su estatura de fiebre,
con su atlas de espumas,
con la vida un poco aparte y derramando olvido.
Es exactamente así:
Pues cuando un hombre observa el mar
amplía la nostalgia de sí mismo.